Hilari Raguer: «La Universidad ha de estar en ósmosis cultural con el pueblo»

Hilari Raguer.
Hilari Raguer.
Entrevistas
(18/10/2016)

Hilari Raguer i Suñer (Madrid, 1928) recibió la Medalla de Oro de la Universidad de Barcelona el 23 de septiembre pasado. Licenciado en Derecho en la Universidad de Barcelona en 1950, Raguer ingresó en el monasterio de Montserrat en 1954, y en 1960 fue ordenado sacerdote. Durante todos estos años, ha combinado la vida monástica con la investigación histórica, hasta convertirse en un experto de referencia en el estudio del papel de la Iglesia en la España de la Guerra Civil. Tal como se pone de relieve en esta entrevista, el padre Raguer sigue la actualidad política y social y hace una defensa cerrada de la independencia de Cataluña.

Hilari Raguer.
Hilari Raguer.
Entrevistas
18/10/2016

Hilari Raguer i Suñer (Madrid, 1928) recibió la Medalla de Oro de la Universidad de Barcelona el 23 de septiembre pasado. Licenciado en Derecho en la Universidad de Barcelona en 1950, Raguer ingresó en el monasterio de Montserrat en 1954, y en 1960 fue ordenado sacerdote. Durante todos estos años, ha combinado la vida monástica con la investigación histórica, hasta convertirse en un experto de referencia en el estudio del papel de la Iglesia en la España de la Guerra Civil. Tal como se pone de relieve en esta entrevista, el padre Raguer sigue la actualidad política y social y hace una defensa cerrada de la independencia de Cataluña.

 

Como historiador, usted leyó en la Universidad de Barcelona su tesis doctoral sobre Unión Democrática de Cataluña (UDC).

Yo había ido a estudiar Ciencias Políticas a París. Quería hacer el doctorado en la Sorbona y había empezado a plantearme como tema de tesis una doctrina y una práctica que entonces estaba de moda y de actualidad en Francia: la política de desarrollo regional (politique dʼaménagement régionale), que era un poco una marcha atrás respecto al centralismo jacobino. Pero me encontré, en primer lugar, con que en realidad no iban demasiado lejos en la descentralización: como decía un comentarista del diario católico La Croix de aquellos años, en Francia «somos tan centralistas que incluso en la política de descentralización empezamos por montar en París la oficina central de la descentralización». También encontré que esta era una materia enciclopédica, que me desbordaba completamente, interdisciplinaria.

Y por otro lado, el contacto que tuve con algunas personas y algunas fuentes documentales sobre la Guerra Civil y la Iglesia me hizo ver que tanto los historiadores blancos como los rojos deformaban, por razones opuestas, la visión de lo que había representado la Iglesia en la Guerra Civil. Y que investigar eso era algo muy importante y urgente. Y por ese motivo yo, que venía del campo jurídico, me puse a hacer de historiador. Eso era en el año 60. Y no he parado de trabajar en ese tema.


¿Qué futuro desearía para UDC?

En el prólogo del libro de mi tesis, dije que sentía simpatía histórica por Unión Democrática. Yo no pertenezco a ningún partido, pero admiro lo que fue UDC durante la República y durante la Guerra: un grupo pequeño, pero yo diría que profético y con una visión muy nueva. Por ejemplo, un punto importante: en aquellos años 30 estaban de moda en Europa los fascismos y el comunismo, que coincidían en el culto a la personalidad: el führer, el duce, el caudillo, el padrecito Stalin... Pues aquel grupito de Unión Democrática reacciona contra eso con una estructura colegial. Primero, no tenía ni presidente, y del comité de gobierno no podían formar parte los que tuvieran cargos de elección (alcaldes, diputados, concejales...). Y no podían ser reelegidos. Luego, todo eso cambió y adquirió unas actitudes más personalistas y centradas en el presidente del partido.

Tengo una simpatía histórica por lo que hizo Unión Democrática del 31 al 39. Sobre cómo sigue después del 39, diré que no soy de ningún partido (repetidas veces me han buscado para dar conferencias en actos de Unión Democrática y, en ellos, solo he tratado temas históricos) y que en política actual no me meto. Lo único que desearía es que este partido no desaparezca, tiene una importancia histórica; y que sea fiel a sus orígenes.


Usted ha publicado recientemente el libro Ser independentista no és cap pecat. ¿Cómo ha visto la última manifestación del Once de Septiembre?

Dicen que no había tanta gente. Pero yo creo que hay razones comprensibles. Hablo con muchas personas, personas que han ido a todas las manifestaciones, también a esta última; otros que quizás a esta última no han ido. No he encontrado a nadie que siendo independentista en las Diades anteriores ahora haya dejado de serlo. No hay marcha atrás. Hablan a veces de mitad y mitad de la población. No, no, porque son dos mitades muy diferentes. Hay una mitad sólidamente independentista y otra mitad que no es sólidamente españolista o unionista, sino que es muy diversa. Por tanto, la proporción de unos y otros no es comparable. Y eso no tiene marcha atrás porque desde Madrid no paran de tomar decisiones y de hacer actos que mantienen el clima.


En su libro Gaudeamus Igitur. Notes per a una història del Grup Torras i Bages, reproduce esta frase del abad Escarré: «Primer aneu a la plaça de Catalunya i proclameu la independència, i si no us agafen, lʼEsglésia ja us reconeixerà» (ʻprimero, id a la plaza Cataluña y proclamad la independencia, y si no os cogen, la Iglesia ya os reconoceráʼ). ¿Qué vigencia tiene hoy esta frase?

Muchos se preguntan, ¿y la Iglesia qué hace? La del Vaticano, la catalana, la Conferencia Episcopal Española. La política del Vaticano es realista. Hechos consumados. No debemos esperar ni podemos pedir que el Vaticano nos proclame la independencia. Ahora, una vez seamos independientes, nos reconocerá, sin ninguna duda. Un ejemplo característico: cuando se proclama la República, el 14 de abril del 31, pocos días después Pío XI convoca una reunión de los cardenales de la Comisión de la Congregación de Asuntos Extraordinarios (que quiere decir de relaciones con los estados). ¿Qué hacer ante aquella república? Todos los cardenales, entre ellos el secretario de Estado, cardenal Pacelli, futuro Pío XII, son de la opinión de que aquella proclamación es ilegítima, porque de unas elecciones municipales no podía salir un cambio de régimen (ahora no me extiendo en las consideraciones, pero eso no es exacto, porque eran unas elecciones municipales en las que todo el mundo sabía que se trataba de república o monarquía). Todos los cardenales dicen que el nuevo régimen es ilegítimo, pero hay que reconocerlo de facto para mantener las relaciones con él y, por los medios legítimos, defender los derechos de la Iglesia. No es legítimo, pero nos entenderemos.


¿Ve paralelismos entre la institución universitaria y la Iglesia, dos instituciones centenarias?

Veo un paralelismo en el sentido de que ambas instituciones deben ser fieles al país. Es decir, la Iglesia se ha de inculturar en cada país, eso es doctrina tradicional pero remarcada por el Concilio Vaticano II. No debe hacerse colonialismo, más bien la Iglesia se arrepiente de haber impuesto la mentalidad europea romana a países del Tercer Mundo. Se cita una frase atribuida a Torras i Bages, que no se encuentra en sus obras pero refleja su pensamiento: «Cataluña será cristiana o no será». Eso sería discutible, pero en Cataluña la Iglesia será catalana o no será. No puede ser un instrumento de colonización o de desnacionalización.

Y la universidad lo mismo: la universidad tiene que estar, por decirlo así, en ósmosis cultural con el pueblo, elevar la cultura popular a nivel académico e impartir una enseñanza que identifique a ese pueblo y que esté a su servicio. En el año 50 celebramos el 500 aniversario de la Universidad de Barcelona, y Pere Figuera, que era un gran activista —siempre inventaba acciones—, me pidió que redactara algo en ese sentido. Aquella universidad quería descatalanizar a los universitarios catalanes.


¿Cómo recuerda su época de estudiante universitario?

Era una universidad politizada, militarizada, con el SEU, el sindicato falangista. Sobre todo recuerdo a amigos, a condiscípulos. Y también a profesores, que eran desiguales, aunque de la enseñanza que dieron algunos tengo muy buen recuerdo. Recuerdo especialmente al profesor García de Valdeavellano, de Historia del Derecho; Lluc Beltran, de Economía y Hacienda Pública, que me tenía especial afecto y quería que fuera lo que entonces llamábamos ayudante de clases prácticas. La enseñanza era sobre todo memorística. Entré en la universidad sin saber ni la ciencia del derecho ni las profesiones jurídicas; pero aprendí un sentido del derecho que he tratado de mantener siempre. Aunque en aquel tiempo, un poco también como ahora, no se respetaba la justicia y la práctica del derecho. No había justicia por la imposición de la dictadura.


¿Cómo ve la universidad actual?

Veo la universidad actual abierta al país. Es una satisfacción para mí ver que la Universidad de Barcelona, además de una estela de universidades catalanas, tiene un prestigio internacional, está en la lista de las mejores del mundo y es la primera de España. Esa es una satisfacción para los que salimos de aquí, aunque fuera de aquella universidad tan sui generis como la que encontré yo. Hay cambios arquitectónicos, de personal... Una gran diferencia que ya noté en los 70 (respecto a los 50) es que los profesores no están tan lejos de los discípulos. Hay una relación mucho más cordial y humana. Era impensable para nosotros tutear a un profesor. Recuerdo la anécdota del profesor Fenech: una vez se presentó un alumno sin americana (con una chaqueta sin solapas y con corbata) y lo mandó a septiembre. El chico le dijo que ya se cambiaría, y Fenech le contestó: «Si usted se presenta así, a mí me toca venir en pijama».