Los
inicios del movimiento feminista en España.
El particular retraso de la sociedad española condicionó en gran medida
la articulación de un auténtico movimiento feminista. No fue hasta las dos
últimas décadas del siglo XIX cuando se empezó a vislumbrar un discurso
que ponía en tela de juicio la visión tradicional de la mujer. Dicho discurso
se conformará en torno al tema de la educación de la mujer, concebido como
el primer paso en el camino hacia la consecución de una sociedad más igualitaria.
La influencia de otros países, las iniciativas de los krausistas, las voces
progresistas, hicieron que el tema de la educación de las mujeres cobrara
nuevas dimensiones en el último tercio del siglo. Los Congresos
Pedagógicos de finales de siglo fueron una fuente importante para medir
el estado de opinión respecto a la educación de las mujeres en esta época.
No fue hasta después de la primera guerra mundial, momento en el que el
movimiento feminista a nivel internacional experimentó un gran impulso,
cuando empiecen a aparecer en España las primeras organizaciones feministas
que ampliaron el espectro de sus reivindicaciones sociales añadiendo reclamaciones
de tipo político. Dichas organizaciones, así como diversas mujeres a título
individual, intentaron influir tanto en la opinión pública como en la vida
política española y desde perspectivas ideológicas de distinto orden, para
la consecución de una serie de reformas de tipo legal, laboral y educativo
que pusieran fin a la discriminación que sufrían las mujeres.
Las primeras organizaciones femeninas de caridad que aparecieron en España
estaban formadas mayoritariamente por mujeres católicas de clase alta. De
entre estas, la Junta de Damas de la Unión Iberoamericana de Madrid fue
una de las primeras en interesarse por las cuestiones feministas. Una de
sus socias, Concepción Gimeno de Riquer, en una conferencia celebrada en
1903 se autodefinía como portavoz de lo que denominaba "feminismo conservador",
en un intento por desmarcarse claramente de las tendencias feministas anglosajonas
o francesas de tipo revolucionario y radical. Las mujeres de la Junta no
demandaban derechos políticos, se contentaban con inspirar a los hombres
una reforma legal que proporcionara a las mujeres mejores oportunidades
en el trabajo y en la educación. En 1906, la Junta de Damas creaba el Centro
Ibero Americano de Cultura Popular Femenina, con el fin de facilitar a las
mujeres de todas las clases sociales la cultura necesaria para el cumplimiento
de sus obligaciones familiares y sociales. La mayoría de cursos estaban
dedicados a temas domésticos, se organizaban conferencias públicas y se
creó una biblioteca.
El 20 de octubre de 1918 se fundó la Asociación Nacional de Mujeres Españolas
(ANME), la organización feminista que se convertiría, con el tiempo, en
la más importante de España. Aunque en sus inicios pretendía configurarse
en una organización federal alejada de cualquier extremismo político, que
diera cabida a todas las mujeres en la lucha por sus derechos legales y
sociales, lo cierto es que su programa no deja
lugar a dudas respecto a su afiliación claramente conservadora. En su programa
fundacional destacaban las cuestiones relativas a la educación, ya que de
sus 35 artículos, seis hacían referencia a este tema (23 a 26, 32 y 34).
Su programa era amplio sin ser radical ni anticatólico: pedía la reforma
del Código Civil, la supresión de la prostitución legalizada, el derecho
de la mujer a ingresar en las profesiones liberales y a desempeñar ciertos
cargos oficiales, igualdad salarial, la promoción de la educación y un subsidio
para la publicación de obras literarias escritas por mujeres. Es difícil
medir el grado de influencia real de la ANME y hasta qué punto fueron responsables
de ciertas mejoras en la posición de la mujer. En la revista de la asociación,
Mundo Femenino, se otorgan el mérito de una serie de victorias en el campo
del comercio, la administración o la universidad, como por ejemplo, el derecho
al voto universitario de la directora de la Normal o la obtención de cátedras
universitarias por parte de Emilia Pardo Bazán (aunque eso ocurrió en 1916)
y de Elisa Soriano. De hecho, el progreso de los derechos de la mujer hasta
1931 fue bastante lento, hasta la República no se lograrán mejoras sustanciales,
y éstas son dificilmente atribuibles a la presión directa de asociaciones
como la ANME. Entre sus dirigentes figuraron mujeres de la talla de Clara
Campoamor o Victoria Kent. Clara Campoamor,
sufragista convencida, consideraba a la mujer como a un ser humano marginado
a quien hay que ayudar, estimular y respetar, no mediante falsos paternalismos,
sino educándola en la dignidad de su propia condición. Siempre estuvo vinculada
a los principales movimientos feministas españoles e internacionales, y
desde su papel de diputada miembro del Partido Radical, formó parte de la
comisión encargada de redactar el proyecto de Constitución de la Segunda
República, en la que defendió la concesión del sufragio femenino.
De la ANME surgiría, en 1920, la agrupación Juventud Universitaria Femenina
(JUF), a la que Victoria Kent representó en el Congreso Internacional de
la Federación Internacional de Mujeres Universitarias celebrado en Praga
en 1921, y que celebró su XII Congreso en España en 1928.
La ANME fue la organización feminista más importante del período de entreguerras,
pero había otras que se ocupaban de los derechos legales y económicos de
la mujer: en Barcelona, La Mujer del Porvenir, La Progresiva, La Acción
Femenina; en Valencia, La Liga para el Progreso de la mujer, La Sociedad
Concepción Arenal, la Federación de Grupos Femeninos, fundada por Belén
Sárraga, maestra y periodista vinculada a los movimientos republicanos
del último tercio del siglo XIX, y que mantuvo una intensa actividad en
pro de una educación laica y racionalista; en Madrid, la Unión del Feminismo
Español; de ámbito nacional, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e
Hispanoamericanas, la Cruzada de Mujeres Españolas, dirigida por la periodista
y pedagoga Carmen de Burgos, la cual, en un
principio, basaría sus reivindicaciones fundamentalmente en la defensa del
derecho a la educación y al papel fundamental de la mujer como madre, aunque
acabaría defendiendo el papel de las mujeres en la vida pública convirtiéndose
en una de las mayores defensoras del sufragio universal en España; el Comité
Femenino pro Paz, la Asociación Católica de la Mujer, la Asociación Femenina
de Educación Cívica.
Una organización femenina que no se declaraba abiertamente feminista pero
que se interesaba por los derechos de la mujer y que contribuyó a elevar
el nivel cultural de la mujer española fue el Lyceum Club, fundado en 1926,
y que tuvo como vicepresidenta y socia fundadora a Victoria Kent. Su primera
presidenta fue la pedagoga María de Maeztu,
la cual desarrolló una gran actividad en el campo de la educación como dan
cuenta numerosos escritos referidos a problemas escolares, publicados en
revistas como Magisterio Español o Estudio, así como publicaciones de contenido
teórico como sus trabajos sobre "Pestalozzi y su idea del hombre" (1913)
o sobre la "Pedagogía social". El Lyceum Club Contaba con seis secciones:
social, música, artes plásticas e industriales, literatura, ciencia e internacional.
La primera sección se encargaba de la reforma de la posición legal de la
mujer y de la creación de guarderías para los hijos de las mujeres trabajadoras.
Las otras secciones se ocupaban de organizar conferencias, conciertos, lectura
de obras literarias, sesiones de cine y cursos educativos. También se creó
una biblioteca para las socias. Aunque el Lyceum Club continuó hasta 1936,
su función principal consistió en proporcionar un lugar de reunión y un
centro cultural a un grupo reducido de mujeres cultas, siendo su radio de
influencia excesivamente reducido.
A título individual, cabe destacar una serie de mujeres que desde su papel
de escritoras o periodistas contribuyeron a la lucha por la consecución
de los derechos de ciudadanía para las mujeres, cada una de ellas desde
una perspectiva ideológica diferenciada. María
Cambrils, inscrita en la corriente socialista del feminismo español
de los años 20, fue autora de Feminismo socialista (1925) pronunciándose
a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la educación
y en el voto, contra la indisolubilidad del matrimonio, etc. Carme
Karr, escritora representante del feminismo catalanista conservador,
criticó desde las páginas de la revista Feminal el alejamiento de las mujeres
de los círculos culturales y sociales, proponiendo elevar el nivel intelectual
y cultural de éstas. Para Karr, la educación de las mujeres constituía un
fin en sí mismo, por lo que reivindicó la creación de escuelas femeninas
al estilo inglés que las capacitara para el ejercicio de actividades profesionales
que les permitieran sobrevivir de forma autónoma. Dolors
Monserdá, escritora que destacó por un feminismo catalanista, conservador
y católico, creía que las reivindicaciones de las mujeres debían suscribirse
al ámbito de la educación, impidiendo que las reclamaciones de tipo radical
pudieran significar la pérdida de los valores tradicionales.