La filosofía según el quinismo y contra la tradición hegemónica

GONÇAL MAYOS SOLSONA

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La tradición filosófica hegemónica en la historia de Occidente es la más teoricista, conceptual, abstracta y que tiende a usar la razón para identificar el orden cósmico y social. Distanciándose de ella, Nietzsche la ha identificado con la construcción del hombre moral pero también teorético, el cual necesita casi religiosamente una verdad sólida, eterna e indiscutible. Por eso fácilmente opta por legitimar a toda costa un orden, más allá de que descubra dificultades en su justificación y de que no pueda descartar muchas fuentes de desorden.

En esa tradición predominante, por tanto, el orden es tanto una necesidad lógica como una comodidad existencial que son compartidas por todos, aunque -dentro de su complejo seno- unos opten por la versión teológica o metafísica del orden postulado y otros por la forma más científica, positiva o incluso atea. Son amplia mayoría las historias de la filosofía que estudian y detallan las distintas perspectivas de esa tradición dominante.

Por otra parte, también hay otras corrientes a menudo intercaladas a la dominante y que a menudo son instrumentalizadas y denunciadas a efectos pedagógicos y morales. Es el caso, por ejemplo, del programa ideológico e iconológico que el Papa Julio II impulsó para el famoso fresco de Rafael ‘Escuela de Atenas’ en la Ciudad del Vaticano. Allí se avisa sútil pero contundentemente que, si se abandona la tradición hegemónica (en la cual se incluyen Platón, Aristóteles, etc.), se termina haciendo la filosofía provocadora, molesta, incómoda, que displicentemente interfiere en el camino de los sabios y que ejemplifica Diógenes de Sinope tendido en medio de la escalinata.

Esas filosofías menores (en expresión de Deleuze) que se atreven a bloquear el avance de las mayoritarias, se presentan como enloquecidas, irracionales y faltas de toda sensatez, aunque a menudo sobre todo pretenden ser más existenciales y dirigidas a transformar la vida propia. Ciertamente, muchas veces subordinan el explicar racionalmente a la necesidad de encarar la existencia de otra forma que, a pesar de las dificultades o la estética que les acompaña, identifican como una forma mejor de vivir.

A esas tradiciones filosóficas minoritarias, minorizadas de muchas formas y vilipendiadas de muchas más, dedicaremos este breve post. Las ejemplificaremos en una de sus formas más famosas: el cinismo o la secta del ‘perro’; pero también haremos algunas referencias al ‘quinismo’ (Sloterdijk) que de forma difusa y larbada va apareciendo aquí o allá a lo largo de toda la historia de la filosofía.

Así como la tradición más hegemónica se escindía en una corriente teológica metafísica que debía luchar constantemente con la más pragmática, cientificista e -incluso- atea, el quinismo minoritario y vivencial también se escinde. Manifiesta dos extremos: por un lado, los que no esconden sus grandes ambiciones místicas, teosóficas, trascendentes y más allá del lenguaje, ya que consideran que -aunque Dios sea abscóndito, misterioso e imprevisible- sigue siendo el mejor camino para llegar a la ‘vida buena’ e, incluso, es el único atajo para llegar a uno mismo.

Su convicción es que el diálogo con Dios es radicalmente transformador del propio ser porque, o bien da el ejemplo del más profundo existir, o al menos plantea los retos y cuestiones esenciales del existir. Sin poder ser exhaustivos, en este polo se incluye el gnosticismo, la cábala, todas las místicas, etc.

Ahora bien también hay otro polo formado por las actitudes filosóficas que optan por perspectivas más descreídas, desconfiadas, iconoclastas, críticas, directas, llanas, inmanentes y donde no está claro que haya Dios (como el cinismo helenista). A pesar de que no parecen tenen aspiraciones divinas, tienden a seguir también y con total radicalidad la propia convicción de que hay que transformar radicalmente el vivir cotidiano, ya sea en soledad o en fraternidad y com-pasión con aquellos ‘otros-como-nosotros’.

Hay que reconocer que esos dos últimos polos marginados de la tradición hegemónica, minorizados por ella y muchas veces olvidados por todos, tienen mucho menos estudiosos: Michel Onfray y su amplísimo proyecto de contrahistoria de la filosofía o Pierre Hadot en Exercices spirituels et philosophie antique  (1981) y La Philosophie comme manière de vivre (2001). Significativamente, Michel Foucault se preocupó de analizarlos y valorizarlos, ya sea en su temprana Historia de la locura como en su última etapa basada en el cuidado de sí. Mutando mutandis, algo parecido está llevando a cabo con fuerza Peter Sloterdijk, desde su etapa de aprendizaje en la India durante los años 60 con el gurú Bhagwan Shree Rajneesh hasta su libro Has de cambiar tu vida. Sobre antropotécnica (2009), pasando naturalmente por las monumentales Crítica de la razón cínica e incluso la trilogía Esferas. **

Apaciguar y domesticar el traumata

Llegados aquí, ahora tenemos que analizar brevemente cuál es la actitud filosófica esencial que define a la secta del perro, al cinismo clásico y también a gran parte de la difusa tradición que prolonga el gesto quínico (Sloterdijk) hasta llegar a la contemporaneidad.

Su punto de partida es el de toda la filosofía, como dice Aristóteles, pues nace del traumata, es decir: del escándalo, del susto, del miedo, de la sorpresa, de la admiración inquieta, del desconcierto, el azoramiento… Ahora bien, la filosofía hegemónica en Occidente y seguramente por todas partes, si bien se inicia y resulta del traumata, tiene como objetivo primordial curarlo, superarlo y -por lo tanto a largo plazo- olvidarlo. Por eso, su estrategia básica (basada en la dialéctica, como avisa Deleuze) es descubrir algo fundamental, convertirlo en fundamento, en arjé y en necesidad lógica.

De ese modo, el traumata, el apeiron y el caos, lo indeterminable y no loguificable, terminan convirtiéndose en cosmos, orden, logos, ratio explicativa, sistema filosófico, ciencia especializada, saber disciplinar o tecnología. Una vez que completada la compleja estrategia que acabamos de sintetizar en su mínimo común denominador, gran parte del traumata será controlado a través de un cierto principio fundamental y entonces incluso se procederá a obviar los siempre muy importantes ‘residuos’ infundamentados. Se evitará con gran cuidado atender detallada y críticamente a cada uno de los ámbitos incontrolados, puesto que entonces estos se manifiestan más provocadoramente bociferantes, muestran su naturaleza indomable y libre, e incluso se multiplican ostensiblemente.

Por lo tanto, de forma dogmática e incoherente, se procede a considerar ordenados, racionalizados y controlados por extensión metonímica incluso aquellos ‘residuos’ que permanecen indomados. Se proclama el triumfo universal del fundamento y del arjé sobre todo el traumata, con lo cual la filosofía ya no tiene tanto que ver con esa sorpresa escandalosa y originaria, sinó con el orden que promete acallarla por siempre más.

Así el poder de mando que instaura orden y lógica desde un fundamento que no negaremos que ha tenido un éxito indiscutible en los ámbitos eidéticos, morales, físico-matemáticos, técnicos, etc. se extiende acríticamente también a otros muchos. Así, por una metonímia (el paso de la parte al todo) injustificada, el éxito poderoso pero parcial del fundamento ordenador se aplica generalizadamente a todos los aspectos del traumata, por rebeldes, resistentes y refractarios que sean.

De esta forma se va instaurando (como avisa Nietzsche en Verdad y mentira en sentido extramoral) la falsa convicción metonímica que la ratio ha triunfado ante todos los traumata, todos los conflictos y todos los problemas filosóficos u otros y, lo que eran unas agudas metáforas circunstanciales y parciales, se fosilizan en forma de cimientos eternos, universales, indiscutibles y que dominan desde las raíces ‘sustanciales’ hasta las últimas ramas ‘accidentales’. Así, el orden lógico se termina imponiendo ‘sistemáticamente’ -pero sin entrar en detalles- en todos y cadauno de los ámbitos rebeldes, en todos los traumata, acallando el escándalo, la sorpresa y la desazón que pudieran conservar.

Mantener y profundizar la violencia del trauma.

Al contrario y en oposición a la estrategia de la tradición hegemónica, las opciones quínicas y de los ‘filósofos perros’ optan por no suplantar, ni acallar, el traumático origen de la filosofía. Muy  al contrario, insisten en pensarlo, en no apartar la atención de él, en vigilarlo contínuamente e -incluso- en prolongarlo, profundizarlo y permanecer en el traumata. Se niega a trivializarlo, suavizarlo o dissimularlo; muy al contrario se esfuerza por visibilizar en todo momento el traumata, en mantener viva e incontrolada su fuerza escandalizadora. ¡Pues allí estriba y brota el impulso de la filosofía! ¡Qué así se mantiene más viva y reflexiva e -incluso- más provocadora, más crítica, más iconoclasta, más desestabilizadora, más anárquica, más destructora e inquietante.

¡De aquí brota el atrevimiento del quinismo! Pone y mantiene en primer plano el traumático origen del filosofar, que así se obliga a un pensamiento siempre abierto y nunca concluso. De esa manera, la filosofía cumple su promesa originaria de jamás encerrarse en la comodidad ni en la seguredad, por muy orgullosa que esté de haberlas conquistado. A diferència, de muchas ciencias, disciplinas y saberes, prometió enfrentarse permanentemente a lo todavía impensado, a lo no suficientemente reconocido, al vacío que queda, al más allá de lo colonizado, al absurdo y al abismo transfronterizos (Heidegger).

El quinismo insiste en mantenirse cerca del traumata, influenciado por su potencia provocativa, impactado por su tormento, movilizado por su dínamis, en transformación vital y en constante destrucción creativa. Pues está convencido que en la medida que el traumata muestre más su potencia destructiva, también ayudará a crear más.

Pues el quinismo busca sobre todo el acto, el efecto, el impacto, el dinamismo y la creación mediante la provocación destructiva que surge del traumata. Por eso desconfía de la doctrina y los resultados que se apartan o se ponen en el lugar de los problemas y las cuestiones. Sabe de los costes existenciales, personales y colectivos que comporta permanecer fielmente cerca del traumata, pues no es fácil ni tampoco agradable pero sí necesario y filosóficamente imprescindible.

Por tanto, consciente de ese destino, el quinismo aviva el fuego de la filosofía, el traumata. Lo usa como arma arrojadiza no sólo frente a los que se han rendido a la pereza o a la gloria, sinó también en contra de sí mismos (como un bumerang) precisamente para no ceder ni a la comodidad ni a la autoglorificación.  doncs, ja que l’usa como un arma llancívola inclús en contra d’un mateix. Así se obligan a transformar la pròpia vida de acuerdo con el traumata, sin olvidarlo tras algún presunto principio, fundamento o certesa.

Los quinismos evitan construir doctrinas ad hoc a partir de las cuales ‘diferir’ (Derrida) lo todavía impensado e impensable. Por eso insisten en no querer curar el traumata, sino mantenerlo activo, vigente, como el pharmakon griego clásico que siempre mezclaba remedio y veneno, causa y cura de la enfermedad. Como insistía Diógenes de Sinope en su práctica filosófica, el traumata debe ser excitado y usado para irritar y movilizar las gentes. Incluso, hay que evitar en todo momento desviar su impacto hacia abstracciones o intelectualizaciones -que al afectar a todos, no afectan a nadie- para en cambio reconducirlo a lo concreto, a lo personal, incluso a lo corporal, para hacer que la gente se sonroje avergonzada. Pues lo más personal y corporal actia de sensorium vital donde se expresa la pròpia y cirucumstancial verdad, y donde -por lo tanto- actúan los poderosos afectos (Spinoza y Deleuze) que obligan a transformar la vida y al ser propio.

Quizás Diógenes y los quinicos tienden a ser algo masoquistas a base de ser coherentes, por querer permanecer cerca del traumata y por gozar de sus efectos transformadores. Pues por eso se niegan a alejarse de él o a curarlo y precisamente en la medida que es molesto, escandalizador, doloroso, torturador, afectivo y -por tanto- efectivo para aprender a cambiar la pròpia existència.

Así como Diógenes se exclamaba ante los palos que -se dice- le propinaba Antístenes, la ‘secta del perro’ no rehuye los palos que propina el traumata filosófica, mientras y en tanto tenga algo que aprender de él, mientras gracias a él se siente capaz de autotransformarse. Masoquista o sabia y radicalmente, la filosofía quínica se recrea y actualiza en y a través del trauma.

Pues, es muy consciente de que no hay acontecimiento, decisión ni acción (tampoco doctrina, fundamento o iluminación) fuera del traumata; de la alegría y del dolor del trauma. Por eso, el gesto quínico es radicalmente filosófico pues es inseparable del traumata que origina toda filosofía y se convierte en el acto más radical de parresía (Foucault) posible, pues es el gesto más franco, terrible, inequívoco y radical para todos pero también para con uno mismo.

Insistir en ser ‘perros’ y ‘morder’ filosóficamente

No se sabe a ciencia cierta porque los cínicos clásicos se identificaban con ‘los perros’. Quizás fue porque el perro vive una vida más sobria, pobre y en la intempérie que su compañero humano, pero siempre lo sirve con la fidelidad más profunda y sincera, que es como los cínicos se veían a sí mismo en relación con la polis e incluso entre sus otras muchas sectas.

También fue quizás -y creo que la idea complementa muy adecuadamente la anterior-: porque esa fidelidad perruna, muy apegada a la realidad material, al vivir en y desde abajo, y preocupada por la vida buena que debería seguir el compañero humano (o los ciudadanos de la polis y sus múltiples sectas), obliga a que muchas veces el ‘perro’ se mantenga vigilante; olfato, oidos y ojos atentos e, incluso, que ‘muerda’ lo que haga falta para que nadie se duerma, caiga en la complacencia y la casa común sea robada.

Nadie debe estar tranquilo, ya sea el siempre despierto y astuto ladrón, ya sea el ‘amo’ que muchas veces se ha dormido o endiosado, que se deja llevar o cree que lo controla todo y que en realidad, poco a poco, pero inexorablemente, se está convirtiendo en esclavo. Todos necesitamos un amigo perro para que nos vigile y nos ayude a vigilarnos a nosotros mismos.

También la filosofía precisa siempre de una fiel tradición antitradicional. Ello no quiere decir ‘antifilosófica’ sino -al contrario- especialmente filosófica y apegada al traumata que es padre de todo saber, pero además -especialmente- fuente de amor! Pues este es hijo de la necesidad torturante de lo amado y el escalofriante no poder vivir sin él, pero también del bolcarse abundantemente sobre lo amado y de las ganas de gozar infinitamente de ello.

Queremos y necesitamos de un amor perro fiel -¡y precisamente por eso!- mordedor.