Joan Aldavert, alumno de Estudios Literarios: «La escritura me sirvió para comunicarme con los jóvenes inmigrantes»

«Creo que lo que los medios de comunicación han hecho mucho es despersonalizar a estos jóvenes.»
«Creo que lo que los medios de comunicación han hecho mucho es despersonalizar a estos jóvenes.»
Entrevistas
(05/07/2019)

Joan Aldavert es alumno de Estudios Literarios de la UB. Su vocación es escribir, concretamente ficción, y es hacia donde está dirigiendo su formación. El libro que acaba de publicar, Barça ou Barzakh, no es, sin embargo, ninguna novela ni ningún relato breve fruto de la imaginación, sino la narración de su experiencia, el pasado verano, como educador en un centro de menores extranjeros no acompañados (MENA). En esta entrevista da algunas pinceladas sobre esa vivencia personal, sobre cómo la ha vinculado a su actividad de joven escritor y cómo ha influido en su visión acerca del fenómeno de la inmigración.

«Creo que lo que los medios de comunicación han hecho mucho es despersonalizar a estos jóvenes.»
«Creo que lo que los medios de comunicación han hecho mucho es despersonalizar a estos jóvenes.»
Entrevistas
05/07/2019

Joan Aldavert es alumno de Estudios Literarios de la UB. Su vocación es escribir, concretamente ficción, y es hacia donde está dirigiendo su formación. El libro que acaba de publicar, Barça ou Barzakh, no es, sin embargo, ninguna novela ni ningún relato breve fruto de la imaginación, sino la narración de su experiencia, el pasado verano, como educador en un centro de menores extranjeros no acompañados (MENA). En esta entrevista da algunas pinceladas sobre esa vivencia personal, sobre cómo la ha vinculado a su actividad de joven escritor y cómo ha influido en su visión acerca del fenómeno de la inmigración.

Accediste al trabajo en un centro de menores extranjeros no acompañados a través del contacto de un amigo, en un momento de urgencia en el que había que incorporar personal rápidamente. ¿Qué te hizo decidirte a realizar un trabajo tan alejado de tus estudios?

Era una oportunidad y toda una experiencia que yo quería tener. Lo que me asombró es que en el centro donde estaba había bastante gente de Estudios Literarios trabajando como educadores. Supongo que habían hecho alguna formación relacionada con ese trabajo después de la carrera, pero me sorprendió.

La entrada al centro fue un poco chocante, como entrar en otra dimensión, en otro mundo. De hecho, cuando lo recuerdo parece como algo irreal, como si fuera un sueño. Es como un pequeño mundo, como una pequeña África.

¿Qué te sorprendió más de los jóvenes inmigrantes?

Su alegría después de todo lo que habían pasado, sus ganas de relacionarse y su curiosidad por saber acerca de aquellos que les rodeaban. Son adolescentes que empiezan de nuevo, en otra tierra. Y, en cierto modo, hacen nuevas amistades, tanto con los demás chicos con quienes conviven como con los educadores. La ilusión es, quizás, su rasgo más distintivo. Esa misma ilusión es la que ha hecho que emprendieran un viaje tan arriesgado como el suyo, que toparan con una realidad que a menudo les resulta desilusionante, que no encaja con su propia fantasía. Pero es la ilusión en sí misma la que les permite seguir adelante. Se crean muchas expectativas que seguramente no llegarán a buen puerto —como, por ejemplo, creer que jugarán en el Barça—, pero mientras las tienen pueden ir avanzando.

Otra cosa en la que me fijé, ya durante la primera noche, es que en su mayoría son muy agradecidos. Sabían que estábamos allí para cuidarlos y, descartando algunos casos excepcionales, trataban de hacernos el trabajo más fácil. Algunos nos ayudaban a menudo, hacían de intermediarios o asumían papeles determinados para agilizar el trabajo. Son niños obligados a madurar antes de tiempo, como si hubieran salido de una incubadora de forma prematura. Abandonaron África y sus familias para conseguir un futuro mejor y dinero que enviar a casa. Ya parten de esa gran responsabilidad, la que se le exige a un adulto con hijos. Pero ellos ni siquiera han tenido tiempo de ser padres y, prácticamente, tampoco de ser hijos. Por eso siguen siendo niños y necesitan referentes que los guíen, como pueden ser los educadores u otros adultos que ocupen ese rol.

¿Tu trabajo como educador se relacionó de algún modo con tu vertiente de escritor?

El hecho de que yo fuera a la universidad influyó mientras trabajaba en el centro. Los chicos preguntaban: «¿Qué estás haciendo?» Y entonces yo decía: «Voy a la universidad, estudio literatura y soy escritor». «Escritor —me decían—; ¿qué escribes?». Les atraía mucho esa idea. Incluso uno me dijo: «Que estés en la universidad no es una suerte, sino que tú te lo has ganado». Yo a eso le di la vuelta y les dije: «El hecho de que vosotros estéis aquí, de que hayáis llegado a Barcelona, no es una suerte, sino que os habéis esforzado mucho para poder estar aquí. Y también tendréis que esforzaros mucho para aprender el catalán y el castellano para poder adaptaros». Entonces ellos me pidieron que les enseñara un montón de palabras en catalán, para compaginarlo un poco con lo que sabían de francés. Intenté comunicarme con ellos y, en ese sentido, la escritura me sirvió.

En el libro narras tu experiencia, pero también hay una parte de entrevistas. ¿Por qué?

Yo tenía claro que no soy ningún entendido en el tema, porque no soy educador social. Tenía muy claro que la realidad que había visto tampoco era la más objetiva, porque había muchas cosas que quizás eran rumores y que después las entrevistas desmintieron. Quise entrevistar a gente que realmente fuera entendida en el tema de la inmigración para darles voz.

En realidad, yo era como uno más de esos chicos subsaharianos que llegan aquí sin saber absolutamente nada. No hablan el idioma y están aquí y no entienden muy bien lo que está pasando. En mi caso fue un poco así: entré en un centro de acogida sin saber tampoco nada, y encima les llevaba poca diferencia de edad a los chicos subsaharianos que había allí.

¿Qué has aprendido de todo ello?

Primero de todo, a romper tópicos. Creo que lo que los medios de comunicación han hecho mucho es despersonalizar a estos jóvenes. Recuerdo que mientras estaba trabajando en el centro, los periódicos sacaban en portada a chicos inhalando pegamento y los presentaban como si fueran la gran mayoría de la inmigración, y no es así. Cada chico es un caso concreto. Además, se deben tener en cuenta los distintos colectivos. En cuanto a conducta, los subsaharianos son muy diferentes a los marroquíes. Es decir, no se puede generalizar. Incluso dentro del colectivo de subsaharianos, los chicos proceden de muchos países diferentes.

¿Entre los jóvenes hay una mentalidad más abierta en lo que respecta a la inmigración?

Depende de la familia de la que vengas y de las ideas que tengas. Aquí, en la universidad, yo veo, por ejemplo, gente que lee bastante y que es de extrema derecha. Me parece que depende mucho de tu propia familia. Pero en general, creo que la gente joven es mucho más abierta, intenta ponerse en la piel de los jóvenes inmigrantes, tal vez porque tienen casi nuestra edad.