LA CREACIÓN (II)

La precocidad, tanto en el arte, como en la ciencia o en el sexo, siempre conlleva algo de obsceno o de chocante.

Una de las ventajas que tiene la filosofía es que no se presta a este tipo de obscenidades. El filósofo joven suele ser casi siempre una especie de imbécil, un crédulo que se deja guiar por ideas superficiales o equivocadas de las que, más tarde o más temprano, acaba por renegar para reelaborarlas convenientemente al llegar a viejo. (Eso, si es que conserva la lucidez.)

Cuida entonces de tus ideas juveniles pero no porque pienses que tienen valor sino solo para usarlas cuando seas viejo. Que para lo único que sirve la vejez es para hacer filosofía

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