Buscar

Beatriz de Nazaret, Los siete modos de amor
Al cuidado de Blanca Garí de Aguilera

Beatriz de Nazaret, Los siete modos de amor

Al cuidado de Blanca Garí de Aguilera

Los siete modos de amor

Hay siete modos de amor que vienen de lo más alto y retornan de nuevo hasta lo más elevado.


El primero es un deseo activo de amor

Debe reinar en el corazón corazón por largo tiempo antes de vencer todo obstáculo, obrar con fuerza y vigilancia y crecer en él ardientemente. Este modo es un deseo que viene ciertamente del propio amor. El alma buena, que desea seguir fielmente a nuestro Señor y amarlo verazmente, es empujada a alcanzar y vivir en la pureza, en la nobleza y en la libertad en la que el Creador la hizo a su imagen y semejanza, y eso debe ser amado y conservado por encima de todo. Es por esa vía por la que quiere encaminar toda su vida, obrar, crecer, elevarse hacia un amor más alto, hacia un conocimiento de Dios más íntimo, hasta alcanzar la perfección para la que ha sido hecha, y a la que es llamada por Dios. A ello se aplica día y noche, y se dedica por completo. Ese es su ruego, su empeño y su súplica dirigida a Dios. Ese es todo su pensamiento: ¿cómo llegar ahí y cómo acercarse más íntimamente al amor, asemejarse a él por el adorno de todas las virtudes, y por toda la pureza de la más alta nobleza de amor? Esta alma examina a menudo seriamente lo que ella es y lo que debería ser, lo que tiene y lo que le falta a su deseo. Y con todo su celo, con gran anhelo y con todo el ingenio del que es capaz se esfuerza por guardarse y apartarse de cuanto pudiera serle obstáculo o estorbo en este asunto. Su corazón no descansa ni ceja jamás de buscar, reclamar, aprender, atrayendo hacia sí y guardando consigo cuanto pueda ayudarle a avanzar en el amor. Tal es el mayor empeño del alma colocada en este estado; en el que debe obrar y trabajar mucho para obtener de Dios, por su celo y su fe, el poder servir al amor sin que se lo impidan las faltas pasadas, con una conciencia conciencia libre, una mente pura, una inteligencia clara. Ese deseo de tan gran pureza y de una nobleza tal, proviene sin duda del amor y no del temor. Pues el temor nos hace obrar o padecer, tomar o dejar las cosas por miedo a la cólera de nuestro Señor y al juicio de ese juez justo, o a los castigos eternos, o a las penas temporales. Pero sólo el amor obra y se esfuerza por la pureza, por la alta y suprema nobleza, tal como es él en esencia, posesión y fruición. Y el amor enseña esta obra a aquellos que se entregan a él.


Segundo modo de amor

A veces [el alma] tiene otro modo de amor, en el que emprende la tarea de servir a nuestro Señor de manera totalmente gratuita, sólo con + amor, sin un porqué, sin recompensa de gracia o gloria; como una noble doncella que se emplea al servicio de su señor por puro amor, sin ningún salario, satisfecha de servirle y de que él se deje servir. De este modo quiere servir con amor al amor, amando sin medida, por encima de toda medida y por encima de todo sentido y razón humanos, con toda fidelidad. En este estado, ella arde de tal modo en deseo, tan presta a servir, tan dispuesta a sufrir, tan dulce en la penuria, tan alegre en la tristeza [que] con todo su ser no quiere sino complacerle a él. Hacer o sufrir lo que sea en servicio y honra de amor, eso es lo que le place y lo que le basta.


Tercer modo de amor

A veces el alma buena alcanza otro modo de amor que lleva consigo grandes penas y tormentos. Es decir, quiere satisfacer a amor y contentarlo en todo honor, en todo servicio, en toda obediencia y sumisión de amor. En ocasiones este deseo sacude con violencia el alma que, con pasión, se esfuerza por hacerlo todo, alcanzar toda virtud, sufrir o soportar todo y cumplir todas sus obras en el amor, sin medida ni consideración. En este modo está dispuesta a todo servicio, pronta e intrépida en las penas y la labor. Pero haga lo que haga permanece insatisfecha. Y este es entre todos su mayor dolor, no poder satisfacer a amor como desearía y encontrarse siempre en deuda con amor. Sabe bien que eso sobrepasa toda fuerza humana y está por encima de sus propios poderes, pues lo que desea es imposible y es en verdad irrealizable para las criaturas. Pues ella quiere hacer, por sí sola, tanto como todos los seres humanos juntos sobre la tierra y los espíritus en el cielo, como todos los seres creados de lo alto y lo bajo, y mucho más, para servir, honrar y amar al amor según su dignidad. Y lo que no alcanza con sus obras quiere suplirlo con una voluntad perfecta y un poderoso deseo. Pero ni siquiera eso la satisface. Sabe bien que el cumplimiento de tales deseos excede en mucho sus fuerzas y está por encima de todo sentido y de toda razón humanas y, sin embargo, no consigue moderarse, contenerse, tranquilizarse. Hace lo puede: rinde al amor gracias y alabanzas, obra y trabaja para amor y se ofrece por entero al amor, y todo lo que hace lo hace en amor. En todo esto no hay reposo para ella, pues le causa gran dolor haber de desear lo que no puede conseguir. Le es necesario permanecer en tormento del corazón y habitar en la pesadumbre. Y así le parece que muere viviendo y muriendo sufre el infierno. Toda su vida es infernal, y no es sino desgracia y aflicción por el horror de los espantosos deseos que no puede ni satisfacer, ni aplacar o apaciguar. Le es necesario permanecer en este tormento hasta el momento en que nuestro Señor la consuele y la lleve a otro modo de amor y deseo, hacia un conocimiento más íntimo de sí mismo. Sólo entonces puede actuar según lo que le es dado por nuestro Señor.


Cuarto modo de amor

nuestro Señor acostumbra a procurar otros modos de amor, ya en grandes delicias, ya en grandes penas. De ello quiero hablar ahora. En algunos momentos hace que el amor despierte suavemente en el alma y se eleve radiante y conmueva el corazón sin acción alguna de naturaleza humana. Entonces el corazón es tocado por tan tierno amor, atraído en el amor por tal deseo, tomado por amor con tanta fuerza, subyugado por amor tan impetuosamente, y tan íntimamente estrechado en el abrazo de amor que [el alma] es conquistada totalmente por amor. Experimenta así una gran intimidad con Dios, una iluminación intelectiva, un goce maravilloso, una noble libertad, un dulce embeleso, un gran dominio del fuerte amor y una desbordada plenitud de satisfacción cumplida. Y siente entonces todos sus sentidos santificados en amor y su voluntad transformada en amor, y tan profundamente se sumerge y es absorbida en el abismo de amor que ella misma ya no es sino amor. La belleza de amor la hace bella, la fuerza de amor la subyuga, la dulzura de amor la absorbe, la grandeza de amor la sumerge, la nobleza de amor la estrecha, la pureza de amor la atavía, la altura de amor la eleva y la une a sí misma, de forma que ha de ser toda amor y sólo amor puede ejercer. Cuando siente esta sobreabundancia de delicias y esta plenitud del corazón, su espíritu se abisma por entero en amor, su cuerpo desfallece, su corazón se disuelve y sus fuerzas le abandonan. Tan por completo dominada por amor, apenas puede sostenerse y a menudo pierde el uso de sus miembros y sentidos. Tal y como una copa llena desborda y se derrama al mínimo movimiento, así en ella, conmovida y abrumada por la plenitud de su corazón, sin querer, desborda.


El quinto modo de amor

Sucede a veces que amor se despierta en el alma como una tempestad, con gran estrépito y gran furor y parece como si el corazón fuera a quebrarse por la fuerza del asalto y el alma hubiera de salir de sí misma en la entrega al amor y en su irrupción. Es arrastrada entonces en el deseo de amor y el cumplimiento de sus obras, grandes y puras, y quiere satisfacer al amor en sus todas sus exigencias. O bien quiere reposarse en el dulce abrazo de amor, en la deliciosa bienaventuranza y en la posesión de todo bien, de modo que su corazón y todos sus sentidos lo desean, lo buscan con celo y lo reclaman con pasión. Cuando se halla en este estado, [el alma] se encuentra tan fuerte de espíritu, abraza tantas cosas en su corazón, siente tal fortaleza en su cuerpo, es tan ágil en sus actos, tan activa interior y exteriormente, que todo en ella, según le parece, es ocupación y trabajo, al mismo tiempo que su cuerpo permanece en calma. Se siente no obstante arrastrada desde el interior, arrebatada por el amor, presa de la impaciencia y de las múltiples penas de una profunda insatisfacción. Ora es la propia experiencia de amor lo que la hace sufrir, sin un porqué, ora el deseo de esos bienes que reclama o la insuficiencia de la fruición de amor. A instantes el amor pierde en ella hasta tal punto la medida, brota con una tal vehemencia y agita el corazón con tal fuerza y tan furiosamente, que éste parece herido por todos lados y sus heridas no cesan de renovarse, cada día con dolor más amargo y con nueva intensidad. Y le parece que sus venas se rompen, que su sangre se derrama, que su médula se marchita: sus huesos desfallecen, su pecho arde, su garganta se seca, su rostro y todos sus miembros sienten el calor interior y el furor de amor. Otras veces es como una flecha que atraviesa su corazón hasta la garganta y más allá hasta el cerebro, y le hace perder el sentido, o como un fuego devorador que atrae cuanto puede consumir; tal es la violencia con la que experimenta el alma en su interior la acción de amor, implacable, sin medida, apoderándose de todo y devorándolo todo. Así es atormentada y su corazón es herido y desfallecen sus fuerzas. Pero el alma es alimentada, su amor es amamantado y su espíritu arrebatado por encima de sí mismo. Pues el amor está tan por encima de toda capacidad de comprensión, que no se lo puede aprehender. Y de ese sufrimiento desea a veces deshacer el lazo, quebrar la unión de amor. Pero ese lazo la estrecha tan de cerca, la inmensidad de amor la sujeta de tal manera, que no puede mantener medida ni razón, no puede atender al buen sentido, ni moderarse, ni esperar sabiamente. Pues cuanto más recibe de lo alto, más reclama; cuanto más le es revelado, más la empuja el deseo de acercarse a la luz de la verdad, la pureza, la nobleza y la fruición del amor. Y atraída y estimulada siempre con más intensidad, nada la satisface o la calma. Lo que más la aflige y la atormenta es lo que más la cura y la consuela; lo que más profundamente la hiere es su única salud.


El sexto [modo] de amor

Cuando la esposa del Señor se ha alzado y ha avanzado en santidad, experimenta entonces otro modo de amor con un conocimiento más íntimo y elevado. Siente que amor ha triunfado en su interior sobre sus oponentes, que ha colmado sus insuficiencias, que ha dominado sus sentidos, ornado su naturaleza, dilatado y exaltado su ser, tomándolo totalmente sin resistencia; y así posee su corazón en seguridad para obrar libremente o reposarse en la fruición. En este estado todo es poco para el alma , y todo cuanto pertenece a amor es fácil de hacer o de dejar de hacer, de sufrir o de cargar y le resulta dulce ejercerse en el amor. Experimenta entonces una potencia divina, una pureza límpida, una suavidad espiritual, una libertad ferviente, un sabio discernimiento, una dulce igualdad con nuestro Señor y un conocimiento íntimo de Dios. Entonces es semejante a un ama de casa que ha arreglado su casa, la ha dispuesto sabiamente y bellamente la ha ordenado, la custodia con cuidado y obra con discreción. Mete y saca, hace o evita hacer según su agrado. Así sucede con esta alma: ella es amor, y amor reina en ella, poderoso y soberano, en la acción y en el reposo, en lo que emprende o en lo que evita hacer, en las cosas exteriores e interiores, según su voluntad. Y como el pez que nada a lo largo y ancho del río o reposa en sus profundidades, como el pájaro que vuela audaz en las alturas celestes, así siente ella que vaga su espíritu libremente en lo alto y lo profundo, y a lo largo y ancho de amor. El poder del amor ha requerido y conducido a esta alma, la ha guardado y protegido, le ha dado la prudencia y la sabiduría, la dulzura y la fuerza de amor. Pero este poder el amor lo ha mantenido oculto al alma hasta el momento en el que ha ascendido a nuevas alturas y se ha convertido en dueña de sí misma, de forma que amor reina en ella incontestable. Entonces amor la ha hecho tan audaz que no teme ni hombre ni demonio, ni ángel ni santo, ni a Dios mismo, en lo que hace o deja de hacer, en la actividad y en el reposo. Y siente bien entonces que el amor está en ella tan despierto y tan activo cuando su cuerpo está en reposo como cuando se emplea en múltiples obras. Sabe y siente que ni trabajo ni sufrimiento importan al amor cuando reina en el alma. Pero los que quieren alcanzarlo deben buscarlo en el temor y seguirlo en la fe, ejercerse con ardor y no ahorrarse esfuerzos ni dolores, y soportar con paciencia oprobio y desprecio. No hay cosa pequeña que estas almas no hayan de tener por grande, hasta que el amor victorioso obre en ellas sus obras soberanas, haga pequeñas las grandes cosas, facilite toda labor, dulcifique toda pena, y las libere de toda deuda. Esto es libertad de conciencia, dulzura de corazón, sabiduría de los sentidos, nobleza del alma, elevación de espíritu y comienzo de la vida eterna. Es una vida angélica ya en este mundo, a la que sigue la vida eterna. ¡Que Dios en su bondad se digne a concedérnosla a todos!


El séptimo modo de amor

El alma bienaventurada conoce todavía un séptimo modo de amor sublime, que opera en ella interiormente un singular trabajo: es atraída por amor por encima de su humanidad, por encima de la razón y de los sentidos humanos, por encima de toda obra de nuestro corazón; atraída por el mero amor eterno en la eternidad del amor, en la ininteligibilidad, en la anchura y altura inaccesibles y en el profundo abismo de la Deidad que es todo en todo y que permanece incognoscible por encima de todo, inmutable, todo ser, todo poder, todo inteligencia, todo obra soberana. [El alma] se abisma entonces tan tiernamente en el amor, y es atraída con tanta fuerza por el deseo, que su corazón estremecido se consume y no puede contener interiormente el aliento, su alma fluye fuera de sí y se desvanece en amor, su espíritu enloquece en el fuerza del deseo, todos sus sentidos tienden hacia la fruición de amor en la que quieren establecerse. Eso es lo que exige de Dios con insistencia, lo que busca en Dios con ardiente corazón; no puede sino quererlo, pues el amor no le deja respiro ni reposo, ni paz de ningún tipo. Amor la exalta y la rebaja, la atrae a sí y luego la atormenta, le da muerte y le da vida, la sana y la hiere de nuevo, la hace enloquecer y de nuevo la vuelve sabia. De este modo la atrae al estado más alto. Y es así como, elevada en espíritu por encima del tiempo, en la eternidad, por encima de los dones de amor, está fuera del tiempo, por encima de todos los modos humanos de amar y, en su deseo de trascendencia, por encima de su propia naturaleza. He ahí todo su ser y toda su voluntad, su deseo y su amor: establecerse en la certeza de la verdad y en la pura claridad, en la alta nobleza y en la belleza deliciosa, en dulce asociación con estos espíritus superiores que fluyen en oleadas de amor mientras conocen a su amor y lo poseen claramente en la fruición. Su voluntad permanece allá arriba, errante entre los espíritus celestes, especialmente con los ardientes Serafines. En la gran Deidad y en la altísima Trinidad está su amable reposo y su deleitosa morada. Busca a su Amado en su majestad, le sigue y lo contempla con el corazón y el espíritu. Lo conoce, le ama, lo desea de tal modo que no ve ni santo, ni ser humano, ni ángel, ni criatura alguna, sino sólo en ese amor común por el que ama todo en Él. Sólo a él ha escogido en el amor, por encima de todo, en el fondo de todo y en todo; con toda la pasión de su corazón y con toda la fuerza de su espíritu desea verlo, poseerlo, alcanzar su fruición. Por ello la tierra es para ella un gran exilio, dura prisión, tormento cruel. Desprecia el mundo y la tierra le disgusta; nada de lo terreno puede deleitarla ni satisfacerla y es gran pena para el alma deber vivir lejos y extranjera en todo lugar. Su exilio no puede olvidarlo, su deseo no la apacigua, su anhelo la atormenta penosamente. Experimenta pasión y martirio, sin medida ni piedad. Siente pues una gran ansiedad por verse liberada de este exilio y descargada de los lazos del cuerpo y repite sin cesar con ardiente corazón las palabras del Apóstol: “Cupio dissolvi et esse cum Christo”, es decir, querría ser desligada y permanecer con Cristo ( Carta a los Filipenses 1,23 ). Así anhela el alma con violento deseo y dolorosa impaciencia ser liberada y permanecer con Cristo, no por hastío de esta vida, ni por temor a las penas por venir, sino que es en virtud de un amor santo, amor eterno, por lo que desea ardiente y vehementemente alcanzar el país de la eternidad, la gloria de la fruición. Su anhelo es tan profundo e intenso, su impaciencia tan dura y pesada, la pena que soporta tan indecible, que el deseo la atormenta. Le es necesario vivir en la esperanza, y esa misma esperanza le lleva a sufrir y penar. ¡Ah, santos deseos de amor, qué fuerza cobráis en un alma amante!, es una pasión bienaventurada, un agudo tormento, un dolor constante, una muerte terrible y una vida muriendo. El alma no puede ni subir allá arriba ni sentirse en paz ni permanecer aquí abajo. No puede soportar pensar en Él de tanto que lo desea y el pensamiento de estar privada de Él le llena de dolor. Por ello debe vivir en gran tormento. Y así [el alma] ni puede ni quiere ser consolada, como dice el Profeta: “Renuit consolari anima mea”, es decir, mi alma rechaza el consuelo ( Salmos, [76]-77, 3 ). Sí, lo rechaza a menudo de Dios mismo y de las criaturas, pues todo consuelo que recibe, sólo hace crecer su amor, la atrae a un estado más alto y renueva su deseo de fruición y hace que le resulte aun más intolerable este exilio. Permanece pues desapaciguada, desconsolada a pesar de los dones que puede recibir, mientras se halla privada de la presencia del Amado. Es vida de arduos trabajos esta en la que el alma rechaza todo consuelo y no admite tregua en su búsqueda. El amor la ha llamado y la ha conducido, le ha mostrado sus caminos en los que ella ha permanecido fielmente en duras penas, pesados trabajos, con ardiente pesadumbre y poderosos deseos, gran paciencia y gran impaciencia, en las dulzuras y dolores y numerosos tormentos, en la búsqueda y en la súplica, en la escasez y la abundancia, en la subida y la suspensión, en la persecución y el seguimiento, en la necesidad y en la inquietud, en la angustia y la preocupación, en la zozobra y en la desolación, en la inmensa fe y a menudo también en grandes dudas. En la alegría o el dolor está dispuesta a cargarlo todo. En la muerte o en la vida quiere entregarse al amor. Soporta en su corazón sufrimientos inmensos y, sólo por amor, quiere alcanzar su región. Cuando ha conocido todo esto, la gloria es su único refugio. Pues ésta es la obra de amor: desear la unión más íntima y el estado más alto, donde más el alma se entrega al amor. [El alma] no cesa pues de buscar el amor, querría conocerlo y gozarlo siempre, pero eso es algo imposible en este exilio, por ello quiere emigrar hacia el país en el que ha cimentado su morada y fijado su deseo, allí donde reposa en el amor. Pues sabe bien que es allí donde cesará todo obstáculo y el Amado la abrazará tiernamente. Contemplará apasionadamente al que tan tiernamente ha amado; poseerá en salvación eterna al que tan fielmente ha servido; gozará en plenitud de aquel que por amor tan a menudo ha abrazado en su alma. Entrará así en la alegría de su Señor, como dice san Agustín: “Qui in te intrat, intrat in gaudium Domini sui et cetera”, es decir, aquel que entra en ti entra en el gozo de su Señor y no temerá más, sino que será bienaventurado en el soberano Bien ( Conf. II, 10,18 , Mt,25,21 ). Entonces el alma se unirá a su esposo y será un solo espíritu con él, en una confianza indisoluble y en un eterno amor. Los que en el tiempo de la gracia lo han practicado gozarán de él en la gloria eterna, donde nada nos ocupará sino la alabanza y el amor. ¡Dios quiera conducirnos allí a todos! Amen.

Creative Commons License
Esta obra tiene licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España (CC BY-NC-SA 3.0).

Una versión imprimible de este texto está disponible para su descarga. Reconocimiento de autoría, edición y fuente es necesaria para su uso, reutilización o difusión.

[ocultar] Curadora

Blanca Garí de Aguilera

Nació en Barcelona en noviembre de 1956. Es catedrática de Historia Medieval. Formada como medievalista en Barcelona, París, Génova y Freiburg, es doctora en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora desde 1986 en la Universidad de Barcelona. A lo largo de su trayectoria profesional ha desarrollado tres líneas principales de investigación en torno a las que giran todas sus publicaciones: Estructuras de parentesco y resolución de conflictos en la sociedad feudal; Espacios de encuentro mediterráneos; y sobre todo desde los años noventa trabaja en el campo de la espiritualidad medieval, especialmente sobre la mística y la religiosidad femenina. Coordina el grupo de investigación TEF (Topografía de la espiritualidad femenina) y el proyecto “Claustra. Atlas de espiritualidad femenina de los Reinos Peninsulares”. Forma parte de la "Bibliotheca mysthica et philosophica Alois M.Haas" de la Universitat Pompeu Fabra i del Instituto de Culturas Medievales IRCVM de la Universidad de Barcelona.


[abrir] [cargar] Neerlandés medio (Blanca Garí de Aguilera)
[abrir] Glosas (Blanca Garí de Aguilera)
[abrir] Tesauro (extracción automática)