Ricard Belis: «Una de las esencias de la democracia es que la población esté bien informada»

Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB.
Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB.
Entrevistas
(28/08/2017)

Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB. Entró a formar parte de la plantilla de TV3 siendo muy joven y ha dedicado su carrera profesional al documental. Gracias a este género, ha podido destapar asuntos que se han intentado mantener encubiertos, denunciar injusticias y reivindicar al ciudadano anónimo. Porque para Belis, un documental es una palanca con la que cambiar el mundo, dar voz a las personas que han permanecido silenciadas e incomodar a los poderes explicando lo que estos han querido ocultar.

Desde 2012, compagina su trabajo en TV3 con las clases a los alumnos del grado de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad de Barcelona. A lo largo de su trayectoria, ha recibido numerosos galardones, como el Premio Unda del Festival de Televisión de Montecarlo (1999), el Premio Nacional de Periodismo de la Generalitat de Cataluña (2002), el Premio LiberPress (2004), la Medalla de Bronce del New York Festival (2006) y el Premio Tiflos de la ONCE (2017), entre otros.

 

Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB.
Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB.
Entrevistas
28/08/2017

Ricard Belis i Garcia nació en Barcelona en 1964 y estudió Ciencias de la Información en la UAB. Entró a formar parte de la plantilla de TV3 siendo muy joven y ha dedicado su carrera profesional al documental. Gracias a este género, ha podido destapar asuntos que se han intentado mantener encubiertos, denunciar injusticias y reivindicar al ciudadano anónimo. Porque para Belis, un documental es una palanca con la que cambiar el mundo, dar voz a las personas que han permanecido silenciadas e incomodar a los poderes explicando lo que estos han querido ocultar.

Desde 2012, compagina su trabajo en TV3 con las clases a los alumnos del grado de Comunicación Audiovisual de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad de Barcelona. A lo largo de su trayectoria, ha recibido numerosos galardones, como el Premio Unda del Festival de Televisión de Montecarlo (1999), el Premio Nacional de Periodismo de la Generalitat de Cataluña (2002), el Premio LiberPress (2004), la Medalla de Bronce del New York Festival (2006) y el Premio Tiflos de la ONCE (2017), entre otros.

 

Cuando se matriculó en Ciencias de la Información, ¿sabía que quería dedicarse a los documentales?

Creo que no. Comencé esa carrera porque me gustaba escribir, y eso sí que lo tenía claro desde que era bastante joven. Pero una vez en la Facultad, me llamó mucho la atención el mundo audiovisual. Y en el momento de pedir las prácticas en cuarto o quinto, no tuve ninguna duda de que mi primera opción era TV3. Era un sueño. En aquel momento, el modelo de TV3 era puntero y moderno, y tuve la suerte de que me cogieran.

 

En 1991, muy joven, entró a formar parte del equipo de 30 minuts.

Sí. Antes era ayudante de realización de los Telenotícies, y cuando llegó el verano, pasé a realizador. Entonces, al acabar el primer Telenotícies como realizador, me llamó el director de 30 minuts. Pensé: «Ricard, ya has hecho algo mal y te va a caer una bronca...». Y resulta que no, que era para preguntarme si quería entrar como ayudante en 30 minuts. «"No harás reportajes" —me dijo— (en aquella época había mucho trabajo haciendo tráileres, sumarios, doblajes de programas comprados, etc), pero al cabo de un año ya estaba haciendo reportajes». (Ríe).

 

Y de 30 minuts, después de muchos años, pasó a Sense ficció.

Sí. Lo que pasaba con 30 minuts es que no era propiamente un programa de documentales, sino de reportajes, aunque acabó incorporando formatos que no lo eran, como en el caso de Els nens perduts del franquisme. Y no es hasta hace nueve años, bajo la dirección de Mònica Terribas, cuando se toma conciencia de que es necesaria una ventana de documentales y nace ese milagro que se titula Sense Ficció, que es el único programa de documentales que se emite en horario de máxima audiencia en una primera cadena de televisión del sur de Europa, compitiendo con programas como Master Chef o Supervivientes y consiguiendo grandes audiencias. Hemos de agradecerle a TV3 que siempre haya apostado por ello, porque ha acabado formando al público catalán y acostumbrándolo a ver ese formato.

 

A verlo y a disfrutarlo, pese a la crudeza de alguno de los temas que se tratan en él. 

Efectivamente, son temas que no acostumbran a ser agradables o que, como mínimo, te ponen de mal humor.

 

Porque lo que hace es destapar cuestiones que se han intentado mantener ocultas, visibilizar negligencias, denunciar injusticias y, en definitiva, despertar conciencias.

Sí, porque esa es precisamente la esencia del periodismo, aunque haya gente en este país que parezca haberlo olvidado. Para mí, un documental es una palanca para cambiar el mundo. Y para hacerlo, es necesario dar voz a las personas que normalmente no la tienen y molestar a los poderes destapando lo que se ha intentado ocultar.

 

Y no es fácil, supongo.

No. No es fácil. La principal dificultad que encuentras es la falta de recursos, porque para hacer todo eso que te digo, hace falta tiempo. El medio en el que te encuentras ha de poder y querer invertir en hacer una investigación, sobre todo tiempo.

 

Como mínimo, si se quiere hacer con rigor.

Exacto. Por poner un ejemplo, en Els internats de la por recogemos el testimonio ante la cámara de una docena de casos, pero nosotros construimos una base de datos de casi doscientos. ¿Por qué? Pues porque a menudo no tienes pruebas físicas y has de recurrir al testigo. Y este puede mentir, puede tener la memoria alterada, o puede no querer hablar. Pero de alguna forma, cuando encuentras testigos que no se conocen entre sí, que son de lugares distintos del Estado y que explican historias coincidentes, eso adquiere un poder probatorio. En historiografía se dice que, si hay tres testigos que corroboran lo mismo sin que se conozcan entre sí, se constituye una prueba tan válida como un documento en papel.

 

Respecto a los testigos, basándose en su experiencia, ¿diría que las personas tienen ganas de hablar? 

Hay de todo. Hay muchos testigos que ven en tu trabajo una posibilidad de reparación. Por ejemplo, en el caso que mencionábamos de los internados, pueden ver la reparación que nunca ha hecho el Estado o la Iglesia al no pedir perdón.  En el caso del franquismo, el mayor dolor no es solo el que infligió la misma represión —el fusilamiento del marido, el robo del niño, el maltrato, etc.—, sino el hecho de que con la llegada de la democracia ellos esperaban que les pidiesen perdón y, en cambio, esta democracia ha callado. Hay un dolor muy fuerte, y para algunos de ellos, nosotros nos convertimos en una herramienta de reparación de lo que pasó. Y de la misma forma, muy legítimamente, hay gente que prefiere no explicarlo. Son cosas muy íntimas, a veces no se lo han explicado ni a su propia mujer, y no lo harán para la cámara. Otro aspecto es que, desde el momento en que un tema sale en un medio de comunicación tan grande y con un alcance de audiencia tan elevado, muchas personas que no han tenido ningún contacto con el documental también se sienten reivindicadas, porque ven que estás explicando su historia. Ven que no solo les pasó a ellos, que no es que tuvieran mala suerte, sino que era algo que pasaba de forma generalizada.

 

¿Hay momentos más propicios que otros para conseguir que las personas rompan el silencio?

Sí. Muchas veces se trata de encontrar el momento. Un ejemplo muy claro es el documental Jo també vull sexe!, sobre la figura del asistente sexual para personas con discapacidad, que es un tema difícil y muy tabú. Lo intentamos abordar hace tres años, pero no fue posible, porque era demasiado incipiente: justo se comenzaba a hablar de ese tema, pero no estaba normalizado. 

 

Y cuando deciden volver sobre ello, tres años después, ¿ya está normalizado?

No, no del todo. Pero en este segundo intento llegamos en el momento de la conjunción astral perfecta, que a veces es pura magia, no sabes bien por qué sucede, pero aunque el tema no estaba normalizado ni era conocido por la opinión pública, la gente que estaba involucrada en él había decidido salir del armario y quería hacerlo. Tenían muchas ganas de hablar. Y aunque a priori creíamos que sería un documental de los difíciles de hacer, con caras tapadas o pixeladas, resulta que fue todo lo contrario.

 

¿Cuál fue la respuesta del espectador?

Con Jo també vull sexe! pasó una cosa muy curiosa. Aunque fue muy bien en cuanto a audiencia —fue el cuarto programa más visto de aquel día y líder en su franja—, la respuesta no fue desbordante. Yo pensaba que iba a ir mejor. Para mí, este era un documental bonito, de amor. En cambio, para mucha gente —antes de verlo— era un documental de morbo, de «ay, ¿en serio?». Había un rechazo previo importante. A veces, el espectador no recibe el documental como tú lo percibes. Antes de emitirlo, me pasé mucho tiempo intentando convencer a amigos y conocidos de que era un tema bonito, y no se lo creían. La gente no quería ver esos cuerpos, porque les producían angustia. Otra cosa curiosa es que este es, de largo, el documental que mejor ha funcionado por Internet: 100.000 descargas.

 

Después de la emisión de los documentales, ¿recibe muchas llamadas?

En el caso del Pastilla busca malaltia se recibieron cartas al director. A Què mengem?, sobre los tóxicos alimentarios, hubo reacciones de todo tipo: la Sección de Química del Instituto de Estudios Catalanes y un diputado de ERC de las Terres de Lleida —porque allí utilizan muchos pesticidas para la agricultura— hicieron una pregunta al Parlamento en la sesión de control del director de TV3. Nos acusaron de criminalizar la agricultura no ecológica y de más cosas. Pero hasta ahora no ha habido más consecuencias que esas: una carta, una pregunta al Parlamento, mensajes en Facebook o en el blog del programa, etc. Eso forma parte de la función de un documental: que remueva, que sea polémico. Ha de generar comentarios, elogiosos o no, la cuestión es que se hable de él. Si Twitter está muerto durante la emisión, quiere decir que estás fallando en algo. Has de provocar reacciones. 

 

¿Sus jefes le han aconsejado alguna vez que deje estar un tema por miedo a represalias?

Es más sutil. Normalmente, el argumento que te dan para no trabajar con un tema no es ese. Te dicen: «¿Crees que eso interesará a la audiencia?», «eso es muy difícil», o bien «hagámoslo, pero ve con cuidado», que es, por ejemplo, lo que pasó con el de las empresas eléctricas, Revolució solar.

 

¿Cómo funcionó Revolució solar?

Había cierta preocupación y, en cambio, funcionó muy bien. Nos preocupaba porque, por un lado, es un tema poco televisivo: las placas solares no se mueven ni son muy simpáticas. Y por otro lado, porque es una cuestión compleja: la factura de la luz, cómo funciona el sistema eléctrico español, etc. Seguramente no ganará ningún premio ni nos lo hemos pasado tan bien haciéndolo como con Jo també vull sexe!, porque no es tan espectacular, pero creo que es un documental de servicio público absolutamente necesario y con el que conseguimos explicar a la gente que, pese a ser el país de Europa que tiene más sol, lo usamos solo para ponernos morenos en lugar de utilizar esa energía solar para producir electricidad. Y ese es el inicio del cambio. Una de las esencias de la democracia es que la población esté bien informada. Si no, no puede escoger bien a sus dirigentes, no puede elegir bien como consumidor. Uno de los problemas graves de la democracia española es que tenemos un sobreacceso a la información, pero se trata de información de muy baja calidad y muy superficial. Cada vez prima más la inmediatez, ser el primero, y eso quiere decir contrastar menos, porque no hay tiempo. Mayoritariamente, los grandes medios han renunciado a hacer periodismo en profundidad. Y la gente no es consciente de hasta qué punto eso es peligroso para la sociedad.

 

¿De qué documental guarda un recuerdo más especial?

Si tengo que escoger uno que haya marcado mi vida, es Els nens perduts del franquisme, sin duda. Hay un antes y un después de la emisión de ese trabajo. Puso en primera línea el concepto de memoria histórica en este país, donde no era muy conocido hasta ese momento. Y el éxito brutal de ese documental nos permitió abrir, con Montse Armengou, con quien he hecho muchos de esos documentales, una línea de investigación que no habríamos podido iniciar de otro modo. Mi carrera no se entendería sin Els nens perduts del franquisme. Si hablamos de cariño, a Jo també vull sexe! le tengo mucho afecto. Es muy distinto de los que hacemos habitualmente, e implicaba hablar de amor. Hubo muy buen rollo haciéndolo, y nos lo pasamos muy bien. Y si he de escoger el documental que más me gusta cómo ha quedado y el que más trabajo tiene detrás, la cosa estaría entre Els internats de la por y Avi, et trauré dʼaquí. El segundo, además, fue votado por los espectadores como mejor documental de los cinco primeros años de Sense ficció, y ese siempre es el mejor premio que puedes recibir.

 

¿Cuál es el mensaje principal que hace llegar a sus alumnos de Comunicación Audiovisual?

El amor por el héroe anónimo, la importancia de rescatar las voces anónimas y de explicar las pequeñas historias. Les recomiendo que den menos importancia al político y al dirigente, a quienes parece que se dirigen todos los focos y todas las cámaras hoy en día. Les explico que es necesario rescatar al ciudadano anónimo y reivindicarlo, buscar esas historias y visibilizarlas. Y otra cosa muy importante que explico a los alumnos —que se quedan muy sorprendidos con ello— es que nosotros vamos a rodar sin guion. Porque debes estar abierto a que pasen cosas o a que te expliquen otras que tú no preveías, y eso no es una desgracia, sino que es una suerte.