DISTANCIA

Hay dos formas señaladas de distancia subjetiva, entendida –claro está– en un sentido metafórico: la distancia que un individuo se permite establecer con relación a los demás y la distancia que un individuo pone con relación a sí mismo y a todo lo que hace. Cada una contiene su esfera moral determinada, su sentido de la obligación y del interés que despiertan los deseos propios y los objetos que los suscitan, pero sin esa distancia no hay literatura (ni filosofía) posible.

La primera se suele confundir con la ironía, cuando en realidad es puro cinismo. La segunda parecería que es, en efecto, lo que se entiende por distancia irónica y nos separa de ese otro que nos habita, como un socías incómodo, a la vez que nos permite reconocer lo que ese intruso consigue ver. Se puede ser un cínico o un ironista (siempre con el debido permiso de los demás) pero hay que conocer la sutil diferencia entre ambas condiciones, que se corresponde con modelos de conducta incompatibles. La ironía solo es tal mientras se mantenga así, en la intimidad de uno mismo y no se practique como regla de vida. En cuanto se comparte, la ironía se traduce en distancia o indiferencia respecto de los demás y, de este modo, en un camino recto que de un modo u otro desemboca en alguna forma de cinismo y, de esta manera,el individuo sin querer acaba por trasponer la necesaria frontera que debe separar la vida y la literatura.

Como ya enseña el ejemplo de Don Quijote, mal asunto es lo de mezclar la vida y la literatura. Si la ironía no sirve para producir ejercicios literarios y en cambio se eleva a regla de vida, lo que tenemos no es un escritor sino un canalla con coartada literaria.

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