Entrevista a Bernabé López García, autor de Orientalismo e ideología colonial en el arabismo español (1840-1917)
Bernabé López García, catedrático de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en historia contemporánea del mundo árabe acaba de publicar Orientalismo e ideología colonial en el arabismo español (1840-1917). El libro era, en origen, una tesis doctoral defendida en Granada en 1973 y rescatada, 40 años después, por la editorial de la Universidad de Granada. Actualmente vive entre Túnez y Madrid y nos habla de su último libro Orientalismo e ideología colonial en el arabismo español (1840-1917).
El sentido de este libro
En origen, el libro fue una vieja tesis doctoral realizada por mí en la Universidad de Granada hace casi medio siglo, que narra la historia del arabismo español del siglo XIX en su marco histórico, en paralelo a las aventuras coloniales que despiertan en España el interés por los estudios orientales.
La idea de la tesis tuvo dos padrinos: en primer lugar mi maestro, Jacinto Bosch Vilá, nacido en Figueras en 1922, catedrático de Historia del Islam en Granada, interesado por el tema del orientalismo español, que me sugirió profundizar en su historia; y en segundo lugar mi necesidad, al terminar la carrera de Semíticas, en la subsección araboislámica, de llevar a cabo una reflexión sobre el arabismo español de mi tiempo, anquilosado, concebido como un orientalismo vuelto al pasado, despegado de la realidad de un mundo árabe que por entonces constituía una de las preocupaciones políticas del momento.
La idea me rondaba desde junio de 1967, el mes de la guerra de los seis días, en que, siendo estudiante de semíticas, tuve la oportunidad de asistir en Roma a una conferencia sobre el conflicto arabo-israelí en una de las sedes del Partido Socialista italiano. Para mí fue mi “caída del caballo”, como Saulo en Damasco, al darme cuenta de que podía haber un arabismo comprometido con la realidad de su tiempo, algo que yo echaba de menos en la Universidad española de entonces. Claro, que vivíamos bajo una dictadura y los compromisos políticos no eran la norma. No fue casual que en aquella sede adquiriera un ejemplar en italiano de El manifiesto del Partido Comunista junto con otros libros de Mao y el Che cuya lectura cambió mi manera de percibir la realidad.
De ahí surgió la idea de realizar mi tesis doctoral estudiando la relación entre los ancestros del arabismo hispano, en el siglo XIX, con la realidad árabe de su tiempo, conociendo su posición ante un fenómeno que se desarrollaba por entonces, el colonialismo, las conquistas del norte de África por las potencias europeas y que en España había tenido una manifestación singular, no llevada hasta sus últimas consecuencias, que fue la guerra de África de 1860.
¿Y cuál fue tu conclusión?
El estudio de la trayectoria de la escuela académica de arabistas en España me llevó a conocer los tres núcleos en donde arraigaron los estudios árabes en el XIX. El primero de ellos fue Granada, ciudad marcada por el “poderoso influjo” de la Alhambra, hogar de la mirada orientalista que atrajo durante el romanticismo a escritores como Washington Irving o a viajeros, arquitectos y artistas como Owen Jones o Richard Ford. Por la Universidad granadina pasaron desde la década de 1850 una serie de estudiosos, algunos de los cuales provenían del núcleo formado en Madrid por Pascual de Gayangos, nuestro verdadero pionero del orientalismo y arabismo español, que había tenido la suerte de conocer de cerca los logros del orientalismo heredero de la revolución francesa encarnado por Silvestre de Sacy en París. Por la Universidad de Granada pasaron Francisco Fernández y González, Francisco Codera, José Moreno Nieto y otros arabistas, haciendo escuela.
El segundo núcleo se desarrolló en la Universidad de Madrid, en torno a Gayangos primero y a uno de sus discípulos, Francisco Codera, después. Sus trabajos se centraron en reescribir la historia de España desvelando el contenido de las fuentes árabes, siguiendo un camino que desde fines del siglo XVIII un arabista afrancesado e ilustrado, José Antonio Conde, había iniciado con la idea de alentar a la Academia de la Historia a conocer la “versión de los vencidos”. Pero a esta escuela le resultó muy difícil cambiar el relato de la historia oficial que había convertido a los árabes en nuestros enemigos. La guerra de Tetuán de 1859-60, pese a que contribuyó a poner de moda los estudios árabes, fomentó la xenofobia antimarroquí y engordó el discurso nacionalista y patriótico antimusulmán y no ayudó en el intento.
Un tercer núcleo de arabismo se desarrolló, la fuerza del azar, en la Universidad de Zaragoza, donde un discípulo de Codera, Julián Ribera, fue catedrático de árabe y desarrolló el camino de esa reescritura de nuestra historia a partir de las fuentes árabes.
Es la historia de estos tres núcleos de la que se ocupa mi libro. Pero vista desde un ángulo que yo diría autocrítico, intentando ver por qué esos estudiosos se automarginaron en su introspección histórica, encerrados en la historia de Al Andalus, ajenos a lo que no era sino la continuación de lo ocurrido cuatro siglos atrás. Me refiero a las historias que estaban ocurriendo al otro lado del Mediterráneo, la conquista de Argelia, la ocupación de Túnez y Egipto, las ambiciones imperialistas sobre Marruecos.
El camino seguido por estos orientalistas españoles fue distinto del que adoptaron en otros horizontes. El orientalismo francés, o el británico se nutrieron y desarrollaron de y con la colonización que sus países emprendieron en los países conquistados. Contribuyeron, sin duda, a través de su conocimiento y estudio, a la empresa colonial, descubriendo el sentido de las sociedades conquistadas y revelando, las más de las veces inconscientemente, sus puntos débiles para su mejor control. El arabismo español, alejado de esa realidad colonial que la debilidad política y económica de su país no logró cuajar en el vecino Marruecos, se sumió en la introspección en el pasado interior, sin penetrar tampoco en el estudio y conocimiento comparativo de las realidades coetáneas árabes y musulmanas. Fue, así lo califico yo, un “orientalismo doméstico”. No en vano la misma España decimonónica fue alimento y objeto del orientalismo romántico europeo.
La reflexión que tu libro plantea guarda relación con la de Edward Said en su libro Orientalismo.
Me gustaría recordar que Said publicó su libro en 1978 y que mi tesis data de 1973. Sin duda me adelanté a su reflexión, pero debo decir que lo que reforzó la que fue mi hipótesis de trabajo, fue la lectura de un trabajo de Bernard Lewis titulado El estudio del Islam publicado en la revista Al-Andalus en 1971, mientras redactaba mi tesis, en el que se insistía en que, “Desde luego, el acontecimiento del siglo que afectó más al nacimiento de los estudios orientales fue la aparición del imperialismo y de la consolidación de la dominación europea sobre la mayor parte del mundo musulmán (…) Imperio y comercio pueden a veces haber sido estimulo y también oportunidad para emprender estudios de tal índole”.
Creo que esa reflexión de ese gran orientalista que fue Bernard Lewis está en el fondo de la reflexión de Said, pero tal vez la lectura de este fue excesivamente determinista, concluyendo en una casi diabolización del trabajo orientalista, en el que sin duda influyó su rivalidad, política y académica, con Lewis.
El libro de Said, realmente interesante, tuvo su contrapartida, y es que contribuyó a esa diabolización del orientalismo a la que me refiero, a mi juicio injustificada.
Hablas de tu hipótesis de partida: háblanos de ella.
Mi hipótesis, que sigo suscribiendo, no era otra que mi convicción de que la penetración colonial de los países europeos en Oriente, y en particular en el mundo árabe, fue en todo momento, desde su aparición en la historia, factor decisivo —no único— en el desarrollo del orientalismo europeo. En esa corriente situé el arabismo español del siglo XIX y todo el arranque del XX, con las especificidades de que España no tuvo una expansión colonial similar a la de las potencias europeas de la época, lo que condicionó al arabismo español centrándolo en el estudio del propio pasado español.
¿Se reconoció suficientemente el papel de estos orientalistas españoles?
Creo que estos arabistas españoles han sido demasiado olvidados, marginados por la historiografía española que no ha reconocido el papel intelectual desempeñado por muchos de ellos en la vida cultural de su tiempo, en Academias, Universidades, Ateneos, instituciones de todo tipo e incluso en la política. Valorados en su tiempo, se les olvidó después a la hora de hacer balance en algunos dominios. La mayoría contribuyó a cimentar la versión de que España es el resultado de una herencia en la que el peso del islam fue vital, tanto por su influencia como por la reacción que suscitó en su contra. Pero en la hora de los balances, cuando se trató de evaluar el papel del islam en la construcción del “ser” hispano, no se reconoció suficientemente el papel desempeñado por los trabajos de estos arabistas. Las dos obras esenciales de la polémica que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz en torno al “ser” de España, España en su historia. Cristianos, moros y judíos (1947) y España, un enigma histórico (1956), apenas citan a los arabistas del XIX, y es difícil encontrar su rastro en muchas de las historias escritas sobre los intelectuales de su tiempo por autores más recientes como Tuñón de Lara, Santos Juliá o José Álvarez Junco, pese a que aquellos arabistas estuvieron en el centro del debate sobre la invención de nuestra identidad.
Queremos agradecer a Bernabé López García que haya respondido tan amablemente a las preguntas de nuestra entrevista.
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