MI LUGAR

Al comienzo de Un armiño en Chernopol (Barcelona, 1993) Gregor von Rezzori describe la ciudad imaginaria, Chernopol, que se supone suplanta la identidad de su Czernowitz natal. Lo hace a través de la mirada de un borracho que sale de una taberna al alba dando tumbos, mientras el mundo a su alrededor se despereza. El hombre quiere encontrar el camino a casa –pongámoslo así, su hogar, su lugar natural– pero en cambio encuentra la soledad y la muerte, porque:

[…] ningún hombre hace otra cosa sino marchar al encuentro de la muerte. (p. 20)

(Going back home, I wanna go home: Los anglosajones suelen usar a menudo estas frases enigmáticas en muchas de sus canciones.)

En realidad, von Rezzori sugiere que la vida consiste en ir a trompicones hacia la muerte, de modo no muy distinto a como la describía Schopenhauer: un intervalo ilusorio entre dos momentos de la nada. La nada sería entonces nuestro estado natural: un lugar imposible en el que los cuerpos se confunden en un solo cuerpo inconcebible, el lugar natural de todas las cosas, que no está en ninguna parte.

(Pero aún no he muerto, así que estoy condenado a buscar mi lugar: I wanna go home. ¿Dónde está?)

Según Aristóteles, que haya un lugar se prueba porque donde está un cuerpo puede estar otro, de tal modo que los lugares son algo distinto de los cuerpos que los ocupan. Como no hay un lugar propio cada ente en el mundo podría ocupar el lugar de otro cuerpo, o mejor, aceptar que otro cuerpo ocupa ahora mi lugar. Sin embargo, no es tan fácil, no: porque tu cuerpo y el mío, cuando estaban unidos, ocupaban un lugar que ningún otro cuerpo podía colmar. El tiempo estaba entonces detenido: nunc stans. No ha sido así, entonces ¿dónde está ese lugar que yo sentí una vez como mi lugar natural? Mi lugar natural (y el tuyo, ahora que no estás) sólo me queda pensar que es la muerte o algo que se le parece. Sólo en esa condición inimaginable cabe esperar que tu cuerpo vuelva a ser uno con el mío. Puedo hacer lo debido y ponerme en camino a la muerte, apurar el paso; pero aunque yo muera, tú también deberías morir para que ese reencuentro pudiera tener lugar.

(Pero no, qué disparate, la muerte no resuelve nada.)

Aristóteles insiste: hay un lugar común que un cuerpo o una cosa comparten con otras y el lugar que reconocemos como propio, semejante a esa anhelada home de la que hablan las canciones, que nos contiene y a partir de cuyos límites trazamos el contorno de nuestro cuerpo. El cuerpo contenido encuentra su límite y su ser en los límites de otro cuerpo que es su continente: ese es su lugar. Ahora entiendo mi desconcierto y mi extravío, que tanto se parece a la confusión del borracho de la novela de von Rezzori. Cuando perdemos el lugar propio, o sea, el cuerpo que nos contiene, we simply cannot find the way home...

Quizá lo más prudente sería entonces darse prisa y regresar cuanto antes a la taberna.

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