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Textos de la Era de la Perla

Palabras de las alumnas

Arrelant errant: raíces que crecen en la tierra fértil del deseo propio

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VALERIA S. GÓMEZ

Arrelant errant: raíces que crecen en la tierra fértil del deseo propio

La pieza ARRELANT ERRANT - Marta Vergonyós i Mar Serinyà https://vimeo.com/334385141 ha inspirado este texto.



En lo pequeño, lo grandioso. En lo grandioso, lo pequeño
Un gran plano abierto, tan alto que permite observar un prado en toda su grandeza y las grietas de la tierra como pequeños surcos donde entrarían con dificultad trozos de madera, dan inicio a la intervención artística Arrelant Errant de Mar Serinyà y Marta Vergonyós. Al comienzo de la intervención, me pregunté si ellas llevaban sobre sí más ropa de la que necesitaban para poder despojarse de tantas prendas, independiente de si lo hicieron de ese modo por una cuestión visual o si no lo hicieron simplemente. Mi respuesta inmediatamente fue un sí. Sí que llevan ellas, y llevamos todas, más cosas de las que necesitamos a cuestas, sí que es sencilla la libertad sin todo eso que media entre nosotras y la naturaleza, entre nosotras y el mundo. Esa dualidad, entre la grandeza del plano en la performance y lo pequeñas que se ven las artistas en ella, me hizo pensar en Emily Dickinson y el modo en que se representaba a sí misma en su poesía, modo en el cual es posible ver esta dualidad de su existencia: humilde y grandiosa, como complementos necesarios para un balance. Humildad para reconocernos pequeñas en medio de la naturaleza y sus criaturas, pequeñas midiéndonos con la majestuosidad, y la capacidad de reconocernos enormes como parte de esa totalidad que habitamos, donde -gracias a la relación con el todo- somos capaces de crear y transformar. Dualidad, no dicotomía.

El encuentro con la grieta
Esta primera reflexión me traslada a mi experiencia de mayor despojo en medio de la inmensidad que habito, un despojo tan grande que, cuando lo realicé, realmente me hizo sentir más liviana y no lo digo en sentido figurado, me sentí como las artistas de Arrelant Errant que tras el paso lento que llevaban al comienzo, tras el contacto con la grieta se retiran alegres, danzando, corriendo, libres.

A los 11 años fui abusada sexualmente por mi padrastro. Sin centrarme en lo doloroso del hecho mismo, quiero enfocarme en el momento en que me liberé de esa carga, de esa mediación que me mantenía bloqueada la libertad. Decir esta experiencia me significó, por una parte, una experiencia emocionalmente negativa a raíz del cuestionamiento familiar hacia mi relato y, sin embargo, junto con ello también sentí un bienestar profundo. De ello quiero hablar, de ese período que transcurre entre el abuso y la liberación de mi voz, entre la vulneración y temor y la ruptura que hice ante el silencio provocado por ese dolor y temor.

Mi despojo: cubrir, abrir, sentir y salir de la grieta
Identifico tres fases en este período. Las dos primeras estuvieron cubiertas por infinitas capas que mediaban entre mi sentir y el mundo, que me permitieron enajenarme y no oírme ni permitirme ser oída, aunque hubo dos mujeres que identificaron en mí una grieta que las llamaba y se me acercaron en un intento de ayuda. La última fase la vivo aún. Pienso en esta grieta recién mencionada, tal y como lo sintieron las artistas al realizar su creación artística. Hacen eco en mi experiencia la experiencia de Marta y Mar, expuesta en un artículo publicado por La Vanguardia sobre su realización (2019):
Entonces, ya fuera de los límites [que les habían asignado a los distintos artistas], descubrieron una gran cárcava creada por la erosión del terreno por el paso del agua (conocido como xaragall en la zona), una grieta de tierra en medio del campo, y la inspiración fluyó en seguida. “Teníamos la idea de raíces y llevábamos una azada para hacer un riego en el suelo”, dice Mar, “y nos encontramos con algo mucho más impresionante”.

La grieta llama y podemos atender o ignorar ese llamado.

La primera fase la viví entre los 11 y los 29 años. Durante todos esos años me dediqué a vivir lo que se esperaba que viviera, me sumergí en los estudios, ocultando incluso en mi memoria el dolor. Si somos nuestros recuerdos, por años no existí. En menor o mayor medida decidí que no quería recordar ni enfrentar lo que había sentido en esa experiencia dolorosa. Digo “no existí” desde la revisión que hago hoy de ese período, pues mis recuerdos son vagos y escasos, casi nulos. De hecho, diría que mis recuerdos más nítidos aparecen desde los 18 años en adelante.

Hasta que un día la grieta cedió y quedó todo expuesto, porque no hay forma de ir contra nuestro ser. El sentir se nos sale de algún modo, tal y como la naturaleza, pues no hay razonamiento que convenza a un volcán de no hacer erupción, ni razón que valga para que las placas tectónicas se mantengan en su sitio, ni que las mareas dejen de agitarse. Así mismo no hay modo de contener un sentir tan intenso como el que experimentaba.

La segunda fase fue la vivida durante la terapia, donde por primera vez dejé de echar tierra encima a la grieta, dejé de cubrirme con capas y capas de explicaciones racionales y abrí mi sentir. Aunque en retrospectiva, me permití sentir. Sin embargo, aún ese sentir estaba velado, en este caso por medicamentos que limitaban mis emociones, impidiéndome tener una experiencia auténtica. Lo curioso es que no solo me impedían llegar a los extremos dolorosos, sino que también a los felices. Se evidenció la experiencia, pero mediada principalmente por la razón y una buena dosis de estupefacientes de la mano. Algo se avanzaba, por lo menos.

En la fase posterapéutica me despojé de todo, medicamentos, temores, intentos de comunicar de modo tal que mi relato fuese comprendido y aceptado sin dañar a mi entorno. Finalmente, mi voz fue dicha y experimenté el dolor y el placer que jamás pensé experimentar, casi en igual medida.

Mi voz fue dicha auténticamente, en estrecha conexión con mi realidad, con mi entorno que era pasado y presente. Me dejé tocar por la realidad, como si me desnudara y entrara en la grieta de la tierra, que es mi propia grieta, atendí a su llamado, que era yo misma llamando.

La existencia (libre) es irreductible al pensamiento
Nuestra experiencia es siempre sentida. Cuando sentimos el mundo, somos tocadas por él, nos afecta, nos permite relacionarnos con él, con sus criaturas, con el contexto. Cuando nos relacionamos, somos capaces de transformar y transformarnos, creamos y nos volvemos a crear también, podemos vivir libremente. El despojarse de la ropa para ingresar en la grieta de la tierra y salir afectada/transformada con la experiencia, como Marta y Mar, el despojarse de mediaciones para ingresar en la grieta del dolor, como fue mi caso; ambas son instancias liberadoras, porque se viven desde un sentir que es primario, que está del lado del inconsciente.

En Arrelant Errant, las artistas se despojan de elementos que les impidan sentir auténticamente la experiencia. En el deambular o errar por nuestra existencia el modo de enraizarnos auténticamente a algo, implica despojarse de las mediaciones contrarias a nuestro deseo, que es primario y sentido. Las mediaciones propias de un sistema masculinizado, donde el sentir ha sido puesto por debajo del razonar, como si ambos no fuesen posibles, como si no fuesen necesarios el uno para el otro, solo nos alejan de nuestro deseo, deseo que es camino innegable hacia la felicidad. En este sentido me resuenan las palabras de Chiara Zamboni en su texto Heidegger y María Zambrano: dos formas diferentes de amor a la Naturaleza (2011):
Ha sido sobre todo la filosofía femenina la que ha situado el cuerpo en el centro del razonar, no sólo reconociendo que somos dependientes del cuerpo y, por tanto, de la matriz materna de nuestra existencia, sino también dando voz, sin traicionarlo, a su lado inconsciente. De aquí deriva una experiencia de libertad que sabe reconocer las propias raíces.

También me hacen eco sus palabras, cuando analiza parte de la obra de Simone Weil y de Barbara McClintock en su texto Partir de sí y la cuestión de la naturaleza (2016):
[En ambas escritoras] está la diferencia femenina en juego al asumir las verdades vividas subjetivamente como una orientación, incluso teniendo siempre presente la relación con la red compleja de la naturaleza, captada con la razón.

Valeria S. Gómez, estudiante de Posgrado La práctica de la diferencia curso 2020-2021, vinculado al Máster en Estudios de la Diferencia Sexual.

Universidad de Barcelona
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