De la erupción del volcán Timanfaya en Canarias a los bosques de coníferas de los Pirineos

El rastro químico de los gases de erupciones volcánicas como la del Timanfaya puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos.
El rastro químico de los gases de erupciones volcánicas como la del Timanfaya puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos.
Investigación
(17/01/2018)

En septiembre de 1730, se inició una larga erupción en el volcán canario de Timanfaya que modificó por completo la morfología de la isla de Lanzarote. Los cambios atmosféricos que provocaron hace siglos erupciones volcánicas como la del Timanfaya o la del Tambora (Indonesia) —que llegó a ocultar la luz solar durante meses— también dejaron su huella en los bosques centenarios de la alta montaña de la península ibérica. Así lo constata un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment en el que participa la profesora Emilia Gutiérrez, de la Facultad de Biología de la UB.

El rastro químico de los gases de erupciones volcánicas como la del Timanfaya puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos.
El rastro químico de los gases de erupciones volcánicas como la del Timanfaya puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos.
Investigación
17/01/2018

En septiembre de 1730, se inició una larga erupción en el volcán canario de Timanfaya que modificó por completo la morfología de la isla de Lanzarote. Los cambios atmosféricos que provocaron hace siglos erupciones volcánicas como la del Timanfaya o la del Tambora (Indonesia) —que llegó a ocultar la luz solar durante meses— también dejaron su huella en los bosques centenarios de la alta montaña de la península ibérica. Así lo constata un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment en el que participa la profesora Emilia Gutiérrez, de la Facultad de Biología de la UB.

 

El rastro químico de los gases que liberaron a la atmósfera estas erupciones volcánicas puede identificarse hoy día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos, revela el estudio. En concreto, erupciones como las del volcán Timanfaya en Lanzarote —una de las más poderosas en todo el país por su duración hasta 1736 y el volumen de materiales arrojados— y el Tambora —uno de los mayores episodios volcánicos, que condujo al «año sin verano» en 1816— desprendieron enormes cantidades de hierro que modificaron la composición química de los anillos anuales de crecimiento de los árboles pirenaicos. Según el artículo, el estudio del registro de los anillos de crecimiento de los árboles (dendrocronología) podría ayudar a conocer la frecuencia y la intensidad de los fenómenos volcánicos en la era moderna.


Estudiar el registro de los cambios atmosféricos en los anillos de los árboles


El nuevo estudio, liderado por la experta Andrea Hevia, investigadora del Centro Tecnológico Forestal y de la Madera (CETEMAS), en Asturias, ha analizado los cambios temporales de la composición química en los anillos anuales de crecimiento de los árboles centenarios de los Pirineos, en especial los de los bosques subalpinos de pino negro (Pinus uncinata) de los parques nacionales de Ordesa y Monte Perdido y Aigüestortes i Estany de Sant Maurici. En la investigación también participan Julio Camarero (Instituto Pirenaico de Ecología-Zaragoza, IPE-CSIC), Raúl Sánchez Salguero (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla) y Allan Buras (Universidad Técnica de Múnich, Alemania), entre otros expertos.


La investigación ha permitido analizar por primera vez los efectos del cambio climático sobre los ciclos de nutrientes en los bosques, y ha confirmado que los bosques pirenaicos pueden registrar la huella química de episodios a nivel global (por ejemplo, las erupciones volcánicas en lugares remotos) y los efectos de las emisiones de gases a la atmósfera desde la revolución industrial.

Tal como explica la profesora Emilia Gutiérrez, del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la UB, «la información registrada por estos árboles que crecen a altitudes superiores a los 2.000 metros es representativa de los cambios globales, ya que su crecimiento no está influenciado por los efectos de las actividades humanas locales (talas, industria)».  


Los expertos han aplicado una novedosa metodología no destructiva que analiza los cambios atmosféricos en los últimos setecientos años —con resolución anual e incluso estacional— a partir del análisis de los anillos de crecimiento de los árboles. Entre otros resultados, el estudio revela un incremento del contenido en elementos como el fósforo, el azufre y el cloro a partir de 1850, cuando se inicia la revolución industrial en Europa. También se han analizado datos de elementos químicos esenciales en el desarrollo de la madera, como el calcio. «La fijación de estos elementos en los anillos de crecimiento de la madera se ha visto además favorecida por el aumento de las temperaturas a nivel global», comenta la investigadora Andrea Hevia.


Los árboles, centinelas del cambio global en el planeta


Según el estudio, los árboles que crecen en lugares con suelos más alcalinos (por ejemplo, gran parte del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido) podrían tener una mayor capacidad de amortiguar los fenómenos de acidificación global, al contrario de lo observado en lugares con suelos más ácidos (por ejemplo, el Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici). «El aumento de las emisiones de sulfatos y nitratos a la atmósfera puede limitar la fijación en el suelo y la absorción por parte del árbol de elementos esenciales como el calcio, el magnesio o el manganeso, entre otros, todos ellos esenciales para el crecimiento y desarrollo de los bosques», detalla la profesora Emilia Gutiérrez.


El estudio de los efectos del cambio climático en esta región y de la variación histórica de elementos químicos en los árboles puede contribuir significativamente a conocer los efectos potenciales que podrían soportar muchos de los bosques de coníferas en el siglo XXI, apuntan los autores.  

 

 

 

Fotografías e ilustración: Emilia Gutiérrez, J.Julio Camarero y Andrea Hevia