Pilar y Aurora Cayero: «Nadie nace siendo mala persona; uno se hace así, un poco, por las circunstancias»

En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.
En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.
Entrevistas
(08/04/2019)

«Hemos aprendido más cosas de la profesión en esta hora y pico que en todo el primer cuatrimestre del grado». Así resumía una estudiante de Educación Social la experiencia de haber visto la obra Darrere la porta, un espectáculo escrito, dirigido e interpretado por Pilar y Aurora Cayero, dos educadoras sociales que han encontrado en el teatro el mejor modo de explicar las grandezas y las miserias de su dilatada experiencia en centros de menores de régimen cerrado. En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.

La Facultad de Educación tuvo el acierto de programar el espectáculo coincidiendo con el Día Mundial del Teatro e invitar a todo el alumnado. El éxito de la convocatoria superó cualquier expectativa y el espacio se quedó pequeño ante la asistencia masiva de estudiantes. Al finalizar la obra, las dos hermanas abrieron un turno abierto de palabra y respondieron a las preguntas e inquietudes del público. Después nos contaron cuáles habían sido sus motivos para embarcarse en este proyecto creativo.
 

 

En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.
En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.
Entrevistas
08/04/2019

«Hemos aprendido más cosas de la profesión en esta hora y pico que en todo el primer cuatrimestre del grado». Así resumía una estudiante de Educación Social la experiencia de haber visto la obra Darrere la porta, un espectáculo escrito, dirigido e interpretado por Pilar y Aurora Cayero, dos educadoras sociales que han encontrado en el teatro el mejor modo de explicar las grandezas y las miserias de su dilatada experiencia en centros de menores de régimen cerrado. En una mezcla trepidante de drama y comedia, las hermanas Cayero encarnan varios personajes cada una y alternan roles tanto de educadores como de internos.

La Facultad de Educación tuvo el acierto de programar el espectáculo coincidiendo con el Día Mundial del Teatro e invitar a todo el alumnado. El éxito de la convocatoria superó cualquier expectativa y el espacio se quedó pequeño ante la asistencia masiva de estudiantes. Al finalizar la obra, las dos hermanas abrieron un turno abierto de palabra y respondieron a las preguntas e inquietudes del público. Después nos contaron cuáles habían sido sus motivos para embarcarse en este proyecto creativo.
 

 

 

¿En qué momento decidisteis llevar al escenario vuestra experiencia como educadoras?

Aurora Cayero: Se me ocurrió durante una mudanza. Preparando las cajas encontré una libreta con las anotaciones que había ido tomando cuando empecé a trabajar en Justicia. A mí me gusta mucho escribir —de hecho, esta es la segunda obra de teatro que escribo—, y cuando empecé en Justicia, llegaba a casa tan impactada con lo que me había pasado en el trabajo, que necesitaba apuntar frases como «mi madre tiene catorce perros y los quiere más que a nosotros» o «a mi madre no la maté yo, la mató mi padrastro», que es lo que siempre ha afirmado un chaval acusado de doble homicidio porque cuando la policía llegó a casa se encontró los dos cadáveres. Encontrar esos apuntes fue la base. Le dije a mi hermana que teníamos un material muy potente y que teníamos que hacer algo con él.

 

¿Y Pilar enseguida se subió al carro?

Pilar Cayero: Yo no había trabajado de actriz a un nivel tan profesional como Aurora, que había hecho televisión y cine, pero tengo la carrera de Música y había hecho muchos bolos, por lo que me dejé convencer fácilmente.

 

¿Cuál es el objetivo último de la obra?

A. C. Tenemos un objetivo doble: sobre todo, y en primer lugar, dar voz a esos hombres y mujeres que están encerrados y que la sociedad invisibiliza, pero también queremos dar a conocer esta profesión que la mayoría de personas ignora. No tienen ni idea de la existencia de estos centros y ese desconocimiento hace que no entiendan cuál es nuestro trabajo.

 

La obra combina escenas de una crudeza extrema con episodios cargados de humor. ¿El día a día en los centros es realmente así?

A. C. Sí. Queríamos que la obra fuera, precisamente, un reflejo fiel de las situaciones a las que se enfrentan diariamente los jóvenes y los educadores de esos centros. Todas las historias son reales, han sucedido tal cual las explicamos. Hemos aprovechado vivencias experimentadas en primera persona y también otras que nos han explicado colegas a los que admiramos profundamente.

P. C. La obra pone de relieve que la realidad es muy diversa y que, si bien es cierto que hay educadores extraordinariamente humanos, también hay otros que son más egoístas o están más quemados. Y lo mismo sucede con los chavales. El abanico es muy diverso: hay personas de las que sabes que serán delincuentes toda la vida, y otras que, por ejemplo, gracias a estar en el centro podrán al menos sacarse la ESO.

 

Como espectadora, la obra me ha servido para romper con algunos prejuicios que tenía. Confieso, además, que los internos me han despertado más empatía que según que educadores.

P. C. ¿Sí?

 

Sí. Me tienen en el bolsillo.

P. C. Somos de la opinión de que si la sociedad fuera de otra forma y estos chavales hubieran nacido en otro entorno, con otros valores, seguramente no estarían encerrados. Estamos convencidas de que nadie nace siendo mala persona; que uno se hace así, un poco, por las circunstancias.

 

¿Cuál es la clave para no juzgar a alguien de quien sabes que ha cometido un homicidio o una violación?

A. C. Entender que esos chicos ya están juzgados. A nosotras no nos corresponde ni juzgarlos ni hacerles pagar su delito. Si no, nos habríamos hecho juezas o policías. No miramos los expedientes de los chicos; sencillamente intentamos que pasen el tiempo que están en el centro del mejor modo posible.

 

¿Qué consejo daríais a los estudiantes de Educación Social?

A C. Que tengan mucha mano izquierda y sentido común. Que decidan, de acuerdo con sus características personales, cuál es el modelo de educador que quieren ser. Y que bajen las expectativas y no crean que van a cambiar la vida de esos chicos.

P. C. También les diría que no se quemen, y que si sienten en algún momento que necesitan parar y coger aire, que lo hagan. Yo, durante muchos tiempo he trabajado seis meses al año, y el otro medio me lo he pasado viajando. Es una forma de oxigenarse y volver renovado.

 

Es un poco desmoralizador.

P. C. No. Es realista. Cuando yo voy a trabajar, lo que espero es que ese día estemos todos lo mejor posible. En el centro están un tiempo, de paso, y es muy difícil cambiar la vida de estos hombres y mujeres si en las familias y en los barrios no se hace un trabajo de verdad para modificar la realidad en la que se encontrarán cuando salgan del centro y vuelvan a su entorno.

A. C. Si después de ver la obra los estudiantes de Educación Social no abandonan el grado, tendremos unos compañeros de trabajo fantásticos.

 

Y por más duro que sea el trabajo y pese al talento artístico que tienen, siguen trabajando como educadoras sociales.

P. C. Es que es vocacional... Los chavales, cuando entro con la guitarra y les canto algo —porque la música siempre me ha ido muy bien para establecer dinámicas positivas con el grupo—, siempre me dicen: «Mola que seas educadora, ¿pero qué haces aquí? ¡Vete a Operación Triunfo!».

A. C. En mi caso es peor, se ríen: «Pues sí que te va mal de actriz, para que estés aquí aguantándonos».