Dan Slobin: «Las partes del lenguaje que son más de base, las que aprendes cuando eres muy pequeño, cambian el modo en que ves las cosas»

«Los bilingües tienen ventajas a la hora de resolver problemas y encontrar maneras de adquirir información»
«Los bilingües tienen ventajas a la hora de resolver problemas y encontrar maneras de adquirir información»
(02/11/2010)

El psicolingüista Dan I. Slobin, catedrático emérito de la Universidad de California-Berkeley, ha hecho grandes aportaciones a la investigación sobre la adquisición del lenguaje. Ha demostrado la importancia de la comparación translingüística en el estudio de la adquisición del lenguaje y de la psicolingüística en general, y ha realizado estudios en los Estados Unidos, Turquía, Israel, Croacia, España y Holanda. Entre otras cosas, el doctor Slobin defiende que adquirir competencia como hablante requiere aprender ciertas formas de pensar específicas de la lengua, lo que él llama «pensar para hablar». En los últimos veinte años, ha hecho investigación sobre lingüística y adquisición del lenguaje de signos. Dan I. Slobin fue uno de los conferenciantes invitados del VI Congreso Internacional de la Asociación para el Estudio de la Adquisición del Lenguaje (AEAL), que tuvo lugar el pasado septiembre en la Facultad de Filología de la UB.

«Los bilingües tienen ventajas a la hora de resolver problemas y encontrar maneras de adquirir información»
«Los bilingües tienen ventajas a la hora de resolver problemas y encontrar maneras de adquirir información»
02/11/2010

El psicolingüista Dan I. Slobin, catedrático emérito de la Universidad de California-Berkeley, ha hecho grandes aportaciones a la investigación sobre la adquisición del lenguaje. Ha demostrado la importancia de la comparación translingüística en el estudio de la adquisición del lenguaje y de la psicolingüística en general, y ha realizado estudios en los Estados Unidos, Turquía, Israel, Croacia, España y Holanda. Entre otras cosas, el doctor Slobin defiende que adquirir competencia como hablante requiere aprender ciertas formas de pensar específicas de la lengua, lo que él llama «pensar para hablar». En los últimos veinte años, ha hecho investigación sobre lingüística y adquisición del lenguaje de signos. Dan I. Slobin fue uno de los conferenciantes invitados del VI Congreso Internacional de la Asociación para el Estudio de la Adquisición del Lenguaje (AEAL), que tuvo lugar el pasado septiembre en la Facultad de Filología de la UB.

A usted se le conoce por inventar el concepto «pensar para hablar». ¿Las diferencias lingüísticas afectan sólo al modo en que procesamos el lenguaje o afectan también a otros procesos cognitivos?

 
Ésta es una pregunta muy importante y todavía no existe una respuesta clara. En mucho de lo que hacemos, no tiene importancia la lengua que hablemos, porque usamos la vista para captar las cosas, usamos los ojos, los oídos; también usamos las manos para hacer cosas y en ningún momento decimos «ahora cogeré eso» o «tengo que cerrar los dedos conforme me voy acercando a lo que quiero coger»… No usamos el lenguaje para alcanzar cosas ni para recoger algo. Donde la lengua es importante es en todas las partes de nuestra actividad mental en que no hay una realidad material objetiva: si consideramos que alguien está actuando bien o mal, si algo es peligroso o si algo nos gusta. Nuestras ideas sobre cualquier cosa —historia, economía, religión, moralidad— nos llegan a través del lenguaje, y la cuestión es si esas cosas pueden estar influenciadas por la lengua que hablamos.
 
Creo que la respuesta a su pregunta es «a veces». Yo no creo que podamos dar un principio general, pero fijémonos por ejemplo en el concepto católico de pecado. Si no existiera una palabra para ese concepto, no tendríamos el concepto. Alguien tendría que enseñarnos ese comportamiento, que determinados comportamientos se enmarcan en esa categoría y que lo llamamos pecado.No son categorías naturales, en este caso concreto se trata de una categoría inventada por la religión. Pero en cualquier caso, no importa qué lengua hablemos, porque le llamemos pecado o sin, nos estaremos refiriendo al mismo concepto, pues viene de la misma institución religiosa.
 
La cuestión se complica, y mucho, cuando queremos poner en palabras algo que no es meramente un sustantivo —porque los sustantivos son traducibles de una lengua a otra— sino un pensamiento. Por ejemplo, en algunos idiomas cuando hablas de algo que sabes puedes usar diferentes formas que pueden querer decir lo siguiente: «Lo sé porque yo mismo lo he experimentado», «lo sé porque me lo han dicho pero yo no lo he experimentado» o «lo sé porque he llegado a esa conclusión por deducción». Si cada vez que tienes que decir algo tienes esas opciones, te tienes que plantear si eso tiene una influencia en la validez que tú das a tus afirmaciones. Es posible, pero todavía no sé cómo hacer pruebas sistemáticas para demostrarlo.
 
Le voy a dar un ejemplo muy simple que creo que es muy representativo en este sentido: si hablamos en inglés, no tengo que preocuparme sobre si le tuteo o si le hablo de usted, es algo que ni me planteo en inglés. Pero si pasamos al español, tengo que pensar: «Ay, que le tengo que hablar de usted, porque si la tuteo, será otra cosa». Es decir, si hablo en castellano, debo plantearme esta dimensión de las relaciones sociales, pero no me tengo que cuestionar el género. Si me pusiera a hablar en hebreo o en árabe con usted, por ejemplo, me tendría que plantear: «Estoy hablando con una mujer, o sea que tengo que usar este pronombre, esta desinencia verbal…».
 
En definitiva, creo que la lengua, si es algo habitual y obligatorio, modela nuestro pensamiento sobre ciertos aspectos de la experiencia. Creo que esas partes del lenguaje que son más de base, más inconscientes, habituales, las que aprendes cuando eres muy pequeño sí que cambian el modo en que ves las cosas. Si quieres aprender japonés, por ejemplo, tienes 25 formas diferentes de situarte tú y de situar a la persona con la que estás hablando en términos de estatus o de respeto, y eso sólo lo puedes hacer si conoces la jerarquía social de la lengua. Hay mucha gente por todo el mundo metida en proyectos de investigación interesantísimos en estas áreas, y en algunos casos está muy claro que la lengua afecta a nuestro modo de pensar; en otros casos, en cambio, no nos afecta en absoluto, y hay miles de casos que aún no se han estudiado, sencillamente.
 
Ha consagrado buena parte de su carrera investigadora a la lengua de signos. Desde el punto de vista científico, ¿qué ventajas tiene estudiar esta lengua y por qué la considera tan interesante?
 
El estudio de las lenguas de signos cambia nuestra idea sobre lo que es natural en el lenguaje, lo que es universal en el lenguaje, porque muchas de las cosas que vemos en las lenguas habladas están ahí porque tenemos que usar la voz. En cambio, con la lengua de signos se usan las manos y podemos señalar cosas; las manos, la cara y el cuerpo forman parte del lenguaje. Es decir, buena parte de lo que consideramos gramática natural se debe a problemas del lenguaje oral, con el que tienes que decir una palabra y luego otra. No se pueden decir dos palabras al mismo tiempo; no puedes señalar algo que acabas de decir. Tienes que usar palabras como esto y aquello o él y ella para «señalar» con las palabras, porque no puedes usar la mirada o el dedo. Nos ayuda a entender mucho sobre cómo están construidas las lenguas habladas, para ver cómo la mente puede construir un lenguaje sin discurso, sus diferentes posibilidades. Es decir, la lengua de los signos, creo, ha revolucionado nuestras ideas generales de la lingüística.
 
En Cataluña vivimos en una sociedad bilingüe. ¿Cree usted que aprender dos o más lenguas nos permite experimentar nuevas maneras de percibir la realidad y nos hace más versátiles y mejores al adquirir conocimiento?
 
Se ha demostrado que los niños que crecen con dos o más lenguas tienen más flexibilidad cognitiva, pueden resolver problemas desde diferentes ópticas. Yo no creo que los bilingües sean más listos que los monolingües, pero sí considero que tienen ventajas a la hora de resolver problemas y encontrar maneras de adquirir información. También hay pruebas de que es mejor para el cerebro: las personas bilingües de edades avanzadas tienen menos problemas de deterioro mental. Aparentemente, hablar varios idiomas crea conexiones en el cerebro que luego protegen del deterioro de determinadas partes cerebrales. Pero esto son investigaciones muy recientes, todavía no son datos definitivos.
 
En una entrevista que le hicieron en 1988, usted afirmaba que si entendíamos los aspectos innatos del desarrollo lingüístico, podíamos entender muchas cosas de nosotros como seres humanos. Tras tantos años de investigación en este campo, ¿ha adquirido usted una visión filosófica sobre lo que significa ser humano y nuestro potencial de aprendizaje?
 
Por supuesto. Soy psicolingüista, trato con la psicología, con la parte lingüística de la psicología. Creo que al investigar sobre lenguas tan distintas he ido adquiriendo conciencia de lo arbitrario que es nuestro mundo en realidad: hay cosas que consideramos naturales en nuestro mundo porque, en buena parte, es el modo en que hemos aprendido a hablar de ellas. En cuanto a la cita de 1988, en aquella época estaba muy interesado en los llamados factores innatos del lenguaje, pero ahora ya no creo en esa teoría. Ahora creo que lo que es innato es la capacidad de construir muchos tipos de lenguaje, pero la estructura de la lengua per se no es algo con lo que nazcamos. He ido cambiando gradualmente lo que pensaba en 1988, y creo que ahora respeto más la mente humana, porque tiene capacidad para construir innumerables patrones para almacenar información, para recuperar información, para reconocer esos patrones, para comunicárselos a otras personas.
 

Desde una óptica filosófica, por tanto, creo que la diversidad lingüística me da un respeto por la flexibilidad de los seres humanos y al mismo tiempo una especie de frustración, de enfado con las personas que no hacen uso de esa flexibilidad, los que porque se les ha enseñado a enmarcar el mundo dentro de un determinado sistema ideológico, bien en política, religión o cualquier tipo de ideología. Esas personas se quedan encalladas pensando que eso es lo real, en vez de darse cuenta de que es simplemente una manera de lidiar con las situaciones cotidianas. En resumen, que me ha hecho relativizar. En cambio, los científicos prefieren ser absolutistas, porque así pueden decir: «hemos dado con la teoría correcta, en la que todo tiene cabida...». Bien, quizá deberíamos decir que hay dos tipos de científicos: aquellos a los que les gusta que todo sea ordenado, predecible, reducido a una fórmula —a estos les gusta la lingüística formal, porque pueden afirmar que la lengua tiene una serie limitada de patrones, de modo que la diversidad no les interesa, porque para ellos sólo existe esta diversidad dentro de un número concreto de patrones lingüísticos—; y luego tenemos al otro tipo, aquellos que como yo, gustan de la complejidad, el misterio y la ambigüedad: de dar con cosas que no tienen cabida en el patrón, porque de este modo nos vemos obligados a buscar otro patrón, y eso nos entusiasma.