Xavier Mas Craviotto: «La gente está cargada de prejuicios sobre las carreras de humanidades»

Xavier Mas Craviotto accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU.
Xavier Mas Craviotto accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU.
Entrevistas
(20/12/2018)

Xavier Mas Craviotto (Navàs, Barcelona, 1996) es un enamorado de las letras y de la lengua catalana. Con solo veintidós años, le llueven los premios literarios. Este 2018 ha ganado más de una docena entre los que se encuentran el Pepi Pagès de Narrativa de Granollers, por el relato El roure; la primera edición del Premio Arte Joven de Poesía Salvador Iborra, por el poemario Renills de cavall negre, o el prestigioso Documenta por la novela La mort lenta, que verá la luz durante el primer trimestre de 2019.

Accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU y está estudiando el cuarto curso del grado de Filología Catalana. Además, tiene una beca de colaboración con el Centro de Investigación en Sociolingüística y Comunicación de la UB (CUSC), es cofundador de Com ho diria (una plataforma digital especializada en la jerga juvenil del catalán coloquial), y dinamiza desde hace años el club de lectura joven Entrelínies de la Biblioteca de Navarcles.

Con el pretexto del Premio Documenta, hablamos con él sobre el libro. Sonríe con la generosidad de un niño, destila entusiasmo por los cuatro costados y tiene un modo de hablar llano, al tiempo que reflexivo, que cautiva. En la conversación también hay lugar para que nos explique su pasión por la lengua y nos confirme que la vocación literaria le viene de lejos. Le pedimos que nos defina su estilo, que a menudo mezcla narrativa con poesía, y que nos confiese cómo es el proceso de creación de los diferentes textos que envía a los concursos.

Xavier Mas Craviotto accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU.
Xavier Mas Craviotto accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU.
Entrevistas
20/12/2018

Xavier Mas Craviotto (Navàs, Barcelona, 1996) es un enamorado de las letras y de la lengua catalana. Con solo veintidós años, le llueven los premios literarios. Este 2018 ha ganado más de una docena entre los que se encuentran el Pepi Pagès de Narrativa de Granollers, por el relato El roure; la primera edición del Premio Arte Joven de Poesía Salvador Iborra, por el poemario Renills de cavall negre, o el prestigioso Documenta por la novela La mort lenta, que verá la luz durante el primer trimestre de 2019.

Accedió a la Universidad de Barcelona con una nota superior a 13 en las pruebas PAU y está estudiando el cuarto curso del grado de Filología Catalana. Además, tiene una beca de colaboración con el Centro de Investigación en Sociolingüística y Comunicación de la UB (CUSC), es cofundador de Com ho diria (una plataforma digital especializada en la jerga juvenil del catalán coloquial), y dinamiza desde hace años el club de lectura joven Entrelínies de la Biblioteca de Navarcles.

Con el pretexto del Premio Documenta, hablamos con él sobre el libro. Sonríe con la generosidad de un niño, destila entusiasmo por los cuatro costados y tiene un modo de hablar llano, al tiempo que reflexivo, que cautiva. En la conversación también hay lugar para que nos explique su pasión por la lengua y nos confirme que la vocación literaria le viene de lejos. Le pedimos que nos defina su estilo, que a menudo mezcla narrativa con poesía, y que nos confiese cómo es el proceso de creación de los diferentes textos que envía a los concursos.

 

 

¿Escribiste La mort lenta pensando en el Premio Documenta?

Cuando comencé a escribir La mort lenta, no sabía qué forma acabaría adoptando el texto, o si sería un relato o una novela. Pronto me di cuenta de que, cuanto más avanzaba, más cosas tenía que decir, y pensé que debía enviar la obra al Documenta porque, en cierto modo, estaba escribiendo un libro más bien experimental, y por las obras que habían premiado anteriormente, sabía que valoran el riesgo y la transgresión.

 

¿Es experimental y transgresora?

Es bastante experimental, tanto en el aspecto estilístico como en el formal. Mientras escribía la novela también estaba escribiendo el poemario Renills de cavall negre, que pronto saldrá publicado por Viena Edicions, y creo que la voz poética se filtró en la novela hasta cierto punto. El estilo es bastante poético, y hay fragmentos que están a caballo entre la narrativa y la prosa poética. Además, la historia está narrada de forma que los diálogos, los pensamientos y las acciones de los personajes están integrados en un único flujo de voz narrativa. Prácticamente no hay puntos y aparte. En cierto modo, en la realidad también pasa eso: hablamos, pensamos y hacemos cosas, todo a la vez, y las ideas, las palabras y las acciones son indistinguibles, y se dan simultáneamente.

Estructuralmente, es una obra bastante compleja, porque combina presente y pasado, lo que es una técnica muy habitual, pero además, en medio hay unos capítulos con un componente metaliterario titulados «Annex. Notes per a la cartografia d'un jo», que son anotaciones, esbozos o documentos que nos dan información sobre los personajes y que he escrito expresamente para que el lector los pueda entender mejor, para que se plantee cómo piensan y por qué hacen lo que hacen. La metaliteratura provoca que el lector, además, se haga consciente de que aquello que está leyendo es ficción, y que los personajes no dejan de ser una construcción del autor. Los capítulos no están ordenados cronológicamente, pero sí llevan por título el número que les correspondería si los pusiésemos en orden temporal, de forma que puedes leer la novela de dos maneras: en el orden en que te vas encontrando los capítulos tal como yo los he distribuido, o bien guiándote por el número de los títulos de capítulo, cosa que obligará al lector a ir hacia delante y hacia atrás.

 

¿Crees que alguien probará a hacer una segunda lectura leyendo los capítulos según la numeración?

La gracia es que pueda leerse de las dos formas y que el lector se dé cuenta de que, según el orden con que se encuentre los hechos, ve la historia de una manera o de otra y puede valorar cómo van cambiando los personajes a medida que les suceden los diversos acontecimientos. De hecho, todo lo que hacen, dicen y piensan en el presente, aunque sea tangencialmente, tiene una razón en el pasado que explica sus comportamientos y actitudes a la hora de enfrentarse al mundo.

 

A todo esto, todavía no me has hablado del argumento de la novela.

La historia narra la vida de dos hermanos, Aram y Lena, que han estudiado, respectivamente, Filosofía e Historia del Arte. Son dos jóvenes muy formados, que han leído mucho y que tienen una determinada concepción del mundo. Cuando están en la veintena, sus padres se matan en un accidente de coche y deben encarar esa realidad. Se irán a vivir juntos a un piso de Sants, en Barcelona, y allí crearán una especie de refugio que los protegerá de la vida. Poco a poco van entrando en unas dinámicas de dependencia brutales y entre ellos se establece una relación curiosa. El argumento no deja de ser un pretexto para hablar sin ambages de muchas otras cosas que me interesan particularmente, como por ejemplo los instintos: todo aquello que mantenemos contenido y no dejamos salir, pero que, como un géiser, acaba saliendo a propulsión a la mínima que encuentra una grieta. Es un libro en el que pesa mucho la reflexión sobre temas como la muerte, la culpa, la ausencia, la dependencia...

 

¿Te interesan indistintamente la poesía y la narrativa, o cuando tienes una idea ya la piensas en un determinado género?

Yo siempre he pensado que entre la poesía y la narrativa no hay una frontera nítida, sino un continuum difuminado. A veces me gusta moverme mucho en un extremo o en el otro, y a veces prefiero jugar en el medio, como es el caso de la novela. También depende de lo que quieras decir en cada momento. Hay determinadas ideas que vehiculas mejor con la poesía y otras que funcionan mejor en la narrativa, o en la prosa poética. En el caso de los relatos, sí que generalmente me sitúo más en el extremo de la narrativa, aunque depende del tipo de narración que quiero escribir. Pero me voy moviendo según mis necesidades, conforme a lo que quiero decir y cómo lo quiero decir, y también en función de lo que el mismo texto me pide. Creo que las dicotomías como prosa-verso o narrativa-poesía son cada vez menos operativas, porque se están escribiendo cosas muy diversas y eclécticas que se escapan cada vez más de las clasificaciones.

 

¿Prefieres enviar los textos a concursos en lugar de llamar a la puerta de una editorial?

Es que al final acabas en el mismo lugar, porque normalmente el premio consiste en la publicación de la obra. Y por el mismo precio sales ganando, porque tienes la experiencia del premio y te la acaban publicando igualmente. Además, a mí personalmente me tranquiliza pensar que hay un jurado cualificado y formado por gente muy diversa que ha considerado que lo que has escrito tiene suficiente calidad como para ser publicado.

 

¿Necesitas tener la tranquilidad de que el texto gustará a los lectores?

Supongo que todo el que escribe necesita esa tranquilidad, aunque, de hecho, escribo mucho para mí, y soy bastante egoísta en ese sentido. El detonante para que me ponga a escribir siempre parte del yo, de alguna necesidad íntima. Escribir me ayuda a racionalizar un caos de realidades abstractas, intangibles, que solo podemos captar a través de la literatura. Es diciendo el caos como podemos entenderlo y, en el fondo, para mí escribir es una lucha conmigo mismo con el propósito de decir, de poner orden en una serie de realidades complejas que no podemos meter en una palabra porque no hay término que las designe, y entonces nos servimos de la sugestión de la literatura para llegar a connotarlas, aunque sea ligeramente. Así pues, primero surge una especie de impulso intuitivo, poco racional, amorfo, y a medida que el texto va tomando forma, entonces ya sí que me planteo lo que quiero hacer.

 

Existe el estereotipo de que las carreras de letras son sencillas y de que si tienes buena nota debes estudiar ciencias.

Pienso que las carreras de humanidades siempre han estado muy connotadas y que la gente está cargada de prejuicios. Hay que romper el estereotipo de que las carreras de letras son sencillas o inútiles, y darnos cuenta de que los estudios no son una cuestión de dificultad, sino de vocación. Me matriculé en Filología porque siempre me ha encantado la literatura y todo lo que tiene que ver con nuestra lengua. Tuve mucha suerte porque en mi casa, tanto mis padres como mi hermano, que es doctorando de Historia, siempre han tenido una mentalidad libre de prejuicios y nos han recalcado mucho que teníamos que estudiar lo que nos gustara. Nunca me han puesto ninguna traba ni me han cuestionado nada, y se lo agradeceré siempre. Pero sí es verdad que, después de hacer la selectividad, gente de mi entorno me decía: «¿De verdad vas a Filología Catalana, tú, que puedes hacer lo que quieras?». Y yo respondía: «Precisamente haré eso: lo que quiera».

 

¿Y cuando acabes el grado, qué?

Seguramente haré algún máster o posgrado, pero todavía no lo he decidido. Tampoco tengo muy claro a qué me quiero acabar dedicando, pero no me cierro ninguna puerta. Me gustan sobre todo los servicios editoriales, la corrección, la traducción. También me gustaría dedicarme a la enseñanza, sobre todo a adultos o extranjeros.

 

¿Dar clases a extranjeros, sí?

Sí. De hecho, creo que nos infravaloramos mucho y nos queremos muy poco. El catalán está vivo en muchos lugares del mundo, muchos más de los que pensamos. Cuando explico a mis amigos los lugares donde puedes ir a trabajar como lector de catalán, alucinan. Parece que nos quieran más fuera de Cataluña que lo que nos queremos aquí. Por ejemplo, el mes pasado estuve dando clases de catalán a un matrimonio australiano que venía a pasar quince días en Barcelona y querían tener cuatro nociones básicas de catalán para vivir mejor nuestra cultura. Era un matrimonio muy culto, que ya conocía muchas lenguas románicas como el castellano, el italiano, el alemán, el portugués, el francés..., y eso facilitaba mucho el aprendizaje del catalán. En la segunda semana ya podíamos mantener una conversación sobre cualquier tema. El catalán está vivo y fuera de Cataluña hay gente que lo quiere aprender y nos quiere conocer, y a veces no se lo ponemos fácil. Fue una experiencia única que nunca olvidaré. Entre muchas cosas, me gustaría dedicarme a la enseñanza a extranjeros, porque es muy gratificante.

 

¿Y no quieres ser escritor?

¿Hablas de profesionalizarse como escritor, es decir, poder vivir solo de eso?

 

Sí. ¿No lo ves posible?

Creo que es complicado en el panorama literario actual, porque hay mucha precarización. Hoy en día, son pocos los autores que pueden vivir solo de la escritura. Pienso en Cabré, Monzó o Pàmies. Conozco escritores buenísimos que tienen que trabajar en otras cosas porque no pueden vivir únicamente de eso. Sí que puedes tener un golpe de suerte y ganar un premio importante bien dotado económicamente que te permita relajarte un poco, pero vivir de escribir es difícil y tienes que hacer otros trabajos como corrector, editor, profesor, o hacerte autónomo y trabajar para editoriales, etc. Pero es algo que tengo muy interiorizado y no me supone un gran problema, porque quiero hacer otras cosas aparte de escribir. Siento una gran estima por lo que he estudiado, y tengo ganas de explorar otros horizontes, como la enseñanza a adultos o a extranjeros, el mundo editorial... Y paralelamente, escribir. Siempre. Tampoco creo que pudiera dedicarme a escribir las veinticuatro horas: necesitaría salir a la calle, recibir estímulos, tratar con gente. Escribiendo soy muy intuitivo, y cuando me pongo a ello es porque se me enciende algo dentro. Raramente me pongo delante del ordenador para escribir sin tener algo que me hierva por dentro, he de tener la necesidad. Profesionalizarse como escritor implica tener la obligación de escribir, porque vives de eso y porque —no nos engañemos— debes comer. Por eso quiero trabajar en otras cosas que, además, también me enriquecerán y acabarán repercutiendo en lo que escriba.

 

¿A qué escritores jóvenes lees?

Hay gente muy buena que creo que está creando una nueva voz, y muy potente, como por ejemplo Irene Solà, Maria Cabrera, Guillem Gavaldà, Maria Isern, Eva Baltasar... También hay editoriales pequeñas e independientes que apuestan por nuevas voces, por la literatura de calidad, y que espero que cada vez más vayan desbancando las editoriales inmensas que ven el libro como un mero producto comercial. También hay muchos premios para gente joven, como el Documenta, el Francesc Garriga, el Salvador Iborra, y pienso que está muy bien que, de vez en cuando, se oxigene un poco el panorama literario.