De muros, setos y parejas mixtas en Próximo Oriente: Todos los ríos del mundo, de Dorit Rabinyan
Uno de los temas recurrentes y más polémicos de la literatura hebrea contemporánea es el de las parejas mixtas, concretamente el de las relaciones amorosas que puedan llegar a darse entre un judío y un no judío. Dos gigantes de las letras hebreas como son Bialik (1873-1934) y Agnon (1888-1970) trataron el tema en sendas obras deliciosas; el primero en 1909, en Al otro lado de la valla, y el segundo en 1943, en La señora y el buhonero. Desde entonces, otros muchos autores han abordado el asunto que, indefectiblemente, siempre se acaba resolviendo en la obra literaria como una relación fracasada. Si “el otro” o no judío en la Diáspora era el gentil, “el otro” es en la literatura hebrea de Israel casi siempre el árabe.
Esta cuestión de las parejas mixtas saltó a la palestra en Israel en el año 2015 por la polémica que despertó el hecho de que la novela de Dorit Rabinyan El seto (publicada en hebreo en 2014 en la editorial Am Oved y en su traducción española en 2017 bajo el título de Todos los ríos del mundo, por Ediciones B) fuera eliminada por el Ministerio de Educación y Cultura, en un gesto de manifiesta censura, de la lista de lecturas obligatorias en los institutos de segunda enseñanza, a pesar de haber sido recomendada por los asesores correspondientes para el plan de estudios de esos estudiantes.
La novela narra la relación amorosa entre una traductora israelí judía, Liat Benyamini, y un artista pintor árabe, palestino y musulmán, Hilmi Nasser. La acción tiene lugar principalmente en la ciudad de Nueva York durante el curso académico de 2002-2003, con el inicio de la guerra de Irak como fondo. Nueva York, lugar en el que los amantes se han conocido, funciona como un negativo de locus amoenus, pero lugar, al fin y al cabo, donde una relación de ese tipo sí es posible gracias al anonimato que ofrece una megalópolis como esa. Desde el principio mismo de la relación Liat tiene muy claro que se trata de una relación temporal y abocada al fracaso. Sabe perfectamente que si desea regresar a Israel, como es su intención, tendrá que renunciar a su gran amor, un amor que en todo momento le oculta a su familia e incluso a sus amigos más íntimos. Dorit Rabinyan, por su parte, como autora de la novela, se pasma de que una obra que refleja la realidad de la imposibilidad casi absoluta de las parejas mixtas en Israel, haya sido eliminada del currículum de los jóvenes israelíes: “(…) La protagonista de la novela [Liat] se crio dentro de los límites impuestos por la sociedad israelí, por la mayoría judía, la minoría árabe [los llamados árabes israelíes] y los vecinos palestinos. La elección que hace Liat apartándose así del amor, es la de una mujer con una ideología sionista fuertemente arraigada en ella. Resulta irónico que una novela que trata precisamente del miedo a asimilarse a Oriente Medio sea rechazada por ese mismo miedo. (…)” (Or Kashti, en Ha-Aretz, 31.12.2015).
A pesar de ello el título hebreo de la novela – El seto – planea constantemente sobre el lector recordándole que un seto no es un muro estanco y poderoso como el que en la vida real Israel ha levantado acuciado por su complejo de gueto, sino que un seto crea un ambiente de buena vecindad, de porosidad, de permeabilidad y por ello mismo, de esperanza de poder llegar un día a un entendimiento. Al mismo tiempo el hecho de que la acción se desarrolle en Nueva York permite a la autora resaltar las numerosísimas similitudes existentes entre los judíos israelíes y los árabes palestinos, ya que ambos, de los que se ven realmente diferentes, es de los estadounidenses. Hasta el punto de que estos últimos confunden a israelíes y palestinos en algunos momentos de la trama. Confusión esta que no es exclusiva de esta novela, sino también motivo recurrente en otras muchas obras: “si nos confunden, es, evidentemente, porque nos parecemos”.
El interés de esta novela, entre otras muchas cuestiones, se encuentra en que resalta el hecho de cómo se ve uno a sí mismo a través de los ojos de su supuesto enemigo, aquí convertido en su amor, y derivada de esa visión de uno mismo a través del otro, cómo se llega a tener la certeza de que una de las mayores maldiciones del llamado “conflicto árabe israelí” consiste en la nacionalización de las vidas de los ciudadanos, unas vidas en las que apenas queda espacio de privacidad: la existencia entera de unos y otros se encuentra nacionalizada y secuestrada por “la situación”, eufemismo con el que se refieren a la perpetua guerra en la que viven sus pueblos.
Así, de nuevo en esta novela, como en casi todas las de su género, el futuro de la pareja mixta está sentenciado:
“(…) El mes próximo, en verano, Hilmi estará en Ramala y yo [Liat], mañana, en Tel Aviv. Nos separarán solo setenta kilómetros. Una hora y media en coche. Sin embargo casi no hemos hablado de ello, pues sabemos que, a pesar de la cercanía, allí no podremos vernos. Sabemos que no hay una línea recta entre esos dos puntos, sino una carretera sinuosa y larga, peligrosa para mí, infranqueable para él. La manera como evitamos referirnos a este tema, la resignación y nuestra conciencia muda de la realidad, parecen ser la prueba de que las barreras que nos separarán en Israel ya existen, aquí y ahora, entre nosotros. (…)” (p. 262)
En mi opinión, es muy recomendable la lectura de esta gran novela de amor, para desde la ficción intentar acercar posiciones al comprender hasta qué punto el polvorín de Oriente Medio se cuela por los resquicios más privados de las vidas de sus habitantes y los condiciona fatídicamente.
(De esta misma autora, que pertenece a la comunidad mizrahí u oriental ya que su familia es de origen iraní, Dorit Rabinyan, también pueden leerse en traducción española Novias persas (Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1999) y Nuestras bodas (Lumen, Barcelona, 2002) centradas en la comunidad judía de origen iraní en Israel, dos novelas que nos ofrecen el punto de vista de las mujeres de esa comunidad.
Ana Bejarano
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