LA ISLA DESIERTA

–¿Qué libro te llevarías a una isla desierta?

(Ay…, qué cosa más tópica es lo de los libros y la isla desierta.)

–Contesta: ¿que libro te llevarías a una isla desierta?
–¿Yo? El libro de los muertos.
–¿El libro de los muertos? ¿Para qué? ¿Acaso estás muerto?
–Tan muerto como Jankelévitch.
–¿Quién?
–Jankelévitch.
–¿Y quién es Jankelévitch?
–Un filósofo francés dado a un insufrible romanticismo.
–Me estás tomando el pelo. Deja ya de decir bobadas pedantes y habla en serio.
–No, en absoluto, en serio. No lo vas a creer, pero hay gente que es capaz de escribir sin ninguna vergüenza que si fuera a una isla desierta se llevaría como sola compañía un libro de Jankelévitch.
–Por el amor de Dios… Ni que fuera una de las femmes savantes.
–¿Femme savante? Yo la llamaría mejor por el modelo que usó Molière: una précieuse ridicule
–Bah, dejemos esto. Dime: ¿Por qué te gusta tanto El libro de los muertos?
–No me gusta tanto, lo que ocurre es que me fascina Anubis, un dios que sólo existe en ese libro.

Anubis

–Ah sí, ese dios que tiene cabeza de perro o de chacal oscuro. ¿Y por qué le tienes tanta admiración? ¿Te has vuelto esotérico?
–Qué va… Con o sin Jankelévitch, lo seguro es que de la isla desierta es sólo se sale muerto. Y yo quiero aprender a invocar a Anubis para que me libere del diablo y me enseñe cómo se llega en forma al otro mundo.

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