Cuando el dolor es crónico

El dolor puede ser agudo o sordo, intermitente o constante, general o localizado. La Sociedad Internacional para el Estudio del Dolor lo define como «una experiencia sensorial y emocional desagradable, asociada con una lesión tisular actual o potencial o descrita en términos de esta lesión». Es la señal que tiene el organismo para alertarnos de que algo no funciona bien. Si no se manifestara en forma de dolor, un trastorno grave podría progresar peligrosamente sin que nos diéramos cuenta. Es una realidad que todos conocemos: cualquier persona ha sentido dolor en algún momento. Miles de personas, sin embargo, tienen que aprender a convivir con ella, ya que lo sufren de manera crónica. El dolor representa la principal causa de consultas médicas en todo el mundo. Es un verdadero problema sanitario y aliviarlo, un derecho reconocido de los pacientes.

Las clínicas del dolor

El progreso de las técnicas diagnósticas y terapéuticas han hecho emerger una nueva especialidad, la medicina del dolor, y unidades dedicadas específicamente a tratarlo, las clínicas del dolor. Carmen Busquets es responsable de la que funciona en el Hospital Clínico de Barcelona, donde llegó después de haber puesto una similar en marcha en el Hospital de Girona, en 1985. «En aquel momento, la mitad de los pacientes eran oncológicos. Ahora, la mayoría —más del noventa por ciento— son musculoesqueléticos. Es decir, atendemos personas con dolores musculares y dolores del raquis, básicamente de espalda. »

El dolor puede condicionar la vida de las personas, hasta el punto de incapacitarlas

Las clínicas del dolor tienen como objetivo tratar patologías dolorosas difíciles de resolver. Los profesionales procuran mejorar la calidad de vida de los pacientes con la recuperación de su bienestar físico, social y emocional. Porque las consecuencias del dolor —sobre todo, del que se padece de forma continua— no son únicamente las sensaciones molestas que genera: el dolor puede condicionar la vida de las personas, hasta el punto de incapacitarlas.

«El dolor agudo es un dolor intenso que está relacionado con un hecho concreto. Sabemos que dura un tiempo y que se acaba desvaneciendo. Y eso no tiene mucha repercusión psicológica. Ahora bien, el dolor crónico, que se sufre cada día durante meses y años, puede tener un impacto francamente negativo sobre la calidad de vida. En la Clínica, hacemos un cuestionario a nuestros pacientes sobre cómo les afecta vivir con dolor. Los preguntamos, por ejemplo, como describen su estado de salud, si han tenido que reducir el tiempo de trabajo, si hay cosas que querrían hacer pero que no pueden, qué relación tienen con la familia y los amigos, si el dolor los ha afectado emocionalmente, si han sufrido durante las últimas semanas, si ha dificultado sus actividades cotidianas, si se sienten bien y llenos de vitalidad o si, en cambio, están nerviosos. Estos son los efectos colaterales del dolor.»

El umbral del dolor varía según la persona y varía, también, en función del contexto

Uno de los factores que dificulta el tratamiento del dolor es que es subjetivo: el umbral del dolor varía según la persona y varía, también, en función del contexto. «La definición que da la Sociedad Internacional del Dolor ya habla de experiencia. Y el término experiencia quiere decir que es individual, propio de cada uno, ajeno a lo que opinan los demás. Es una vivencia independiente, personal, única. Además, está modificada por las circunstancias. Por ejemplo, en situaciones de emergencia tales como una guerra, con la liberación hormonal que provoca la lucha, una persona puede tener una herida muy grave y no sentirla. Ahora bien, si esa misma herida se la hace en casa, en un estado de calma, la percepción del dolor cambia.» El hecho de que el fenómeno difiera según la naturaleza del individuo y la coyuntura obliga a personalizar en extremo los tratamientos: a la hora de intervenir, los profesionales no deben valorar sólo el hecho, sino cómo lo vive la persona.

Tratemiento integral del dolor

De ello se encarga un conjunto de profesionales de diferentes especialidades y capaces de ejecutar procedimientos terapéuticos diversos, ya que el tratamiento del dolor debe ser integral. «Nosotros compartimos enfermos con rehabilitación, cuidados paliativos, psicología, psiquiatría y, especialmente, con todas las áreas que tienen alguna relación con la columna vertebral: neurocirugía, traumatología, etc. Los pacientes nos llegan derivados de la atención primaria o bien de otros especialistas del hospital». El dolor más frecuente es el de espalda: un 80% de la población lo ha padecido de manera recurrente o esporádica. Las patologías más tratadas son el dolor lumbar crónico, los síndromes dolorosos orofaciales, el dolor miofascial, la fibromialgia, el dolor crónico posquirúrgico, la neuralgia postherpética, el síndrome regional complejo, el dolor crónico postamputació y el dolor articular degenerativo. En cuanto a las terapias, las más utilizadas son la farmacológica y las infiltraciones.

«Una de las primeras tareas que tenemos que hacer es transmitir a los pacientes —o intentarlo, porque algunos no se dejan— que deben participar en su cura. Hay patologías en las que no tienen nada que hacer; pero en el dolor musculoesquelético, que es el mayoritario, deben convencerse de que ellos son los enfermos y que tienen que de colaborar.» La doctora Busquets alude a todos aquellos factores que se pueden modificar y que mejorarían el proceso de recuperación. «No podemos cambiar la anatomía, pero hay cosas que se pueden redirigir. Por ejemplo, si una persona tiene dolor de espalda y está obesa, debería adelgazar, comer bien, hacer ejercicio, reforzar la musculatura, adoptar una postura correcta, salir de casa, tener vida social… todo esto ayuda. Porque si se queda en casa, y entra en un bucle de inactividad y apatía, la salud se acaba resintiendo.»

«Como sociedad tenemos poca tolerancia al dolor: nos hemos vuelto hedonistas»

El paciente, por tanto, debe ser consciente de que hay un margen de intervención sobre el dolor que depende exclusivamente de él. Y que las posibilidades de eliminarlo del todo son limitadas. «Lo que no hacemos son milagros. El dolor cero no existe. Generalmente, los pacientes vienen con demasiadas expectativas: te piden que les quites el dolor. Y es muy difícil hacerlo desaparecer del todo. Ahora, hacerlo más tolerable, sí. A veces, conseguimos que mejoren mucho y, a veces, no tanto. Hacemos lo que podemos. «El propósito de los profesionales de la Clínica del Dolor es, si no erradicarlo, al menos, hacerlo asumible. Y otra cosa que la doctora Busquets cree que se debería asumir es la edad: «La gente quiere morir sana, y eso no es posible. La gente se muere cuando hay alguna alteración grave en el organismo. Pero casi que te exigen morir sin sufrir. Como sociedad tenemos poca tolerancia al dolor: nos hemos vuelto hedonistas».

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