Pensamos en la mimesis como si solo fuera imitación de gestos; y es verdad, en gran medida la mimesis consiste en imitar un gesto. Al copiarlo lo aprendemos, tal como se nos indica que hagamos cuando nos enseñan a nadar: “Estira los brazos así, respira correctamente, no tenses el tronco; así, así, que de paso haces tríceps, etc.”
Sin embargo, la mimesis es mucho más que una imitación que sirve para un aprendizaje, como certeramente observa Aristóteles.
Hay veces en que, para aprender, intentamos conocer los secretos de una regla y una vez sabidos, nos basta con seguirla; y hay veces en que es preciso saltarse la regla, como hizo Lutero y, como él, tantos otros rebeldes.
La mimesis no solo consiste en imitar un gesto o saltarse una regla. Hay un aprendizaje mimético que emula con todo cuidado los gestos que realiza el otro, movido por su deseo. Es el procedimiento que está detrás de todas las modas y que explica la magia del carisma, que homologa y reúne el deseo de muchos alrededor de una figura admirada, de sus gustos y preferencias –de su estilo, dicen los publicitarios. Deseo mimético lo llama René Girard. Ese otro que uno desea(ba) se convierte en un modelo (o un contramodelo) a imitar. Imitándolo lo poseo. Se escoge al otro –y su deseo– se mira en él como en un espejo, pero no solo para reproducir sus movimientos como una bailarina aplicada que se esmera por aprender un paso de baile, sino para ser como el otro. En el Buenos Aires de mi infancia se decía: “Espejito para mí.” No hace falta afinidad ni simpatía, el deseo deseado puede no ser ni afín ni favorable. El ídolo, el carismático, puede ser incluso una mala persona; así pues, por mimesis, se puede aprender a hacer el mal y a devolver todo el mal que te han hecho.
(Lo que aprendes en la escuela.)
Llevamos con nosotros, adosado o compuesto, un espejo en el que los demás se miran. ¿Por qué no retratarse entonces en esos espejos que son los demás y hacer lo mismo que ellos?
No tengas más pruritos. Aprende de los sobrevivientes.
(Espejito para mí…)