La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

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La escritura y la lectura: la política en lengua maternaM.-Elisa Varela Rodríguez.

Introducción

Los reinos peninsulares occidentales se encuentran a la muerte de Isabel I de Castilla, llamada la Católica (Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 22 de abril de 1451- Medina del Campo, 26 de noviembre de1504), ante un futuro poco tranquilizador. Se deben respetar las costumbres, fueros y derechos de los distintos territorios y de los diversos grupos sociales. El final del siglo XV no cierra la larga etapa de conflictos y guerras en tierras de la Corona de Castilla y el siglo XVI continuará en parte la misma dinámica bélica. La larga guerra de expansión cristiana sobre territorio andalusí, se cierra en 1492 con la conquista del reino y ciudad de Granada. Pero, los problemas sociales, económicos y de convivencia entre las distintas etnias y religiones y la estructuración del territorio de los reinos no se acaba en esta fecha, sino que se alargará como un inmensa sombra hacia el futuro. Culminará con la expulsión del pueblo judío y de la poblaciónmorisca, con las diferentes revueltas y reclamaciones nobiliarias. La labor de la Inquisición en las tierras castellanas irá creando una psicosis de inseguridad y de miedo bastante generalizado entre las gentes que se darán cuenta de que casi nadie se encuentra a salvo de su largo brazo –desde cualquier campesina y artesana a Teresa de Jesús, y a Hernando de Talavera, etc. Se multiplicarán los procesos en busca de cualquier vestigio o sospecha de prácticas no católicas, es decir de cualquier indicio de no ser cristiana o cristiano viejo. Las tierras castellanas se arriesgan a perder la experiencia y saberes que las mujeres y los hombres de las tres culturas y las tres religiones del Libro habían aportado a lo largo de siglos de convivencia.

La crónica de Hernando del Pulgar, la Crónica de la Guerra de Granada y otras ilustran claramente la situación de los reinos castellanos, las sombras y las luces que acompañan a las mujeres y hombres de estas tierras a lo largo del siglo XV y las perspectivas que se abren y proyectan hacia el siglo XVI. Y a la complejidad étnico-religiosa y social de los reinos peninsulares se añadirá la de las nuevas tierras conquistadas y luego colonizadas desde las islas Canarias al continente americano –distintas naciones indias, distintas organizaciones familiares y sociales, distintas cosmovisiones y tradiciones culturales, científicas y sistemas de creencias. Se va configurando la idea y se va caminando hacia unos tiempos nuevos.

El documento testamentario de Isabel I de Castilla

La historiografía tradicional ha estudiado, con bastante detenimiento, la situación política, social, económica y étnico-religiosa de los reinos peninsulares de los siglos XV y XVI. Se ha ocupado menos de las transformaciones culturales y mentales que se estaban llevando a cabo, el peso de la escritura y lectura en lengua materna en el paso de la baja edad media a la edad moderna. Se ha estudiado la evolución económica de las mujeres y hombres campesinos y de las pobladoras y pobladores de villas y ciudades. La evolución y estructura de la población, de las rentas, de los precios y salarios. Se ha hecho y se hace historia social, pero yo al analizar, someramente, el testamento de Isabel I de Castilla quiero valorar otros hechos y establecer otras relaciones. Las relaciones que se establecen a partir del orden simbólico de la madre a partir de la obra ordenadora de la madre, de aquella que nos da la vida, que da la medida y nos da la autoridad, con la que nos une un vínculo divino, con la que nos mediremos en una relación de disparidad y a la que no debemos juzgar.

También valoraré el gran peso que tienen a lo largo de la vida y del reinado de Isabel, y por extensión del de Fernando, aspectos tan importantes para la vida y para el ser mujer como el gusto por la relación, por el amor, por la amistad, por el pacto, por el trabajo del conflicto.

El testamento de Isabel I –a pesar de ser un documento con una redacción en la que pesa mucho el formulario diplomático de esta fuente histórica, y que está redactado con un lenguaje bastante estereotipado- da cuenta, en ocasiones, entre líneas, pero en otras ocasiones de forma clara y reiterada del permanente cuidado y mimo que pone la reina en las disposiciones que afectan a su hija. De la posición mediadora con el rey, Fernando, para que Juana se apoye en la experiencia política de su padre y acepte las decisiones que este tome, insistiendo mucho en el respeto y amor que ella le tenía y le tuvo a lo largo de la vida, para que le sirvieran a la princesa Juana.

El testamento de la reina muestra el amor y respeto que le unía con el rey Fernando. La reina le concedía gran autoridad no sólo en su papel de caballero y hombre de armas -en la guerra o en los actos bélicos simbólicos o reales (torneos y batallas)-, sino en las cuestiones de gobierno. Autoridad fundada en su larga experiencia y en su sentido común, ella pudo afirmar su supremacía política soslayando, unas veces, trabajándolo otras, el conflicto que provocaba la posición atribuida a los hombres en el matrimonio. Su relación con Fernando pudo haber tenido en algún momento en cuenta los postulados de Alfonso de Madrigal, el Tostado. Alfonso de Madrigal había sugerido que ya que “el hombre no podía escapar a las trabas del amor, lo mejor que podía hacer era buscar una buena mujer, porque el amor y la amistad unían muy profundamente a los individuos entre sí, y con Dios, y porque amar era tener un amigo que, al mismo tiempo, era otro y uno mismo”, pero tuvo sobre todo en cuenta el amor que los unió casi desde la primera vez que se encontraron en Valladolid –el 14 de octubre de 1469- y la amistad que lograron a lo largo de su convivencia. Isabel y Fernando dejaron en manos de sus colaboradores la elaboración de sus respectivas funciones, de sus competencias y grados de poder. Pero cuidaron y disfrutaron, muchas veces, de su relación como lo recogen algunas crónicas, entre el rey y reina no avia división nin enojo, ante cada dia de aquellos comían en la sala pública juntos, hablando en cosas de plazer como sobre las mesas se hace, y dormían juntos…, … las voluntades estavan con entrannable amor igualadas. …el amor tenia juntas las voluntades Este cuidado no quiere decir que no se produjeran conflictos, tanto en la convivencia como en los aspectos relativos al gobierno de su casa y del reino. Las mismas crónicas señalan que los reyes estaban en desacuerdo en numerosas ocasiones cuando alguno de ellos pretendía beneficiar a alguna o alguno de sus consejeros o habitante de sus reinos, y otros muchos y grandes obstáculos dificultaron la relación, pero parece que su voluntad de pacto y concertación pudo casi siempre sobre los conflictos.

El testamento de Isabel I de Castilla nos da muestras de esta relación primigenia y privilegiada de la madre con sus hijas. A pesar del lenguaje un tanto estereotipado del testamento como acto documental, vemos una relación que la reina cuida especialmente. Isabel instituye heredera universal de sus reinos a la muerte de su hijo Juan a la infanta Juana. Isabel es consciente que le transmite a su hija una pesada carga para la que no ha sido especialmente preparada ni educada. Había sido preparado su hermano el infante Juan, que era el heredero y futuro rey de Castilla, a su muerte, y a la de su hermana Isabel y su hijo Miguel, la herencia recae con todo su peso en Juana.

La reina Isabel I había educado a Juana de forma esmerada como a sus hermanas las princesas Isabel, María y Catalina. Pero se las había educado para ser princesas, no para ser las herederas del trono de un reino que se encuentra en un período complejo de su historia. Isabel sabe lo duro que es, ella tampoco era la heredera de Castilla, y no pudo o no supo evitar el duro enfrentamiento que le costó tanto dolor y pérdidas a ella, a su familia y a las y los habitantes de Castilla para reivindicar y ganar su derecho a reinar, y tiene plena conciencia de que toda preparación es poca para desempeñar tal cargo, ha tenido que llevar a cabo un duro aprendizaje, renunciando a veces a los dictados de su corazón, a sus deseos. Pero siempre ha procurado y procurará mantener y demostrar, afirmando eso sí sus derechos, una gran corrección de cara a la institución monárquica y a la persona que encabeza la representación del reino.

No quisiera dejar de lado y eludir uno de los temas sobre los que la historiografía ha tratado, y en el que mantiene aún ahora discrepancias; me refiero al papel que tuvo o se atribuye a la reina Isabel en relación con la Inquisición. ¿Por qué la reina apoyó la labor de la Inquisición?, las y los historiadores no coinciden al analizar la relación y el papel de Isabel al favorecer más o menos la instauración y actuación de la Inquisición por las tierras de la Corona de Castilla. Posiblemente la reina buena conocedora del valor y peso de las y los conversos, algunas y algunos muy próximos a ella misma y a las instituciones de gobierno del reino, intentase evitar las muertes que provocaban las revueltas populares contra los conversos en campos y ciudades castellanos. En los primeros tiempos de instauración de la Inquisición cesaron las revueltas y represalias contra las y los conversos, se evitaron las matanzas masivas de estos castellanos y castellanas, pero se inició un período de control ideológico que generará un miedo profundo y atávico durante generaciones al poder de la Inquisición. Seguramente se causaron menos muertes pero creo que ello no justifica de manera alguna el intento de solucionar el problema que había creado una parte de los conversos y conversas al controlar una parte del poder en el reino de Castilla y al renegar de su catolicismo. Algunos de los conversos y conversas se enriquecieron mucho, acapararon un gran número de cargos públicos de distinta importancia e índole, y retornaron a su antigua fe –el judaísmo- haciéndolo de forma pública y un tanto fanática. ¿Por qué las y los pobladores cristianos viejos de Castilla y Andalucía no soportan en determinado momento el comportamiento de las y los conversos? Primero, porque lo que se está planteando es un problema social, económico y de poder, algunas y algunos conversos están alterando la tradicional composición socio-económica y de poder en el campo, en villas y ciudades de la corona castellana, al monopolizar muchos de los cargos desde los de los concejos a los del Consejo Real, y en segundo lugar, y ello es muy importante, existe un problema de ideas, de pensamiento y de conocimiento. La Europa occidental cristiana se halla en un momento de inseguridad, se han replanteado algunas teorías en algunos campos del saber (entre otros en geografía, astronomía, etc.), y otros ámbitos del conocimiento, como el de la filosofía y la religión, se encuentran en un momento de incertidumbre, de reformulación, y tal vez por ello reaccionan cerrándose e imponiendo sus verdades y prácticas de forma agresiva y violenta. Y Castilla que había quedado bastante al margen de la intolerancia y barbarie religiosas (contra la herejíacátara, contra los templarios, contra las y los “espirituales”, contra las y los místicos, contra formas de entender el hecho religioso y la fe y contra prácticas sobre todo femeninas, pero también masculinas, mucho más libres) en este momento se apunta a ellas –con toda la fuerza que le da la nueva estructura de poder que están articulando Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón- porque en sus tierras se mezclan, ahora, toda una serie de elementos que las favorecerán. Pero, creo, que algunas historiadoras e historiadores podemos estar de acuerdo en que no se incluyen entre los elementos que favorecen la intolerancia y persecución religiosas factores de odio biológico como lo entendemos hoy, es decir, no hay antisemitismo, no hay racismo, hay antijudaísmo, hay persecución fanática de las ideas y de las prácticas religiosas y hay también un odio secularmente consentido y buscado contra los judíos.

La diferencia de ser mujer

La información que podemos extraer del testamento y codicilo de Isabel I de Castilla es variada, alguna ya recogida por la historiografía tradicional. Pero entre los temas que no han sido tratados, o lo han sido desde perspectivas muy distintas, yo destacaría, en primer lugar, la relación de la reina con sus hijas e hijos, la relación con el rey, el interés por el buen gobierno de los reinos, el cuidado para mediar en los conflictos o en las futuras tensiones entre la futura reina Juana y Fernando el Católico, la insistencia en el amor, el papel de la lengua materna y la escritura en esta lengua tanto en los reinos peninsulares como en América. El papel que otorga a la formación y a la experiencia. El cuidado y el intento de que se escuche a los distintos grupos socio-económicos que forman sus reinos, sin llegar a conseguirlo en muchas ocasiones por la gran dificultad de aunar deseos e intereses tan diversos. El valor otorgado al buen gobierno de la casa y por extensión del reino, a la buena organización, a la previsión. Pero, también, y como contraste el valor otorgado al guerrero, al que arriesga su vida en la batalla y en la guerra, a su marido, el rey Fernando.

Parte de la historiografía coincide en señalar el profundo enamoramiento de Isabel y Fernando desde la primera vez que se reúnen, y del amor y, posiblemente, pasión que hubo entre ellos. La pareja formada por Isabel y Fernando fue una pareja fuerte, a pesar de algunas diferencias de temperamento, carácter y de las dificultades por la que pasó su unión por las infidelidades del rey, y ante otras múltiples situaciones difíciles. Isabel acepta y recibe a su cargo a los hijos e hijas naturales que Fernando había tenido, y se compromete no sólo a garantizarles su crianza y su dote, sino a sostener a sus madres. Sin duda este debió ser una decisión difícil para la reina, porque como escribe su hija, Juana, en una carta fechada el 3 de mayo de 1505, la reina, como ella, era una mujer celosa, hasta que el tiempo la cure.

Isabel y Fernando tomarán muchas decisiones juntos, y juntos estarán también ante los numerosos problemas y dificultades que les plantea el gobierno de sus reinos, incluso están cerca el uno del otro en situaciones de guerra, como cuando Isabel espera a su marido en el campamento general, mientras se lucha ante Toro contra el rey de Portugal en 1476. Fernando ataca al ejército portugués el 1 de marzo del año citado mandando las milicias populares y pone en fuga a las tropas portuguesas. Isabel, mientras, esperará el resultado de la batalla en el campamento o cuartel general. Al poco de conocer la noticia de la victoria manda organizar fiestas de acción de gracias en las ciudades y villas del reino y promete construir en Toledo, la iglesia y el monasterio de San Juan de los Reyes, que se comienza en 1478.

Me interesa subrayar aquí que la historiografía recoge el hecho mencionando la presencia de la reina rodeada de catorce damas. Isabel estaba siempre rodeada de mujeres, su madre, sus hijas, sus damas, doncellas y un sinnúmero de mujeres que estaban a su servicio y al de su Casa. En momentos importantes para ella las fuentes escritas o/ y iconográficas la muestran rodeada de damas, tal como la muestra el bajo relieve de la Entrada en Granada –en el que se cuentan nueve o diez mujeres.

Isabel estuvo rodeada desde la muerte de su padre, Juan II, de mujeres, en algunos momentos coinciden un buen número en el espacio en el que se mueve la infanta Isabel, futura Isabel I. En Arévalo, hacia 1454, un poco después de la muerte de su padre, están entre otras su abuela, su madre, su tíaMaría –hermana de su padre- reina de Aragón durante casi veinte años, mujer poderosa, había gobernado bien y con sabiduría Aragón mientras Alfons V, el Magnànim, residía en la corte de Nápoles. María venía a Arévalo para mediar y negociar con su sobrino, Enrique IV, en nombre de su cuñado el rey Juan de Navarra –hermano de Alfons V-. María reina de Aragón y María, la hermana de Alfons V, el Magnànim, primera mujer de Juan II habían sido dos mujeres importantes para la historia de Castilla, ambas reinas y primas, habían mediado en muchos momentos, algunos de ellos cruciales, en las variables y a veces difíciles relaciones entre Aragón-Cataluña y Castilla.

Isabel se siente acompañada por muchas mujeres de confianza que le pueden dar consejo sobre todo mientras está en Arévalo y en Madrigal donde pasa una parte de su infancia, pero también estará acompañada por algunas mujeres cuando en 1461 su hermano, el rey Enrique IV, la traslada a ella y a su hermano Alfonso a la corte.

Seguramente esta compañía y envolvimiento femenino en Madrigal y Arévalo durante sus primeros diez años de vida proporcionaron a la infanta Isabel, futura Isabel I, la estabilidad y el aplomo necesarios para el futuro. Las historias de sus dos familias le serían a buen seguro contadas y explicadas por algunas de estas mujeres y le proporcionarían a Isabel un fuerte orgullo de su linaje real, un gran sentido de cuales eran sus legítimos derechos, y un fuerte sentido de responsabilidad. También le enseñarían la importancia del cuidado del cuerpo, la importancia de la belleza, del adorno, la importancia de presentarse convenientemente vestida en público, y la importancia de un porte regio. Isabel, a diferencia de otras infantas e infantes reales castellanas y castellanos, había disfrutado en este ambiente de Madrigal y Arévalo, rodeada de su abuela, su madre y de otras damas de una mayor estabilidad e intimidad familiar, había disfrutado también de una gran atención y cuidado de las relaciones personales y de una larga permanencia en un espacio físico, un “palacio”, construido con una medida muy humana, muy lejos de lo que luego será por ejemplo el palacio de El Escorial u otros grandes palacios, tal vez menos actos para la crianza de las y los infantes reales.

Isabel ideó y/o intentó llevar a cabo una política distinta en algunos asuntos a la del rey Fernando II de Aragón, a pesar de que algunos y algunas historiadoras les cueste percibir o abarcar la diferencia al trazar un perfil general del reinado. La política ideada y trazada por Isabel analizada de cerca sí era diferente. Como mujer que era se interesó mucho más por las relaciones. Dedicó una parte importante de su tiempo y de su estar en el gobierno de Castilla a dibujar un complejo mundo de relaciones que le permitieron en muchos casos desencallar grandes asuntos de estado. Entabló relación con algunas mujeres poderosas y algunas otras que no lo eran tanto, y algunas las estableció por necesidad, necesidad de gobierno, de su Casa y del reino, pero otras muchas las estableció por el gusto de estar en relación con otra mujer. Con su antigua doncella Beatriz de Bobadilla y con su nueva doncella –ya siendo reina- Juana de Mendoza, con ambas parece que tenía la reina gran intimidad y una relación de confianza, que les permitía moverse con gran libertad dentro de lo que eran las relaciones en la corte castellana del momento.

Esta estrecha relación la percibimos por ejemplo en la promesa que hacia 1466 realiza Beatriz de Bobadilla a la entonces princesa Isabel, cuando Enrique IV pretende y quiere obligarla a casarse con el viejo pero riquísimo, el converso, Pedro Girón, aunque el rey decía querer mucho a su hermana Isabel.

La estrecha relación de Isabel con sus doncellas y con otras damas de la Corte y de la nobleza castellana o no propiciaron en muchos casos la petición de mediación para asuntos diversos, tuviesen o no que ver con el gobierno del reino. Así, Beatriz de Bobadilla, ya condesa de Moya, mediará ante su marido Andrés Cabrera, y éste tendrá un papel destacado en la adhesión de la ciudad de Segovia a los jóvenes príncipes en 1473.

Otro claro ejemplo lo constituye la mediación de la propia reina, Isabel, a petición de la infanta portuguesa, Beatriz. Ambas se reúnen e inician conversaciones en marzo de 1479, en la frontera, en la población de Alcántara, para organizar y establecer la paz definitiva entre Castilla y Portugal, después de largos años de enemistad por las apetencias territoriales del monarca portugués, aprovechando, primero, los momentos de debilidad producidos por las luchas entre partidarios de Ia futura Isabel I y de su sobrina Juana, la Beltraneja; y aprovechando, más tarde, y apoyando las pretensiones de Juana, la Beltraneja, que le permitían disimular a Alfonso de Portugal sus intentos de conquista de tierras castellanas. Dos mujeres, Isabel I de Castilla y la infanta de Portugal, Beatriz, median en un conflicto que se había convertido en casi intestino, y seguramente acuerdan una política de unión entre ambas familias que se concretará años más tarde, y que servirá para aplacar las ansias guerreras de los nobles y caballeros de ambos reinos. La reina castellana podía, seguramente, por su rango y situación no aceptar la mediación, pero Isabel valoraba mucho la relación entre mujeres para rechazar la oferta, y además ella seguramente se podía sentir próxima a una mujer portuguesa, su madre era una portuguesa que vivió hasta su muerte, en Arévalo, en tierras castellanas. Isabel sabía que podía entenderse con una mujer portuguesa. Ambas sabían que su mediación sería más positiva y efectiva para conseguir la larga y ansiada paz, que la que pudiesen llevar a cabo algunos de sus consejeros, con los de Alfonso de Portugal. Además si los nobles de ambos reinos y Fernando de Aragón y los suyos aceptaron la mediación de ambas mujeres es porque sabían que ésta daría fruto y traería la paz.

Isabel tiene mucho en cuenta en su política cómo se relacionan las personas entre ellas y tiene también en cuenta, como ha dicho la ex secretaria de Estado americana Madeleine Albright, una mujer que ha estado en la política segunda, la masculina, pero en un lugar de gran relevancia de la política internacional, ha señalado claramente algunas diferencias de su ser mujer a la hora de actuar incluso en la política segunda. Albright señala que como mujer y lo ha percibido en algunas otras mujeres -y nosotras lo hemos visto al analizar algunos retazos de la trayectoria vital de Isabel I de Castilla-, tienen, o pueden tener, una mayor capacidad de visión periférica, son o somos capaces de tener en cuenta, de abordar aspectos que no están en todo momento presentes ante nosotras y de desarrollar o intentar desarrollar algún tipo de consenso.

Isabel aunque le otorga autoridad a su marido Fernando como rey y como político, también le reconoce autoridad a otras mujeres. Le reconoce a la Latina, Beatriz Galindo, su maestría en el latín y le confía a su hijo e hijas para que les enseñe esta disciplina, y ella misma se convierte en su alumna, y le reconoce también su autoridad a mujeres como Beatriz de Bobadilla, Juana de Mendoza, etc., su saber de mediadoras, y su saber como organizadoras como doncellas y como encargadas de asuntos concretos, como Juana de Mendoza como responsable del hospital de campaña fundado por la reina.

La reina procurará mantener las sendas que se había trazado al llegar al trono y otras que iba trazando al ir viviendo, las sendas que ella elige, y las que le sugieren y señalan el rey, su marido, sus consejeras, consejeros y aquellas y aquellos dedicados a las tareas de gobernar rectamente su Casa y su Reino. Habrá al menos dos momentos en su vida que la reina se guiará por la política del deseo, se pondrá en el centro, su vida ordenará el mundo, “traerá al mundo el mundo”. Hay al menos dos deseos grandes que la futura reina Isabel I quiere y realizará, el primero, más bien, los dos, son dos deseos de amor, el amor, o la búsqueda de amor, la guía en la elección de su futuro marido, y segundo, el otro deseo, es el amor al saber, al conocimiento, la curiosidad innata. Este, segundo deseo, lo desarrollará en parte, ya de adulta, siendo reina. Buscará a la latinista Beatriz Galindo, conocida como la Latina, para que enseñe al infante y a las princesas, pero también para que le enseña bien a ella latín como sabía su padre, el rey Juan. Isabel desea dominar el latín para así poder conocer más y mejor y entender bien la literatura y los tratados de su gusto. La educación de Isabel estuvo, inicialmente, a cargo de algunos de los franciscanos observantes del convento situado extramuros de la villa de Arévalo. En este convento estuvieron entre otros Alfonso de Madrigal el Tostado, erudito y teólogo, y también Lope de Barrientos, obispo de Cuenca –confesor de Juan II-, al que el viejo rey encomendará la supervisión de la educación de la futura Isabel I y del infante Alfonso.

Isabel sabemos que recibió el acostumbrado “adiestramiento en las artes domésticas” reservado a las mujeres, pero, como ya hemos comentado no le enseñaron a leer y a escribir bien, ni en latín, ni en castellano, su lengua materna. Isabel aprenderá a leer y a escribir bien en ambas lenguas ya de adulta y reinando. Su lengua materna, el castellano, sería la lengua que le escucharía a su ama de cría, a su aya y a otras damas castellanas de la corte; pero también escucharía, ya, desde el vientre materno, portugués, era la lengua de su madre, una de las lenguas que se hablaban en su casa. Parece ser que tampoco le enseñaron de niña a leer y a escribir en esta lengua. Si sabemos que en castellano –y puede que también algunas veces en portugués- escucharía las numerosas leyendas, cuentos, poemas, historias y relatos sobre la vida de caballeros que luchan contra los infieles, numerosas historias de vidas de santas y santos. Vidas de santas que le tenían que servir de modelo de perfección a cualquier niña, cuanto más a una princesa. Pero es posible que Isabel, una niña y después una adolescente muy activa y de vivo carácter aprendiera enseguida con estas vidas el gusto por la acción, más que por la pasividad, y aprendiera a admirar aquellas mujeres que conseguían dominar su voluntad y ser disciplinadas. Lo vería también en una historia de vida que empezaba a circular por tierras peninsulares, tanto castellanas como catalano-aragonesas, la vida de Juana de Arco. La vida de Juana, conocida en Castilla como la poucella (la doncella) tuvo una gran aceptación en Castilla. En el ámbito de la corte sabemos que el propio Juan II la admiraba sobremanera, y también otros cortesanos. Entre ellos cabría citar a Chacón, el autor de la crónica de don Álvaro de Luna, al propio Álvaro de Luna, y a uno de los estimados consejeros del rey, su secretario Rodrigo Sánchez de Arévalo. Sánchez de Árevalo había estado como embajador en la corte papal y en la corte francesa, y había conocido directamente los hechos de Juana de Arco. No sabemos con certeza si entre los consejeros de Juan II que intervinieron en la educación de la infanta y del infante, estaría el citado clérigo Rodrigo Sánchez de Arévalo –diplomático y escritor-, y decidido partidario –por su propia experiencia personal- de darle a Isabel una educación formal, pero si pudo también influir en la gran admiración de Isabel por Juana de Arco. Juana de Arco era para Isabel un modelo de vida de acción, uno de los anhelos de la princesa. Fuese cual fuese la educación formal que recibiese Isabel, casi inexistente al menos en su infancia, fue una niña afortunada no la apartaron del entorno de su abuela, su madre y de las otras mujeres que formaban la corte de Arévalo, no la apartaron de las diversas y ricas realidades de la vida que le posibilitaba el vivir en una villa pequeña, pero que era cruce de caminos comerciales importantes. Variadas y ricas realidades vitales que ella sin duda debió captar con rapidez, porque era –según recoge un buen número de crónicas y la historiografía- una niña inteligente, curiosa, observadora, que debió apreciar lo mucho que aprendió viendo el mundo desde el lugar de su infancia ─Arévalo─ rodeada de muchas mujeres y de algunos hombres que le prestarían atención y afecto. Isabel empezaría a descubrir desde esta villa interior castellana, como la Iglesia y la religión, con sus festividades, sus ceremonias y su ritual, marcaban los días, las horas, los acontecimientos y los ciclos del año. La religión marcaba e influía en el comportamiento, afectaría incluso a las emociones, e intentaba explicar las relaciones humanas, el mundo natural y el universo. Isabel vivió en el seno de una familia piadosa, en contacto con frailes devotos, habituada a la devoción que marcaban las iglesias de Arévalo, cuyas campanas regían sus días. La iglesia parroquial de la villa, como era tradicional en otras muchas poblaciones de la corona de Castilla -había asentado sus cimientos sobre los restos de la antigua mezquita- estaba dedicada a san Miguel, el arcángel militante. Otra de las iglesias de Arévalo estaba dedicada a santaMaría de la Encarnación, porque la doctrina de la Encarnación era rechazada por los musulmanes. San Miguel y Santa María de la Encarnación significarán en Arévalo como en otras ciudades, villas y pueblos castellanos la afirmación cristiana frente a los “infieles”. Isabel como muestra su testamento tendrá entre sus preferencias estas devociones, y probablemente influirá –no sabemos en que medida- para que las mezquitas de Granada lleven esos nombres.

Isabel, ya reina, nota la falta y se preocupa por no haber recibido la instrucción que marcaban los espejos de príncipes y, como hemos señalado, alguno de los consejeros de su padre y posteriormente suyos. Debía de haber aprendido las letras, que completaban la educación de alguien como ella de alta cuna, porque ello redundaría en la buena imagen real, y también el latín necesario para entender mejor los mejores escritos sobre leyes y artes del gobierno y de la guerra, el latín que Juan II –su padre- había aprendido. Para dar ejemplo, la reina aprendió letras y latín. Isabel era una gran lectora e impulso el relativamente nuevo arte de la imprenta.

Isabel I gobierna como mujer, se ocupa de su Casa y del Reino de forma diferente –a como lo hace su hermano el rey Enrique-. Siendo ya reina, y por tanto siendo la cabeza de la familia real tiene que concertar los matrimonios del infante y de las princesas sus hijas. Como madre, intenta además de concertar bodas de estado, que estos compromisos cuenten, de alguna manera, con la mínima aprobación de sus hijas. Así sabemos que ocurrió en el caso de de su primogénita, Isabel, al quedarse viuda. Isabel I había prometido a la infanta no abocarla a un nuevo matrimonio, y permitirle llevar una vida de retiro y vida espiritual intensa en el convento o casa de su elección. Isabel intercederá ante su hija al ver los argumentos que el legado portugués esgrime: éste recurre a las cualidades de la princesa, al cariño que le profesaban los portugueses y al gran respaldo moral que ello significaría para las gentes de este reino y, además, añade que la princesa está en edad y disposición de proporcionar el heredero que le hace falta al trono portugués. Isabel I a pesar de haber dado su palabra de madre y de reina, y a pesar de saber que la princesa estaba volcada en un proyecto espiritual concreto, estaba vinculada a la forma de vidabeata -experiencia que daba una dimensión espiritual profunda a la vida de algunas mujeres que no querían profesar en una orden monástica, a aquellas que se querían mantener de alguna manera en el mundo de las laicas-, llega a un entendimiento y pacto con su hija. La reina sabía que la princesa Isabel tenía una voluntad firme y decidida y sólo su intervención como madre y como reina la harían cambiar de razón de vida. La reina, evidentemente no presentó, como hacían algunos de los consejeros, razones meramente políticas, sino razones religiosas, la princesa podía con su posición –de nuevo de reina de Portugal influir decisivamente para que se adoptara una política de unidad religiosa como la de Castilla, en un momento en el que las embarcaciones estaban preparadas para salir hacia las costas de la India, y cuando Portugal estaba siendo el refugio de numerosos conversos que huían de la Inquisición. Éstas y otras razones de orden político-religioso y familiar —y sería, sin duda, una de ellas el hecho de ayudar a su madre como reina- convencieron a la joven princesa Isabel que accedió a casarse con Manuel de Portugal y a darle los herederos que este esperaba.

El testamento y otra documentación permiten también apreciar la estrecha y especial relación que establecerá la reina Isabel con su hija Juana. Relación que probablemente es mediada por la de la propia madre de la reina Isabel I, Isabel de Portugal, parece que la reina identificaba formas de hacer de su madre en el comportamiento, a veces difícil de interpretar de su hija Juana. Rememoraba así sus añorados años en Madrigal y en Arévalo, el período que yo llamo del espacio “entre mujeres” eran los años sesenta del siglo XV, Isabel I tenía entonces once años. De nuevo, unos años más tarde recobra este espacio, a los dieciséis años se vuelve a encontrar con su hermano, Alfonso –al que estaba muy unida desde niña- y con su madre en Arévalo, sus damas, doncellas, criadas y sirvientas. Al calor del que ella considera su hogar, organizará los festejos con motivo del onceavo cumpleaños del rey-niño Alfonso en Arévalo, libre de las miradas escudriñadoras de la corte de Enrique IV. En este villa siente de nuevo la vida cerca y organiza la fiesta de cumpleaños de su hermano pequeño, el infante, Alfonso. En la fiesta se lleva a cabo una representación poética de disfraces de gran colorido, lo que se denomina un momo. Isabel le encarga el texto personalmente a Gómez Manrique, uno de los grandes poetas del momento, que compuso un texto que se ha conservado.

Gómez Manrique además de poeta, es un hombre de confianza de los Reyes, y es también un buen testigo de la Castilla de su tiempo, y desempeñó el cargo de corregidor de Toledo. Su libro Regimiento de príncipes, publicado en 1482, se lo dedica a Isabel y Fernando. Hace en su tratado numerosas recomendaciones para el buen gobierno, entre otras la de que es necesario castigar menos… y … reducir los brotes de crueldad o de avaricia en la práctica de gobierno. Muy interesantes son algunas de las recomendaciones que le hace a la reina, Isabel, el poeta señala que ésta debe anteponer las tareas de gobierno a las prácticas piadosas, a las oraciones y los sacrificios y mortificaciones en su cuerpo. La dedicación de Isabel al gobierno de su Casa y de Castilla, y a la organización de los nuevos territorios conquistados es incuestionable, pero además, Gómez Manrique la dibuja como una soberana con una honda preocupación por su vida espiritual y religiosa, preocupación que sabemos que transmite a sus hijas. Preocupación que se percibe, claramente, en su testamento, el momento en el que ha de preparar su alma para que sea recibida en el Paraíso. La preocupación por la vida espiritual posiblemente era transmitida por algunas generaciones de mujeres de la familia real. Muchas infantas castellanas ingresaron en conventos o pasaron largas temporadas en ellos, un claro ejemplo es la hermana de Isabel, Catalina que estuvo en un convento en Madrigal, y la hija primogénita de Isabel I, la infanta Isabel pasó largas temporadas en un beaterio en Madrigal.

Pero Isabel no sólo era una mujer preocupada por la vida espiritual, también era, según las fuentes y la historiografía, una mujer a la que gustaban las fiestas y espectáculos. Si como ya hemos mencionado el cumpleaños de su pequeño hermano Alfonso le brindó, a la entonces princesa, la ocasión de organizar una fiesta-representación teatral, no fue esta la única ocasión en que la vemos, ya sea como princesa o después como reina disponiendo o participando en festejos. Como reina no descuidaba, cuando la ocasión lo requería, brillantes puestas en escena que subrayasen la importancia de su papel de soberana, y la importancia de la monarquía. Isabel parece que sabía utilizar muy bien y sabía cuáles eran los efectos de la propaganda. El hecho que recojo a continuación así lo muestra. El 3 de abril de 1475, organiza en Valladolid un gran torneo en el que consigue reunir a lo más destacado de la nobleza castellana, que competirán ante gran número de pobladoras y pobladores de la ciudad castellana. El desfile, y el propio torneo, son brillantes, y destacan en el combate el duque de Alba y el rey Fernando. La reina comparece rodeada de un cortejo de catorce damas y llega al estrado montada en una jaca blanca, que lleva una guarnición elaborada totalmente en plata y con flores de oro, con un vestido de brocado y con una corona. Isabel tenía entonces veinticuatro años, y los cronistas la describen como una mujer hermosa, especialmente Hernando del Pulgar, y en alguna de las pinturas que la retratan, vemos que era una mujer con una hermosa cabellera muy rubia y con ojos azules. Imaginamos que la seducción ejercida por la reina en este acto y en otros momentos debió ser realmente importante, además ella sabía muy bien cómo se valoraba a las reinas, princesas, príncipes y los símbolos de posición y poder; entendió rápidamente el poder y la autoridad implícitos en una demostración de esplendor.

Entendió el peso del color, de lo visual en la sociedad y en la cultura de su tiempo. Lo demuestra en muchas ocasiones, por ejemplo, en Alcalá, cuando casi se despedía la primavera y se asomaba el verano del año 1472, durante una de las visitas de unos embajadores borgoñones. Isabel recibe a los embajadores ataviada con terciopelos, satenes y joyas. Y en la audiencia posterior aparece vestida, aún, con mayor elegancia y exquisitez, luciendo el gran collar de rubíes, rodeada de damas y cortesanos. Mandó agasajar espléndidamente a los representantes de Borgoña, hubo danzas y, como era costumbre –cuando Fernando estaba ausente-, la reina sólo bailó con sus damas. La visita de los embajadores se prolongó y ello permitió a los visitantes apreciar los magníficos vestidos y capas de la reina. En una corrida de toros ofrecida a los visitantes, la reina se presentó con un traje carmesí, cuya falda estaba adornada con bandas de oro, y una capa de satén plisado, y con un collar de oro y una gran corona circundada por otra incrustada de joyas. El arnés de su caballo era de plata dorada; los borgoñones estaban fuertemente impresionados, Isabel, reina de Castilla, era una gran señora.

Para acabar diríamos que una de las razones que guían el corazón y la mente de Isabel I en los últimos años de su reinado, ya bastante enferma, y en los últimos días de su vida, como recoge su testamento, es el amor y la preocupación por su hija, la reina Juana I. Isabel se preocupa, sufre y se ocupa, en los días cercanos a su muerte, y quiere trazar unas líneas de actuación, con sus disposiciones testamentarias, que establezcan de forma clara los derechos de Juana y los de su marido, Felipe el Hermoso. Isabel continua intentando entender las razones y/o sinrazones que mueven el comportamiento de su hija, y quiere ayudarla y mediar entre ella y el entorno, en ocasiones, francamente hostil que envuelve a la princesa. Un entorno casi sin mujeres y hombres de su confianza que puedan ayudarle y aconsejarle en las difíciles decisiones que debe tomar a diario como heredera del trono de Castilla y como princesa consorte del soberano de los Países Bajos, Felipe el Hermoso. Juana como señala Bethany Aram no dispone en el pleno sentido de la palabra de una Casa propia, o más bien, no le han permitido ni le permitirán disponer de un cuerpo de damas y criadas y sirvientas y también de consejeras, consejeros, asesores y funcionarios que la asistiesen en su Casa, nombradas y nombrados por ella y de su exclusiva confianza. Es probable que Juana acabase desarrollando algún tipo de comportamiento cuasi-patológico provocado en parte por la intriga permanente de cuantos lo rodeaban. Su padre, Fernando, actuó, en muchas ocasiones, por las para él inapelables razones de estado y por intereses personales, y su marido, Felipe también. Juana sólo pudo contar mientras ésta vivió con su madre, que le servía de sostén y apoyo directo o bien a través de sus consejeras y consejeros.

El testamento de Isabel I da cuenta entre líneas, a través, de una reiteración permanente del cuidado y del mimo que pone la reina en las disposiciones que afectan a su hija. Isabel ha mediado entre el rey, Fernando, y Juana, y lo continua haciendo en el testamento. Le ruega y le manda a su hija que se apoye en la experiencia política de su padre y acepte las decisiones que éste tome, insistiendo mucho en el respeto y amor que ella le tenía y le tuvo a lo largo de la vida, para que le sirvieran a la princesa Juana.

Indicaciones didácticas

Sería interesante que las alumnas y alumnos valorasen y comparasen el testamento de Isabel I de Castilla con el de su marido Fernando II de Aragón. Podrán apreciar como detrás de un formulario diplomático y de un lenguaje estereotipado se percibe la diferencia sexual en la historia, como pueden encontrarse las diferencias sustanciales entre el ser mujer y ser hombre en las postrimerías de la Edad Media. Verán como el testamento de Isabel está trabado en gran parte alrededor de la relación madre-hija. El testamento permite valorar que lo más importante es su relación como madre, como reina y como madre, con su hija Juana. Como madre porque en no pocas ocasiones entran en conflicto las formas de hacer de ambas, y como reina porque sabe que el hacer de Juana no es comprendido –por ella misma en ocasiones- pero sobre todo por el rey Fernando, y por otras y otros que tienen gran peso en las decisiones que tocan al gobierno de las mujeres y hombres no sólo castellanos, sino también los de las nuevas tierras descubiertas, y ello pone en peligro a Juana I como reina y el gobierno y el futuro de la monarquía en Castilla. Verán como Isabel se pone en juego como mujer y entra en relación con un número apreciable mujeres y con hombres en el ejercicio del poder de gobierno y en el ejercicio de la autoridad, y todo ello lo hace en lengua materna.

Imágenes
Palacio Real de Madrigal

Palacio Real de Madrigal

Retrato de Isabel I de Castilla de Juan de Flandes. Patrimonio Nacional

Retrato de Isabel I de Castilla de Juan de Flandes. Patrimonio Nacional

Retrato de Isabel I de Castilla. Anónimo, (h. 1500)

Retrato de Isabel I de Castilla. Anónimo, (h. 1500)

Retrato de busto de los reyes Isabel y Fernando

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Isabel y Fernando con santa Elena y santa Bárbara

Isabel y Fernando con santa Elena y santa Bárbara

Isabel, Fernando y Juana

Isabel, Fernando y Juana

Entrada en Granada de los Reyes Católicos

Entrada en Granada de los Reyes Católicos

Firma autógrafa de Juana de Castilla en una carta real

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Breviario de Isabel la Católica

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