Los
Congresos Pedagógicos de finales de siglo: 1882 y 1892.
El primer Congreso Pedagógico se celebró en Madrid en 1882 y la mayor parte
de las intervenciones sobre la educación de las mujeres se limitaron a describir
la situación de su enseñanza destacando su función doméstica. Su instrucción
todavía levantaba recelos de que las alejara de su papel social asignado.
Las maestras asistentes, aunque tuvieron escasas intervenciones, demandaron
la igualdad salarial respecto a los hombres y defendieron tanto la mejora
de la instrucción femenina, destacando la importancia de ésta para la cultura
de la nación, como la aptitud de las mujeres para los trabajos que requieren
inteligencia. Tanto Micaela Ferrer, Concepción Saiz y Adela Riquelme se
pronunciaron contra los prejuicios que limitaban a las mujeres, no dejando
otra salida en la vida que la familiar y doméstica. Las incipientes reclamaciones
de las maestras no influirían demasiado en las conclusiones del Congreso,
en las cuales se recogieron, no obstante, algunas tímidas innovaciones:
la mujer debería encargarse de dirigir las escuelas de párvulos, el profesorado
debería recibir igual salario, las asignaturas de las Normales de Maestras
deberían ser desempeñadas por maestras y una petición muy poco concreta
que reclamaba la creación de otros estudios para las mujeres.
En el importante y controvertido Congreso Pedagógico Hispano-Portugués-Americano
de 1892 se empezó a percibir un avance conceptual respecto al discurso de
las mujeres respecto a la educación. El Congreso dedicó una sesión íntegra
al tema de la educación de la mujer, convirtiéndose en un foro público para
debatir la entonces denominada cuestión femenina. En dicha sesión participarían
las primeras voces "feministas" del país para reclamar una apertura radical
de la enseñanza de la mujer: Emilia Pardo Bazán,
Wilhelmina de Dávila, Concepción Arenal, Concepción
Aleixandre Ballester, Encarnación Rigada, Matilde
García del Real, María Goyri.
Emilia Pardo Bazán sostuvo que mientras que la enseñanza del hombre estaba
asentada en la creencia de su perfectibilidad y encaminada a producir su
felicidad, la de la mujer quedaba anclada en la premisa de la inferioridad
intelectual innata y en su función reproductora. Defendió una enseñanza
dirigida a beneficiar a la mujer y no pensada en función de la misión de
ésta en la sociedad patriarcal. Pardo Bazán encabezó las propuestas de los
radicales, demandando una educación igual para la mujer y el hombre, y el
libre acceso a las profesiones.
Frente a las reivindicaciones de los radicales, las posturas de los pseudo-científicos
consideraban que la función de la mujer era la procreación y el cuidado
de la casa y los hijos, por lo que no se podía restar energía a estas tareas
para dedicarla a la educación sin resultados funestos para la mujer y la
sociedad.
En un punto intermedio, encontramos a los denominados "posibilistas", con
María Solo de Zaldívar a la cabeza, los cuales apoyaron un acceso restringido
a ciertas ocupaciones homologables con la femineidad de la mujer, como la
de profesora en escuelas de niñas y en Escuelas Normales femeninas.
Las conclusiones aprobadas por los delegados del Congreso resultaron bastante
progresistas, por lo menos en lo que se refiere a la educación femenina.
Los conferenciantes votaron a favor de las proposiciones de que la mujer
debía recibir una educación igual en cantidad y calidad a la del hombre,
que tenía derecho a desarrollar todas sus facultades hasta donde quisiera,
y que se la debía capacitar para el desempeño de ciertas profesiones. También
animaron a la creación urgente de institutos se segunda enseñanza para la
mujer.
Lo más significativo del Congreso de 1892 fue la numerosa participación
de mujeres: 21 figuraban en el comité organizador, 6 leyeron memorias y
muchas más intervinieron en las discusiones. El congreso sirvió para colocar
en el escaparate de la opinión pública a una minoría creciente de mujeres
instruidas y profesionales, capaces de participar con inteligencia y vigor
en la polémica sobre la instrucción de su sexo.