La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

Área: Temas

Los dos infinitos: la materia primera y DiosMaría-Milagros Rivera Garretas.

Introducción

La Historia que se escribe tiene, por lo general, la intención de relatar, interpretándola, la experiencia humana en el tiempo. En el tiempo, la criatura humana que protagoniza y padece la historia, no se presenta como un ser o persona abstracta, sino como una mujer o un hombre; porque la criatura humana es sexuada, siempre y en todas partes.

Que en el mundo hay y solo hay mujeres y hombres, niñas y niños, la gente lo aprendemos al aprender a hablar. Al enseñarnos a hablar –es decir, al enseñarnos la lengua materna-, la madre nos enseña a referirnos a las niñas en femenino y a los niños en masculino. Percibiendo el hecho de la diferencia sexual, aprendemos a observar y a apreciar la historia en grande, ya que el mundo lo enriquecen las interpretaciones y las expresiones libres del hecho de ser mujer y del hecho de ser hombre: una cualidad humana indispensable e irreducible, que lo marca todo.

Ocurre, sin embargo, que, cuando leemos una obra científica de Historia, constatamos que su autor o su autora casi nunca habla en femenino y en masculino sino en neutro: en ese neutro pretendidamente universal que tanto y con tanta razón denunció el feminismo, y que el positivismo del siglo XIX ha impuesto como lenguaje científico. Son obras de historia que no registran –separándose de este modo de la lengua materna aprendida en la infancia- el hecho histórico fundamental que es que la historia la hacemos y la padecemos mujeres y hombres. Por eso, sus libros llevan títulos como El hombre medieval o La filosofía del hombre o Los indios del Caribe o El niño en la literatura renacentista.

No lo hacen por una cuestión de economía del lenguaje ni de falta de espacio, pues generalmente son obras que se explayan en todo tipo de detalles de moderado interés, sino por una cuestión política: desde el Humanismo y el Renacimiento, la cultura llamada occidental ha perseguido y persigue con perseverancia las expresiones libres de la diferencia de ser mujer en la historia; pretendiendo, en cambio, contra toda evidencia de los sentidos, que el lenguaje neutro incluye también a las mujeres. Pero, como da la casualidad de que el lenguaje neutro no es neutro sino que coincide con el lenguaje masculino, ocurre que, cuando una lectora se acerca a una obra científica de historia con la esperanza de saber algo acerca de su pasado, la opacidad es total. En ella, las mujeres no se ven porque el lenguaje masculino nos priva de nuestro infinito propio.

Hay, pues, hoy, entre la historia y los libros científicos de historia, entre la vida y la historiografía, una desconexión fundamental, un agujero por el que se escapan muchas cosas: tantas, que cada vez más gente prefiere leer novela histórica y no ensayo para conocer un episodio del pasado. La desconexión consiste en que el fundamento de la historia viva son las relaciones de los sexos, y, en cambio, el fundamento de las obras científicas de Historia son las acciones de un hombre neutro pretendidamente universal: un hombre curioso, que no es, en realidad, ni hombre ni mujer.

La diferencia sexual en la Historia

Sin embargo, fuera de los ámbitos regidos por el positivismo científico, las mujeres han escrito siempre historia teniendo en cuenta el sentido libre de su ser mujer. Lo han hecho sobre todo en el entre-mujeres, estuviera este en los conventos y monasterios, en las instituciones de canonesas, en el mundo de las beguinas y beatas, en las cortes femeninas de la realeza, de la nobleza y de la burguesía, en los grupos feministas, en relaciones duales entabladas y sostenidas en cualquier sitio y tiempo, en las fundaciones culturales, educativas o políticas femeninas, etc. Los textos de la trovadora Anónima 2, de Cristina de Pizán y de Teresa de Cartagena, son unos pocos ejemplos de ello.

En sus relatos de historias vividas, ellas escribieron en femenino para referirse a las mujeres y en masculino para referirse a los hombres. Con este gesto político expresado en la lengua, le dejaron abierta a ellas y a ellos su dimensión infinita propia, dimensión infinita en la que es posible la libertad.

Decir que cada sexo tiene su infinito propio, implica entender que existen en el mundo dos infinitos, el femenino y el masculino. Esto choca con la costumbre actual de dar por supuesto, sin pensarlo mucho, que el infinito es solo uno, como es solo uno Dios o sola una la cumbre o solo uno el presidente o el principio del pensamiento o del ser. Y, sin embargo, la cosmogonía de la Europa feudal se formó en torno a dos principios creadores, cada uno de los cuales era entendido como de alcance cósmico. Estos principios creadores eran el principio femenino y el principio masculino. Esta manera de ver el mundo se expresó, por ejemplo, en una teoría que se llama la doctrina de los dos infinitos. Decía esta doctrina que en el mundo hay dos infinitos, que son: la materia primera o materia prima y Dios. La materia primera es el principio creador femenino, Dios es el principio creador masculino.

Esta teoría, apegada a la vida en su sexuación, fue perseguida a partir del siglo XIII por la jerarquía eclesiástica católica, que se sirvió para ello de la escolástica, de las universidades y de la tortura y la pena de muerte.

Algunas mujeres se hicieron, sin embargo, depositarias de la memoria de la doctrina de los dos infinitos y, de maneras distintas según sus circunstancias históricas, la recordaron en sus escritos a lo largo de los siglos siguientes, hasta la actualidad.

Indicaciones didácticas

Con el fin de percibir la actualidad de la teoría o doctrina de los dos infinitos, puede ser muy interesante leer y comentar un fragmento de la novela de Clarice Lispector titulada Cerca del corazón salvaje(1944), en el que revive la memoria de la materia primera como principio creador femenino de alcance cósmico. Porque la teoría de lo dos infinitos ayuda a desentrañar un enigma de la política de nuestro tiempo, enigma que se expresa con la metáfora del “techo de cristal”. El techo de cristal aparece cuando una mujer no puede lograr algo –algo que desea- porque ocurre que ella no es un hombre: algo –el ser un hombre- que ella no podría, en sustancia, llegar a ser, aunque pueda emularle o parecerlo. En una política que coincida con la teoría de los dos infinitos, no hay techo de cristal, ya que ni la mujer es entendida como la medida del hombre, ni el hombre es entendido como la medida de la mujer: ella tendría su infinito propio, él, el suyo.

Imágenes
Dama tocando el arpa

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Una juglaresa

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Cristina de Pizan escribiendo en su estudio

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Las tres virtudes ─Razón, Rectitud y Justicia─ se le aparecen a Cristina de Pizan

Las tres virtudes ─Razón, Rectitud y Justicia─ se le aparecen a Cristina de Pizan

Construcción de las murallas de la Ciudad de las Damas

Construcción de las murallas de la Ciudad de las Damas

Rectitud, Cristina y damas ilustres ante la Ciudad de las Damas

Rectitud, Cristina y damas ilustres ante la Ciudad de las Damas

Autógrafo de Juana de Mendoza, escrito en una bella letra humanista (s. XV)

Autógrafo de Juana de Mendoza, escrito en una bella letra humanista (s. XV)

Comienzo del libro Admiración de las obras de Dios, de Teresa de Cartagena, dedicado a Juana de Mendoza

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