Escribir bien, es decir, con eficacia y precisión y la elocuencia justa, no tiene nada que ver con una destreza gramatical o sintáctica. Tampoco tiene que ver con la cultura libresca del escritor. Escribir es como montar a caballo, porque el lenguaje es como un caballo brioso y arisco (no como una yegua dócil y delicada): dos seres vivos de especies diferentes e inteligentes se encuentran, se rozan, se sienten el uno al otro y, de común acuerdo o a la fuerza, deciden moverse juntos. Entre ellos se plantea una lucha cuerpo a cuerpo, en la que uno busca dominar al otro. El jinete cree que es él quien lleva las riendas pero es el caballo el que reconoce al buen jinete y, finalmente, decide complacerlo.