FATALIDAD

Es tan difícil definir la fatalidad… La sensación de que un acontecimiento, cualquiera que sea, es necesario, inevitable, que hay algo que trasciende la propia voluntad y se impone a ella.

Cruel destino, destino cruel. Sin embargo, por mucho que conlleve una desgracia o un contratiempo, la fórmula que sirve para establecer su pauta y que usamos para tranquilizarnos

“Ya lo decía yo…”
“La cosa estaba mal planteada desde un comienzo…”
“Era de prever…”
“Estábamos condenados a que nos pasara esto…”
“Son cosas que pasan, ya se sabe…”
“Sea, pues…”
“Es lo que hay…”
“Dios lo quiere…”
(Etc.)

no justifica ni da razón de la creencia en el destino y sus consecuencias sino que expresa pura y simplemente resignación; y esta expresión oculta que la razón se ha saltado un paso del razonamiento. Por la primera, asumimos la fatalidad como necesidad, como algo funesto; por la segunda, acoplamos nuestra reacción a la fatalidad como parte o complemento del hecho fatal de tal modo que el acontecimiento inscrito en nuestro destino se vive con la necesaria resignación correspondiente. Pertenece a la esencia del destino aceptarlo y no rebelarse contra sus designios. De ahí que la mayoría de los individuos nunca se plantee ajustar cuentas con la resignación con que se enfrenta a la fatalidad.

Sólo unos pocos se levantan contra lo que, al parecer, les está deparado y, ni reconocen su destino ni se avienen a resignarse a sus consecuencias; pero de éstos, sólo los más afortunados, no son infelices.

(Hazme caso: cásate con tu igual.)

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