Las salas de conciertos se vieron forzadas a cerrar precipitadamente con la llegada de la pandemia en marzo. Desde entonces, el eco del último concierto sigue en el interior, atrapado, a la espera de que alguien le conteste con más música.
El guitarrista Hernán Senra, más conocido por su nombre artístico Chino Swingslide, recuerda y anhela todas aquellas sensaciones que le generaban los conciertos antes de la llegada del coronavirus: «Echo de menos el calor de la gente, ver cómo una cara seria se transforma en una cara sonriente, cómo un pie empieza a marcar el ritmo sin darse cuenta y sentir que la música nos hace vibrar a todos en la misma frecuencia». Iris Razenj, que trabaja de camarera y taquillera en la sala Harlem Jazz Club en Barcelona, rememora también con cierta nostalgia aquel ambiente pre-pandemia: «Añoro el contacto humano. Los conciertos no son solo sentarse a escuchar, sino que hay un todo que los rodea, que enriquece la experiencia cultural».
Este cúmulo de recuerdos resuena hoy en día cada vez más lejano. Se trata de un ideal difícilmente recuperable, a menos a corto plazo, dadas las graves circunstancias sanitarias. Susana Carmona, coordinadora del Club Jazz de Terrassa, explica que la prioridad ahora es «hacer que la cultura se manifieste segura» mediante las herramientas disponibles. En la Nova Jazz Cava de Terrassa se han adaptado a los tiempos. Ya no celebran a pie plano, por ejemplo, las informales y cercanas jam sessions de los jueves, sino que lo hacen sobre un escenario más elevado, para evitar la circulación de personas. Aunque el ambiente se ha vuelto más distante, es gracias a medidas como esta que la sala puede seguir ofreciendo actividad cultural. El futuro, precisamente, «pasa por mantenerse y resistir la fuerte embestida que ha recibido la música en directo», opina Carmona.
Las continuas restricciones no se lo han puesto nada fácil a los propietarios de las salas de conciertos. Daniel Negro, responsable de la programación del Harlem Jazz Club en Barcelona, confiesa que resulta frustrante organizar conciertos, con todo lo que esto supone, para que terminen cancelándose: «Lo terrible es adaptarse y que a los diez días te digan que tienes que volver a cerrar», dice el coordinador de la sala. Así, la Harlem Jazz Club ha tomado la decisión de no abrir hasta que se puedan realizar conciertos con la seguridad de que habrá continuidad.
En todo este tiempo, otro de los problemas de las salas ha sido su gestión económica. El mismo Daniel Negro cuenta que, durante esta crisis, ha tenido que emplear el dinero ahorrado a lo largo de los 33 años de música en directo del local: «Nosotros hemos tenido muchos años buenos de los cuales vivíamos y ganábamos bien. Ahora es el momento de usar ese dinero», dice el responsable del Harlem. Él mismo, lejos de considerarse una víctima por el cierre temporal de su sala, reclama que hay otros sectores y colectivos mucho más afectados por la pandemia. De este modo, sugiere que músicos y trabajadores han encontrado probablemente muchos más obstáculos que los propietarios de los locales de música.
Otras salas de conciertos, como es el caso de la pequeña y emblemática Sidecar, situada en la Plaça Reial de Barcelona, sí que han llegado a alcanzar números rojos en cuanto a gestión económica se refiere: «He tenido que recurrir a créditos, solicitar subvenciones y buscar colaboración de los proveedores», declara su propietario, Roberto Tierz. Hoy en día, su dueño no descarta tener que cerrar definitivamente, pero confiesa que, después de 38 años de actividad, no ve el momento de rendirse. Así, ha centrado sus esfuerzos en difundir su situación ante los medios de comunicación, en busca de una reacción por parte de las administraciones, y a secundar las iniciativas promovidas por la Associació de Sales de Concerts de Catalunya (ASACC).
Tal y como expresa Roberto Tierz, el cierre es «una espada de Damocles que siempre pesa sobre las salas de conciertos». Así lo certifica el músico Chino Swingslide con su experiencia: «He visto cerrar salas en las que amaba tocar». Pese a la tristeza que este tipo de finales implica, el experimentado guitarrista prefiere centrar sus esfuerzos en adaptarse y luchar por aquello que está en su mano: «Evitar el cierre, eso es lo que hago cada vez que subo a un escenario». Y es que, si existe una fórmula para impedir el cierre de una sala, esa es precisamente la de ofrecer espectáculo y vida a su público.