Crítica y decisión
 Acerca de la perspectiva retórica del lenguaje en Paul de Man

 
  Elisenda Julibert

 


 

Hay algo extraño en el hecho de hablar y escribir. El error irrisorio y asombroso de la gente es que cree hablar en función de las cosas. Todos ignoran lo propio del lenguaje, que sólo se ocupa de sí mismo.

Novalis

 

Uno de los reproches que con mayor frecuencia –y acritud– se hace a Paul de Man es el de que la lectura de sus textos produce la sensación de haberse quedado, como se dice comúnmente, con las manos vacías. Es cierto que el crítico belga no tenía demasiada confianza en poder brindar nada, a juzgar por lo que él mismo admitía al afirmar cosas tales como que “es mejor fracasar enseñando lo que no debería ser enseñado que triunfar enseñando lo que no es verdad” [1]. Pero lo que convendría evaluar es si tal efecto es el producto de la pereza mental, o de la incapacidad intelectual del autor, o si se trata de un resultado meditado e incluso fundado en algunas buenas razones. Como, al dejarnos con “las manos vacías”, de Man no hace sino continuar una labor que se remonta, por lo menos, hasta los primeros románticos, lo que se trata de enjuiciar es una manera de hacer crítica, y no sólo lo que despectivamente podría calificarse, si no se ha hecho ya, de terco nihilismo demaniano.

Conviene no olvidar que de Man convoca una y otra vez a una serie de figuras como Friedrich Schlegel, principal exponente del Círculo de Jena e inspirador de los fragmentos del Lyceum y del Athenaeum, pero también a Walter Benjamin, Friedrich Nietzsche o Soren Kierkegaard, en cuanto exponentes de una actividad crítica tan exigente y molesta como incontestable. Al recurrir a estos autores Paul de Man no invoca el principio de autoridad sino que indica, precisamente, la “originalidad” que entraña su manera de hacer y de entender la crítica. De modo que lo primero que habría que advertir es que el rechazo que nos inspira el ejercicio de la crítica tal y como lo practica Paul de Man entraña por fuerza, lo supiéramos o no, el rechazo a una de las principales contribuciones de la filosofía desde los últimos doscientos años.

Por desgracia no se trata, como parece evidenciar la resistencia que suscita el trabajo del crítico belga, de una de las aportaciones mejor comprendidas ni mayormente adheridas. Cuando menos hay que admitir a los detractores de los procedimientos críticos que nos ocupan que Friedrich Schlegel se equivocaba, en los inicios de la andadura crítica a la que se sumó más tarde de  Man, al suponer  que “en el siglo XIX todo el mundo podrá saborear después de la cena los fragmentos con mayor satisfacción y placer, y sin necesidad de cascanueces para los fragmentos más duros e indigestos”[2].

El quehacer crítico, concebido como un ejercicio de minuciosa lectura que saque a la luz la manera en que el texto produce sentido, continua resultando indigesto en el siglo XXI, y sigue requiriendo cascanueces e inhibiendo el irrenunciable placer de la lectura que todo individuo moderno en su sano juicio se encarga de exigir y a falta del cual, naturalmente,  se siente impelido a acusar de aguafiestas a quienes pretenden privarle de su felicidad. Ello explica que, mientras los aburridos artículos de Paul de Man, o los incomprensibles fragmentos de Schlegel, descansan en las estanterías de las bibliotecas universitarias tras años sin ser consultados ni leídos, los textos de autores como Steiner (o Manguel) alcancen los primeros puestos en las listas de los libros más vendidos en la categoría de “no-ficción”. Porque ellos, cada uno a su manera, restituyen a los lectores el placer de la lectura brindándoles el sentido de las grandes obras prolijamente elaborado y con ello, alientan a los lectores a intentar algo parecido –salvando  las distancias, claro. Poco importa si ocultan algo del conocimiento que otros lectores han alcanzado desde, por lo menos, el siglo XVIII: que les escamoteen, por ejemplo, el hecho de que, lamentablemente, no podemos concebir las relaciones entre las palabras y las ideas como lo hizo Platón, porque ¿a qué lector de Manguel le importa que Platón se vea obligado por la historia a dialogar con de Man? Si le importara posiblemente usaría su tiempo leyendo textos menos complacientes.  

De las cosas que dice Paul de Man a lo largo de sus múltiples artículos dedicados a la obra de tantos otros autores, nos limitaremos a comentar sólo algunas de ellas, en concreto las que permiten comprender el fastidio que provoca su trabajo entre la mayoría de sus ya hoy escasos lectores. Nos centraremos pues en la noción de resistencia a la teoría, de retoricidad del lenguaje y de indecidibilidad e intraducibilidad del significado, confiando en que nos permitan mostrar el vínculo que une determinada noción del lenguaje con la noción de crítica.

Según de Man la expresión de “resistencia a la teoría” alude a dos fenómenos. En primer lugar a la reserva que inspiraron entre los escritores del New Criticism las propuestas teóricas de una serie de autores en la estela de Saussure, que pretendían desentrañar el significado de los textos literarios  a partir de los principios de la lingüística y la semiótica, dejando al margen otras consideraciones de tipo histórico, biográfico o estético.  La resistencia se refiere aquí entonces a la pugna entre dos maneras de abordar los textos: una que se ajusta a lo que comúnmente entendemos aún hoy por crítica aunque más bien debería calificarse de reseñismo; y otra, la de la teoría literaria, con pretensiones “científicas” o con afán de un cierto conocimiento contrastable, y dedicada a desentrañar cómo opera la producción de significado en los textos literarios. Por suerte, de Man no se entretiene demasiado en abundar en este conflicto y muy pronto brinda una noción de resistencia bastante más interesante, sobre todo desde el punto de vista crítico que nos interesa evaluar.

Así pues, en segundo lugar la resistencia a la teoría se refiere a la dificultad de la teoría literaria, es decir, de esta nueva forma teórica de leer los textos, para cumplir con su propósito de esclarecer el significado por recurso exclusivo a la gramática o a la lógica. Esta dificultad tiene que ver con lo que de Man llama la retoricidad del lenguaje y que ilustra señalando momentos en que el significado resulta ambiguo, en que no es posible determinar con certeza qué significa una palabra, proposición o pasaje literario en el contexto en el que aparece. En dichos pasajes se produce lo que de Man califica de indecidibilidad, porque ni la gramática ni la lógica nos permiten decidir cuál de los significados posibles que alberga una expresión es el que cabe adoptar para proseguir la lectura y alcanzar el sentido del texto. Los ejemplos que de Man ofrece de retoricidad del lenguaje, es decir de palabras, de pasajes literarios, de poemas o de tratados, cuyo significado resulta indecidible, son incontables, e incluso podría decirse que la totalidad de su obra compuesta de artículos es en parte una colección de ilustraciones de la retoricidad del lenguaje a través de las diversas formas textuales.

El principal problema de estos momentos de indecidibilidad causados por la inevitable retoricidad del lenguaje, esto es, por su constitutiva ambigüedad, no es que impida continuar leyendo, que debamos abandonar la lectura y entregarnos al sinsentido, a pesar de que esto sea lo único que algunos lectores alcanzan a entender. El problema es que, a causa de la ambigüedad de ciertos pasajes, palabras o proposiciones, reparamos en que el significado no opera como la teoría literaria prevé y que, por lo tanto, no es susceptible de ser elucidado desde el punto de vista meramente lingüístico, esto es lógico y gramatical. Para entender estas situaciones de indecidibilidad es preciso un abordaje retórico que nos permita observar el lenguaje desde el punto de vista de las figuras que describe. Figuras, por poner el caso más claro, como la ironía, incomprensible desde el punto de vista gramatical e inadmisible desde el de la lógica, pero tan frecuente en el uso ordinario o literario del lenguaje. Si de Man, como Friedrich Schlegel, Benjamin, Kierkegaard o el propio Derrida, han prestado la debida atención a la ironía es por cuanto ella ilustra de manera especialmente privilegiada esta dimensión del lenguaje, fuente de ambigüedades o de confusiones y sin embargo recurso inevitable cuyo advenimiento no siempre responde a la voluntad del hablante y, en cualquier caso, excede su control. Sin embargo, aunque las lecturas en clave retórica son las únicas que permiten entender esta problemática dimensión del lenguaje que la teoría es incapaz de asimilar, no pueden satisfacer sus aspiraciones epistemológicas, puesto que, tal y como aclara el crítico belga, las lecturas retóricas “son teoría y no son teoría al mismo tiempo, la teoría universal de la imposibilidad de la teoría”[3].

La noción de lenguaje en la que descansa la crítica demaniana a la teoría literaria, se deja ver con mayor claridad en el artículo que Paul de Man dedica a la lectura de La tarea del traductor de Benjamin. Al hilo de las observaciones del escritor alemán, de Man explica que la dificultad de la traducción tiene su origen en el hecho de que no es posible transponer el significado de una lengua a otra de acuerdo con un modelo mimético de representación en el que las palabras encerrarían un significado estable, que no sería otra cosa que la fijación de la relación de referencia entre palabras/ideas o palabras/cosas. La dificultad de la traducción se debe a que el significado de una palabra no está determinado por la referencia o, dicho con más precisión, a que tal relación no es intencional. Para afirmar esto ni siquiera es preciso negar el principio de la semiótica según el cual las palabras refieren algo.

Lo que se discute más bien es el llamado “fenomenalismo de la conciencia”, es decir, que el vínculo entre una palabra y eso a lo que refiere sea necesario y, por lo tanto, perfectamente estable. O, expresado en los términos del propio de Man, que la realidad lingüística sea un correlato de la realidad  natural. Porque si así fuera, si el significado equivaliese limpiamente a la referencia, a un objeto del mundo, el traductor sólo tendría que dar con eso a lo que refiere cierta palabra en una lengua extranjera y asignarle el nombre que la misma cosa, o la misma idea, tiene en su lengua. Como se sabe, el trabajo de la traducción dista muchísimo de consistir en una transposición literal, por lo menos cuando persigue producir, además de un texto “fiel”, un texto cabalmente legible en la lengua de recepción. Un buen ejemplo de los resultados que pueden obtenerse de una traducción mimética o literal, basada en el principio de transporte del significado de una lengua a otra, lo encontramos en los textos que producen los programas de traducción que se usan en las páginas web o en los buscadores. Es una lástima que Paul de Man no llegara nunca a disfrutar de tales ejemplos, porque sin duda ilustran a la perfección la pobreza del modelo de significado que con razón él pretendía revisar.

De manera que el significado no puede ser reducido a la relación de referencia entre las palabras y las cosas o las ideas por cuanto dicha relación de referencia no es estable sino que varía no sólo en función del contexto sino también de, como ya había advertido de Man, la retoricidad del lenguaje, es decir, la inevitable ambigüedad que encierran palabras o proposiciones y que impide asignarles un significado inequívoco. El caso de la traducción del término alemán Aufgabe en el título del artículo de Benjamin dedicado a la traducción lo ejemplifica bien, pues resulta imposible saber a cuál de los sentidos de la palabra atenerse. Tal y como explica de Man, Aufgabe tiene en alemán dos significados posibles: tarea, trabajo; o rendición, fracaso. Aufgabe es el término que usaría un alemán para decir que “abandonó” determinado propósito. De manera que Benjamin podría estar hablando de “la tarea del traductor”, pero también de “el fracaso del traductor” o, al fin, de la imposibilidad de traducir.

Si de Man insiste de manera especial en esta ambigüedad es por cuanto ella explica su reserva hacia la teoría literaria. No hay ninguna teoría, por más rigurosa que sea, que nos permita decidir qué es exactamente lo que quiso decir Benjamin con Aufgabe: “Enfrentados a la necesidad ineludible de tomar una decisión” escribe de Man “ningún análisis gramatical o lógico nos puede ayudar a tomarla” [4]. Y puesto que ello es así, puesto que es preciso tomar una decisión, el teórico, así como el mero lector,  toma sus decisiones de significado porque de lo contrario no podría leer. Pero el resultado de sus interpretaciones, el significado que atribuye a los textos, no se funda en ningún criterio objetivable. Constituye, tan sólo, la exploración de uno de las posibilidades de sentido que encierra el texto.

Esta doble conciencia, la de que no hay un significado unívoco aislable teóricamente y la de que, más allá de la teoría, es preciso decidir el significado, es la que permite a Paul de Man interpretar los textos de manera perfectamente coherente con la letra impresa pero contraviniendo al mismo tiempo lo que la mayoría de lecturas de los mismos textos les atribuyen como su sentido. Sin embargo, es precisamente esto lo que exaspera más a los lectores: la posibilidad de interpretar de un modo perfectamente respetuoso con el texto, merced a lo que él llama close reading, pero al mismo tiempo opuesto a cualquiera de las lecturas canónicas del mismo. Y lo que, al mismo tiempo, posee mayor interés desde el punto de vista crítico: la decisión de Paul de Man en el momento en que el significado se torna ambiguo parece resolverse merced a un principio tácito que le decanta siempre hacia la lectura menos trillada.

Esta orientación crítica no sólo es la responsable de que los resultados de las lecturas demanianas sean tan sorprendentes como ponderados, sino que además insinúa un hecho muy desasosegante. Si el significado, lo que una palabra, pasaje o texto dicen, no puede ser desentrañado merced a la aplicación de un método de lectura científico es porque las palabras o los textos, en muchas ocasiones, dicen más de una cosa y a veces incluso dicen cosas contrapuestas. El significado no es, entonces, controlable ni para el emisor ni para el receptor de un mensaje, es decir, no es intencional, no depende de la voluntad del hablante: “las palabras” como advertía Schlegel “se comprenden mejor a sí mismas de lo que las comprenden quienes las usan” [5]. De manera que el significado circula a través de los hablantes o de los lectores y no es otra cosa que esa circulación. Nunca está dado o realizado, como diría un hegeliano, en el texto sino desplazado porque la única manera que tiene de acontecer es parcialmente, en el olvido de su constitutiva ambigüedad merced a una decisión de significado que, sin embargo, se abrirá de nuevo a la ambigüedad en caso de pretender ser aclarada textualmente.

Por ello, tal y como muestra de Man a través de la lectura de La tarea del traductor, el objeto al que se enfrenta el intérprete, el lector o el traductor cuando tiene ante sí un texto recuerda, por poner dos imágenes bien románticas y nada azarosas, a los vestigios de un naufragio o a un paisaje en ruinas. El texto es el lugar donde, al intentarse fijar el significado, éste queda fosilizado e inerte. Es el testimonio de un fracaso: el de intentar fijar algo que no es más que pura circulación. Cada texto atestigua a un tiempo la necesidad que el lenguaje tiene de sobreponerse a su inevitable ambigüedad, de fijar su significado, de nombrar una parte del mundo, y la imposibilidad para satisfacerla. Y así, lo que encuentra quien llega a un texto no es un limpio correlato del mundo, ni siquiera de la visión del mundo de un sujeto, si no tan sólo una serie de palabras dispuestas en un determinado orden cuyo significado es ambiguo e impreciso. Ello explica que, como el traductor, el intérprete o el teórico se encuentre ante el texto como quien se encuentra ante una serie de elementos dispersos, mudos, cuyo significado es preciso reconstruir.  

La tarea a la que está dedicado Paul de Man no es otra que la de mostrar, por una parte, que en rigor, la lectura es “un proceso negativo en el cual la cognición gramatical queda deshecha en todo momento por su desplazamiento retórico”[6]. Y por la otra, que si hay algo más que hacer, a parte de constatar la imposibilidad de establecer de manera inequívoca el significado de un texto, ello consiste en otorgar, merced al ejercicio de la infundada voluntad de poder, una segunda vida, una segunda oportunidad, al significado. En mostrar, al fin, hasta qué punto es precaria, o efímera, esta segunda vida. Pues en el momento en que el significado pretenda concretarse en la crítica, en la teoría o en la traducción, volverá a producir un texto ambiguo, plagado de pasajes cuyo significado resulta indecidible, donde la opción de significado se habrá borrado o disuelto en la inevitable ambigüedad del lenguaje, que se exhibirá una vez más perfectamente abierto y disponible para la determinación de una sola de sus múltiples posibilidades pero también perfectamente mudo o excesivamente ensordecedor. Decir algo no consiste en anudar la realidad y el pensamiento en una expresión, porque el querer decir ( la intención de significado) tiene que pasar inevitablemente por el ambiguo poder decir (el modo cómo el lenguaje significa). De ahí que Paul de Man pueda afirmar que “la relación entre la teoría y la obra no es como la relación entre lo sagrado y lo profano, ¿a qué se parece? A la relación entre un sueño y su interpretación en el análisis quizá; o entre una broma y su comprensión en el lenguaje ordinario; o entre la ley canónica (o constitucional) y la jurisprudencia” [7].

El abordaje retórico del lenguaje en Paul de Man nos muestra por qué el análisis gramatical y lógico no pueden agotar el significado de los textos y sustenta un posicionamiento crítico con respecto a los propósitos de la teoría literaria. Pero la retórica también saca a la luz una dimensión del lenguaje que nos obliga a pensarlo de un modo distinto a como solemos hacerlo. Lejos de ser un instrumento de la verdad, el lenguaje encierra una verdad que horroriza a los hablantes: que su indudable capacidad de significar descansa, paradójicamente, en su inevitable e irreductible imprecisión..  

Tal es la dialéctica que describe el trabajo de Paul de Man. Calificarla de negativa sólo parece oportuno en el contexto de hegemonía de una falsa dialéctica como la hegeliana donde el carácter dialéctico de la reflexión es, precisamente, abolido. No es extraño que, a diferencia de lo que sucede en Hegel,  el crítico belga no oculte lo que de infructuosa o fracasada tiene su labor. Sin embargo, tal fracaso no es, si de Man tiene razón al señalar la retoricidad del lenguaje, atribuible a su persona sino tan sólo al material del que están hechas nuestras intenciones de significado y nuestros propósitos de conocimiento, es decir, al lenguaje. Podemos deplorar nuestra condición de “animales racionales charlantes” – como  se autodenominaba Jacques ante su amo [8]—, pero lo que parece bastante absurdo es culpar a un escritor de recordarnos que pertenecemos a ella. ¿O será sólo que nos exaspera  Paul de Man porque insiste en lo que no queremos saber desde hace ya tanto tiempo?  

Barcelona, 26 de febrero de 2006

 

NOTAS

[1] Paul de Man, “La resistencia a la teoría” en: La resistencia a la teoría, trad. Elena Elorriaga y Oriol Francés (Madrid: Ed Visor, 1990),  p. 13.

[2] Friedrich Schlegel, On incomprehensibility, trad. y ed. Peter Firchow (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1971).

[3] Paul de Man, Op. Cit, p. 36.

[4] Id., p. 32.

[5] Friedrich Schlegel, Op. Cit.

[6] Paul de Man, Op. Cit., pág. 32.

[7] Paul de Man, Respuesta a Frank Kermode, trad. Enrique Lynch (Barcelona, Las Nubes, nº 3, 2006), p. 4.

[8] Denis Diderot, Jacques el fatalista, trad: Félix de Azúa ( Madrid: Alfaguara, 2004), p. 201

 

 

 

 

 

Paul de Man