Enric Prats: «Los cambios que propone la reforma Wert nos vuelven a situar de espaldas a Europa»

Enric Prats.
Enric Prats.
Entrevistas
(27/08/2013)

Enric Prats, profesor de Pedagogía Internacional en la Universidad de Barcelona, ha publicado Lʼeducació, una qüestió dʼestat. Una mirada a Europa (Publicacions i Edicions de la UB), donde se manifiesta de manera clara e incisiva en contra de la reforma Wert y revela algunas de las claves de los modelos educativos de éxito en Europa. El libro llega en un momento especialmente convulso en el ámbito de la educación en Cataluña, de fuerte polémica por las diferentes formas de entender el éxito en este campo, y de proyectos de reforma que hacen tambalearse el «modelo de conjunción» que ha evitado la segregación social por motivos lingüísticos en las aulas catalanas. 

Enric Prats es responsable de edición de la revista Temps dʼEducació y miembro del Grupo de Investigación en Educación Moral y del Programa de Educación en Valores de la UB. Es autor de Racismo en tiempos de globalización, Ètica de la informació, Multiculturalismo y educación para la equidad y coautor de La complejidad en un centro de secundaria: sobreviviendo a la que nos viene encima.


 

Enric Prats.
Enric Prats.
Entrevistas
27/08/2013

Enric Prats, profesor de Pedagogía Internacional en la Universidad de Barcelona, ha publicado Lʼeducació, una qüestió dʼestat. Una mirada a Europa (Publicacions i Edicions de la UB), donde se manifiesta de manera clara e incisiva en contra de la reforma Wert y revela algunas de las claves de los modelos educativos de éxito en Europa. El libro llega en un momento especialmente convulso en el ámbito de la educación en Cataluña, de fuerte polémica por las diferentes formas de entender el éxito en este campo, y de proyectos de reforma que hacen tambalearse el «modelo de conjunción» que ha evitado la segregación social por motivos lingüísticos en las aulas catalanas. 

Enric Prats es responsable de edición de la revista Temps dʼEducació y miembro del Grupo de Investigación en Educación Moral y del Programa de Educación en Valores de la UB. Es autor de Racismo en tiempos de globalización, Ètica de la informació, Multiculturalismo y educación para la equidad y coautor de La complejidad en un centro de secundaria: sobreviviendo a la que nos viene encima.


 

 

Dice la contracubierta de su libro: «Hace tiempo que sabemos que con la educación no se juega». Aun así, las reformas sucesivas —que han afectado tanto al papel de los educadores y de las familias, como a la estructura de la enseñanza primaria y secundaria, los contenidos que se tienen que impartir y la metodología que debe seguirse— hacen que todo ello se asemeje bastante a un juego...

Quizás de entrada hay que valorar positivamente que los políticos muestren interés por la educación y, en el mismo sentido, que las leyes y las normativas se vayan adaptando a los tiempos. Las transformaciones de la sociedad son demasiado rápidas en todos los ámbitos, también en la educación, y hay que actuar con celeridad para abordarlas adecuadamente.


Lo que no es admisible, sin embargo, es aprovechar mayorías parlamentarias para cambiar el sistema educativo con una voluntad partidista y, todavía peor, con la práctica totalidad de la comunidad educativa en contra. En realidad, podríamos hablar de una contrarreforma que intenta desmontar lo que se ha ido construyendo en los últimos años, que ha sido mucho, y en muchos casos, bastante positivo.

Es indudable que conviene cambiar aquello que esté demostrado que no acaba de funcionar o que hay que mejorar; pero siempre después de una evaluación rigurosa. En cambio, la reforma actual no aporta evidencias que avalen la mayoría de medidas que propone y, bien al contrario de lo que afirma, ningún estudio empírico internacional sostiene sus propuestas, sino más bien al revés.

Es cierto que los cambios previstos juegan nuevamente con el futuro de niños y jóvenes y no abordan los problemas auténticos de la escuela.

En su libro no se complica con eufemismos y tilda la reforma Wert de «chapuza técnica, disparate pedagógico y perversión ideológica»; «una reforma —afirma— que anda de espaldas a Europa». ¿Qué nos jugamos con esta enésima reforma? ¿Cuál cree que será el futuro inmediato de la escuela catalana?

El despropósito presentado por el ministro Wert es de tal envergadura, que no admite otros calificativos. Es una chapuza, porque técnicamente complica más que aclara muchos de los interrogantes que hoy tiene planteados el sistema educativo. Es un disparate, porque propone medidas pedagógicas que han sido descartadas hace años en los sistemas más avanzados. Y es perversa desde el punto de vista ideológico, porque legisla en contra de la escuela.

En realidad, lo peor de todo es que los cambios andan en el sentido opuesto de lo que están proponiendo los organismos internacionales, y vuelven a situar nuevamente a este país de espaldas a Europa, también en educación. Si en las últimas décadas se había acortado la distancia con los vecinos, ahora están poniendo las bases para que de aquí a pocos años volvamos a estar bien lejos.

En relación con Cataluña y su modelo lingüístico, la escuela será aquello que los profesionales de la educación, junto con toda la comunidad educativa, quieran que sea, más allá de algunos jueces y políticos; puesto que la educación es mucho más compleja de lo que se pueda establecer en una sentencia o una ley. Puede haber presión mediática para imponer determinadas posiciones; pero al final, con el tiempo, muchas de las salidas de tono actuales quedarán en nada y podemos confiar en que se imponga el buen sentido de los profesionales.

De todas maneras, no se puede esconder que el modelo lingüístico de la escuela, y todo el sistema en general, entra en una espiral peligrosa cuando se judicializa y se politiza en exceso. Las decisiones educativas se tienen que tomar tan cerca como sea posible de sus beneficiarios, es decir, por parte de maestras y equipos directivos, y la administración tiene que contribuir a hacer las cosas más fáciles. Como siempre decimos, hace falta un debate sincero y honesto sobre el modelo de escuela que queremos, incluyendo, por supuesto, el modelo lingüístico, del que conviene recordar que no ha acabado de asegurar del todo la normalización del catalán después de tres décadas.

¿Por qué funciona el modelo educativo del norte de Europa?

Todos los expertos apuntan al profesorado y a la normativa como principales razones del éxito de los modelos nórdicos, que se pueden resumir en una fórmula muy sencilla: más confianza en el profesorado, pero también más exigencia. La clave del éxito radica en el prestigio social del maestro. En estos países, la educación está considerada como un factor importante para garantizar el bienestar y el progreso de la sociedad. Por lo tanto, la normativa deja trabajar a los maestros —por ejemplo, en Finlandia no hay inspección: los maestros son evaluados por los mismos colegas— e interviene lo mínimo imprescindible en el trabajo docente. Aquí es más bien todo lo contrario: normativas pesadas y burocracia administrativa que cargan excesivamente la tarea de equipos directivos y maestros, desviándolos de su función principal, que tiene que ser la de atender a los niños y jóvenes. En este sentido, una de las medidas clave es la formación y la selección de los docentes, además del reconocimiento social de su tarea.


Procedencias geográficas e ideologías aparte, ¿cuáles son los elementos básicos y universales para que un sistema educativo sea eficiente?

Hay aspectos estructurales, como por ejemplo la organización de una enseñanza básica obligatoria (entre los 6 y los 16 años de edad), inclusiva y de calidad, que dé cabida a todas las diversidades de alumnado en un tramo único y compartido por todo el mundo, bastante diversificado y sin cortes o cambios intermedios bruscos. También hay aspectos curriculares, de racionalización de los contenidos educativos, haciéndolos más adecuados a los tiempos que corren. Conviene pensar en reformas sobre las cuestiones metodológicas, como por ejemplo la adaptación de los materiales y los métodos docentes a la tipología de alumnado que tenemos hoy en las aulas, y que en ningún caso es el mismo que hace treinta, veinte, ni siquiera diez años atrás. Una reforma educativa debería tener en cuenta también, como destacaba cuando hablábamos del éxito del sistema educativo en el norte de Europa, aspectos relacionados con la selección y formación del profesorado, con el reconocimiento de su tarea por parte de las familias, de la sociedad en general y, por supuesto, de la clase política. Y, finalmente, sería importante implicar plenamente a las familias y la comunidad en general; conviene que empecemos a hablar de las escuelas como centros motores del aprendizaje y la innovación con fuerte implantación en los territorios.