Un programa favorece que minorías en riesgo de exclusión accedan a la universidad

Uno de los institutos que ha participado en el programa este año es el Miquel Tarradell, en el barrio del Raval de Barcelona. Foto: Ana Jiménez
Uno de los institutos que ha participado en el programa este año es el Miquel Tarradell, en el barrio del Raval de Barcelona. Foto: Ana Jiménez
Académico
(17/08/2015)

Hace cinco años que la Universidad de Barcelona puso en marcha el programa Política Social y Acceso a la Universidad (PSAU) con un objetivo claro: llevar a alumnos de culturas minoritarias y en riesgo de exclusión social a la entonces Facultad de Formación del Profesorado para que enriquecieran la diversidad del alumnado del centro, llegasen a ser maestros, e incidieran como tales en sus colectivos de origen. Todo había empezado con un encargo que Joan Tugores había hecho al profesor de la Facultad Ignasi Puigdellívol. En ese momento, el proyecto quedó aparcado; pero se recuperó en octubre de 2009, con el equipo decanal de Albert Batalla: se formó una comisión para sacar adelante el proyecto, que se aprobó en la Junta de Facultad en 2010, y en 2011 ya se llevaron a cabo las primeras acciones concretas en los institutos.


Uno de los institutos que ha participado en el programa este año es el Miquel Tarradell, en el barrio del Raval de Barcelona. Foto: Ana Jiménez
Uno de los institutos que ha participado en el programa este año es el Miquel Tarradell, en el barrio del Raval de Barcelona. Foto: Ana Jiménez
Académico
17/08/2015

Hace cinco años que la Universidad de Barcelona puso en marcha el programa Política Social y Acceso a la Universidad (PSAU) con un objetivo claro: llevar a alumnos de culturas minoritarias y en riesgo de exclusión social a la entonces Facultad de Formación del Profesorado para que enriquecieran la diversidad del alumnado del centro, llegasen a ser maestros, e incidieran como tales en sus colectivos de origen. Todo había empezado con un encargo que Joan Tugores había hecho al profesor de la Facultad Ignasi Puigdellívol. En ese momento, el proyecto quedó aparcado; pero se recuperó en octubre de 2009, con el equipo decanal de Albert Batalla: se formó una comisión para sacar adelante el proyecto, que se aprobó en la Junta de Facultad en 2010, y en 2011 ya se llevaron a cabo las primeras acciones concretas en los institutos.


El PSAU trabaja para que la composición de las aulas universitarias se ajuste mejor a la realidad de la calle y la sociedad. Josep Alsina, responsable del programa y vicedecano de la ahora Facultad de Educación, explica que «si nos paramos un momento a visualizar las culturas y condiciones de las personas que configuran los mundos profesionales de nuestra sociedad, nos daremos cuenta, con relativa facilidad, de que no se corresponden con las culturas y condiciones que la conforman enteramente: recién llegados, grupos minoritarios, minorías étnicas, discapacitados...». Por ello, prosigue, «este programa quiere ensanchar el abanico de perfiles, condiciones y culturas de los estudiantes universitarios».

La Facultad de Educación dispone de un equipo de profesores que, junto con el coordinador del programa, trabajan para poner en contacto a los estudiantes de la UB que se ofrecen a hacer de mentores con una serie de alumnos de secundaria propuestos desde los mismos institutos. La participación desinteresada de todas estas personas hace posible que el programa se lleve a cabo con éxito. En los años que lleva funcionando, se ha trabajado conjuntamente con tres institutos distintos y casi una treintena de mentores ha participado en el proyecto, que ha conseguido, en muchos casos, que los estudiantes de secundaria a los que se tutorizaba llegaran a cursar estudios superiores.

Un ejemplo de éxito es el de María Gegova, exalumna del Instituto Miquel Tarradell. De origen búlgaro, participó en el programa durante el curso 2011-2012: «Me enteré de la existencia del programa para el Instituto; ellos escogieron un grupo de estudiantes y nos reunieron a todos para presentarnos a los que serían nuestros mentores. Yo me quedé con Tania; aunque, si no recuerdo mal, ella estudiaba educación social y yo hacía el bachillerato científico. Me pareció simpática y realmente me cayó muy bien, sabía que aprendería muchas cosas de ella. Mi objetivo no era que me ayudara con las asignaturas del bachillerato; sino que me informara de cómo iban las cosas en la universidad». Tania, sin embargo, hizo mucho más: «Para mí supuso, en cierto sentido, un cambio radical. Ella despertó mi parte más humanitaria. Recuerdo que una vez me preguntó si me gustaría ir a la India a conocer la realidad del tercer mundo y le respondí que sería uno de los últimos lugares a los que viajaría. En cambio, si me hiciera esa pregunta hoy, respondería otra cosa totalmente diferente. Inconscientemente, su manera de ver el mundo caló fuerte en mí y siempre se lo agradeceré».

Una de las mentoras que ha participado este año en el programa es Marta Lupiáñez, que supo de la existencia del PSAU mediante el Campus Virtual de la UB y decidió apuntarse al programa porque, desde la experiencia como monitora de esparcimiento, siempre se ha interesado por el trabajo con jóvenes, y pensó que era una buena oportunidad. De la experiencia comenta que «ha supuesto todo un intercambio cultural muy rico». Explica que «recibes una compensación muy valiosa en forma de agradecimiento o de felicidad cuando ves los logros que alcanzan los alumnos». En su caso, en el grupo donde era voluntaria, tenían cuatro alumnos de segundo de bachillerato. Buscaron información de grados universitarios y notas de corte, visitaron dos facultades y buscaron qué ciclos formativos de grado superior se ofrecían y donde los podían realizar. Algunos días también hacían refuerzo académico para los exámenes que tenían. «Creo que, esencialmente, se trata de hacer que se den cuenta de que, si tú has llegado a la universidad o has ampliado tus estudios, cualquier otro también lo puede hacer», asegura Lupiáñez.

No en vano, Alsina confirma que «el papel del mentor es capital: da apoyo académico a los alumnos; pero, al mismo tiempo, aparecen vínculos de otro tipo mucho más potentes que los académicos». «Me refiero sobre todo a vínculos emocionales —especifica—  y también a un aumento de las expectativas; porque los mentores las alientan: “¡La universidad no está tan lejos! Si yo he podido, tú también podrás”. El mentor —o mejor dicho la mentora, porque casi todo son chicas— no es un hermano, ni un padre, ni un profesor, ni un colega: es una figura de admiración, ejemplar, a la que se le pueden explicar y preguntar cosas que no preguntarías al resto».