UNA CURIOSIDAD

Quería escribir algo acerca de un cambio de situación, mejor dicho, del temple que acompaña un cambio de bandera y me puse a buscar un hilo de argumentos entre mis anotaciones, que es lo mismo que mirar en un desván. Y entonces di con esto:

Tal sería la suerte del hombre, si sólo fuera un animal que conoce; la verdad lo empujaría a la desesperación y al aniquilamiento, la verdad de estar eternamente condenado a la no-verdad. Al hombre solamente, empero, le corresponde la creencia en la verdad alcanzable, en la ilusión que se acerca merecedora de plena confianza. ¿Acaso no vive en realidad merced a un perpetuo ser engañado? ¿No le oculta la Naturaleza la mayor parte de las cosas, es más, justamente lo más cercano, por ejemplo, su propio cuerpo, del que no tiene más que una ”consciencia” que se lo escamotea? En esta consciencia está encerrado, y la Naturaleza tiró la llave. ¡Ay de la fatal curiosidad del filósofo que, por un resquicio, desea mirar una vez afuera y por debajo de la cámara de su estado consciente (Nietzsche, Cinco prólogos, 29)!

Es asombroso lo agudamente que puede reflexionar Nietzsche en los momentos más inesperados. En este pasaje hace un cúmulo de observaciones inquietantes. Primero, advierte que la posibilidad de una verdad alcanzable es una ilusión no confirmada, e incluso denegada por la experiencia, toda vez que solo se puede vivir una vida en la apariencia, o sea, en la negación de lo real, como único modo de escapar a la apabullante, angustiosa, idiotez (Rosset) de este, creyendo que la verdad es algo más que una ilusión dictada por la necesidad y convalidada de forma arbitraria.

A continuación, da razón de esa vida en la apariencia y la ilusión por la relación que nuestra tradición de pensamiento establece entre el alma y el cuerpo (o entre el espíritu y la materia, la consciencia y la cosa) pero que, para él, habría de pensarse de forma invertida. La consciencia no se presenta como vía de la verdad sino como cómplice decisiva de la ilusión en la medida en que nos hace creer que sólo somos espíritu y que nuestro cuerpo, o es una cárcel, o no existe. El cuerpo, ese objeto opaco y eternamente misterioso del que nunca llegaremos a saber lo suficiente como no sea nuestra propia consciencia, que, de nuevo, nos arroja a un misterio aún más insondable (¿qué es la consciencia?) y que jamás llegaremos a desvelar porque “la Naturaleza tiró la llave”.

Y, por último, ese pesimismo final: la curiosidad que nos lleva a mirar más allá de la mera consciencia y de la ilusión, como el desgraciado Edipo, esa curiosidad tan natural, tan humana, no tiene por qué ser premiada, ni siquiera alabada. Idea muy subversiva, pues descalifica la voluntad de saber como vía de una liberación o como camino alternativo para encontrar la felicidad.

(Y, de paso, da razón para algunas de tus mayores desdichas, pues enseña que no se debe ser demasiado curioso. Les-non-dupes-errent.)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.