David Bueno y Gemma Marfany: el placer de la divulgación

David Bueno y Gemma Marfany son profesores del Departamento de Genética, Microbiología y Estadística de la UB.
David Bueno y Gemma Marfany son profesores del Departamento de Genética, Microbiología y Estadística de la UB.
Entrevistas
(25/04/2019)

Los genetistas David Bueno y Gemma Marfany han recibido este año ex aequo la VI Distinción del Claustro de Doctores y del Consejo Social a las mejores actividades de divulgación científica y humanística. En esta entrevista, ambos explican cómo han disfrutado personalmente a la hora de transmitir a distintos públicos los conceptos básicos de la genética y la neurociencia.

David Bueno y Gemma Marfany son profesores del Departamento de Genética, Microbiología y Estadística de la UB.
David Bueno y Gemma Marfany son profesores del Departamento de Genética, Microbiología y Estadística de la UB.
Entrevistas
25/04/2019

Los genetistas David Bueno y Gemma Marfany han recibido este año ex aequo la VI Distinción del Claustro de Doctores y del Consejo Social a las mejores actividades de divulgación científica y humanística. En esta entrevista, ambos explican cómo han disfrutado personalmente a la hora de transmitir a distintos públicos los conceptos básicos de la genética y la neurociencia.

¿Por qué el gran público debe saber genética?

David Bueno: Porque somos genética. Desde la concepción, lo primero que somos es un grupo de genes. Y eso condiciona, determina, muchas características nuestras. Uno de los hitos que debemos asumir como humanidad es el de irnos entendiendo cada vez mejor, y eso comienza con la genética.

Gemma Marfany: Muchísimas actividades humanas están condicionadas por la genética. En el Neolítico, cuando la humanidad aprendió a cultivar, ya se sabía que había que cruzar especies: intuitivamente, ya iban cruzando plantas o animales para conseguir otros. Empezamos por ahí. Pero es que hay muchísimas otras cosas: no entenderás la medicina del futuro si no entiendes la genética. Son herramientas que nos ayudarán a afrontar nuestra vida. De todas formas, la gente ya es consciente de ello. Tú enseñas una doble hélice y todo el mundo sabe que eso es el ADN, aunque puede que no entiendan muy bien qué quiere decir ADN. Eso es cultura popular, porque antes nadie tenía ni idea de qué era la doble hélice. De algún modo, cierto conocimiento ha ido penetrando en la sociedad. Entonces, lo único que tenemos que hacer es construirlo.

¿Cómo empezasteis a divulgar? 

D.B.: Hubo un aspecto de simple necesidad, y luego encontré el placer. Cuando estuve en Oxford, me puse a traducir catálogos de elementos de laboratorio del inglés al castellano para tener unos ingresos extra. Al llegar aquí, gracias a Roser González, tu directora de tesis, Gemma, traduje unos libros de genética del inglés al castellano para tener un extra. Y cuando terminé, estando ya un poco mejor situado en cuanto a sueldo, me dije: «De todo eso que has aprendido sobre genética, ¿porque no haces un libro de divulgación?». Y lo hice por puro placer. Ahí es donde empezó el placer de divulgar, cuando descubrí mi gran pasión por la divulgación.

G.M.: Llegó un punto de mi vida en que, por razones personales, escribir fue como mi refugio. Y coincidió con que en esa época se puso en contacto conmigo un profesor de la UPC, que me conocía de las conferencias que yo impartía por voluntad propia. De hecho, me propuso que publicase un libro de divulgación sobre células madre, pero tú, David, estabas a punto de sacar uno sobre el mismo tema. Pensé que no tenía sentido que compitiésemos en un mundo tan pequeño como el de la divulgación. Por eso lo hice sobre genética forense. En ese momento, la serie CSI estaba en la cresta de la ola. Al cabo de nada de haber escrito ese libro, se nos ofreció a mí y a otra colega la posibilidad de escribir a dos manos un libro para la colección Catàlisi. Ambas impartimos en la Universidad la asignatura de Senescencia y Envejecimiento, que es un tema que atrae mucho a la gente. Simplificamos mucho los conceptos y hablamos de por qué envejecemos.

Al final, me ofrecieron ya algo más serio gracias a una traducción. Hace ahora dos años, por Navidad, hablando con Susana Balcells, me dijo que una amiga, la directora de la editorial La Campana, se había propuesto traducir un libro de Siddhartha Mukherjee titulado El gen. Es un libro magnífico que ha ganado el Pulitzer. La persona que estaba traduciéndolo, Xavi Pàmies —que por cierto, es un traductor excelente— dijo que necesitaba asesoramiento de algún genetista porque no se sentía seguro con los términos científicos. Me pasé toda la Navidad, como afición, repasando la traducción y comprobando que fuera correcta. ¡Me encantó! A partir de ahí me recomendaron para escribir divulgación en El Nacional, porque buscaban una mujer científica, un perfil que no tenían. Me lo propusieron y ahí estoy. Y me gusta mucho, es una actividad de la que disfruto. Pero todo es, en el fondo, pura serendipia.

D. B.: Siempre es así. Si el editor de El Punt Avui no hubiera leído en su momento el libro que yo había publicado, no me habría propuesto escribir en el diario, en el que todavía sigo colaborando. Y si Ignasi Aragay, el editor de cultura que entonces estaba en El Punt Avui y después uno de los directores del Ara, no me hubiera dicho «Escucha, ¿quieres venir también a escribir en el Ara?», ahora no lo estaría haciendo. G. M.: Hay gente que tiene muy claro que quiere hacer esto, y yo creo que en nuestro caso es porque nos gusta escribir y de alguna manera las circunstancias nos han favorecido.

Como divulgadores, ¿se sienten cómodos en todos los formatos?

D. B.: A mí, cualquier cosa que no sean redes sociales, me gusta mucho hacerla. He estado durante seis años en la radio con un programa quincenal de media hora, primero en COM Ràdio y luego en Ràdio 4. Este es el primer año que no lo hago, porque por horarios no me encajaba. Es cuestión de dar con tu registro; yo me he encontrado muy cómodo con las personas con las que he colaborado en la radio, porque me permitían hacer lo que yo quería. Era el registro que quería, y que además gustaba al público. Con TV3 también he colaborado. El año pasado, en el programa De bon humor, que emitían el domingo por la noche —demasiado tarde para mi gusto—, salía una cápsula de tres minutos de ciencia que hacía yo y en la que me sentía supercómodo. Además, llevo un blog de neurociencia aplicada a la educación y también me siento muy a gusto en él. Es muy interactivo, porque tú cuelgas tu entrada y la comenta mucha gente que te critica, o te lo agradecen, tú les contestas... Eso sí que me gusta mucho, pero no es la inmediatez del formato de las redes sociales.

G. M.: Yo me siento cómoda con los formatos habituales: radio, televisión, escritura de un artículo o de un libro. Todos tenemos una serie de destrezas, de habilidades, y creo que tienes que escoger el formato que se aviene con tu manera de ser. Twitter es la única red social que uso, y en mi caso es con un perfil muy científico, muy profesional. Para mí es un modo muy dinámico de mantenerme al día, pero estoy de acuerdo con David en que hay que escoger muy bien el perfil

¿Y la divulgación entre los más jóvenes?

G. M.: Para mí es muy refrescante, es romper con las dinámicas habituales. En general son bastante receptivos. Mi experiencia es que incluso a estudiantes de ESO que luego tal vez no harán nada de biología, les gusta lo que explicas, y te hacen preguntas. Las experiencias más divertidas las he tenido con gente aún más joven. Mis hijos han asistido a una escuela pública a la que fui cada año para hablar del ADN y los transgénicos, de todo eso. Y es muy divertido. Hacen unas preguntas tan ingeniosas... Algunas madres decían después: «¿Qué les has dado? Mi hijo tiene claro que quiere ser como tú, de mayor». Para mí son cerebros: vamos a jugar mentalmente.

D.B.: Tienes que saber ponerte a su nivel: si utilizas el lenguaje científico que usas en un seminario, lógicamente los pierdes, en treinta segundos ya no tienes a nadie allí contigo. Pero los tendrás allí si sabes encontrar la imagen divertida, curiosa, las palabras adecuadas. Es muy importante cómo te miras: no te tienes que mirar como un científico, te tienes que considerar como una persona que está allí con ellos. Ellos te perciben como un científico, pero no debes levantar una barrera en el sentido de «yo soy el científico y tú el alumno». Es una experiencia excelente, es de las más gratificantes que hay

 ¿Cómo se puede contribuir desde la Universidad a estas tareas de divulgación?

G. M.: Yo creo que, en general, la actitud de la UB respecto a la divulgación ha cambiado mucho. La UB Divulga, por ejemplo, intenta organizar muchas actividades y enganchar a mucha gente. No siempre se apunta todo el mundo, pero esto se está moviendo cada vez más. Por ejemplo, cuando vas al Salón de la Enseñanza, al Espacio Ciencia, muchas veces llevas a los doctorandos y se lo pasan en grande. O cuando haces la jornada de puertas abiertas, o en la Fiesta de la Ciencia de la UB. Por otro lado, está la lista de especialistas de la UB, en la que la gente se va poniendo en lo que se siente cómoda; amplías y diversificas los expertos. Y luego están los cursos: mañana estaré en uno del ICE sobre por qué tenemos que divulgar o por qué queremos hacerlo. Vas sembrando y, de repente, ves que hay un crecimiento sostenido de la gente a la que le interesa la divulgación.

D.B.: Yo creo que es muy importante el trabajo que se hace desde Comunicación. En el momento en que tú ves que un compañero ha escrito un artículo, un libro de divulgación, eso estimula a los demás a valorarlo y a que quizás algunos se apunten. Yo, por ejemplo, al principio tenía que ir llamando a la puerta de la gente para pedir que escribieran libros en la colección de divulgación Catàlisi, de cuya edición científica me encargo. Estuve un par de años buscando colaboradores. Ahora es al revés: me envían los libros, me llaman. Y en este momento estamos ya con las publicaciones de 2021, porque por presupuesto podemos editar cuatro o cinco cada año. Y tenemos cola de libros.