HOBBY HORSE

Tristam Shandy nombra a las manías hobby-horse, figuradamente, caballito de juguete. En el séptimo capítulo, lo ejemplifica con los quehaceres del Doctor Kunastrokius, quien, como pasatiempo, cardaba la cola de los burros arrancando con los dientes pelo por pelo. Manía no menos desdeñable que la de aquel primo mayor, del supuesto Cortázar, en  Pérdida y recuperación del pelo, quien se dedicaba  a arrancarse un cabello, hacerle un nudo en medio, como signo distintivo, y dejarlo caer por el sumidero; sólo por el placer de reencontrarlo o en el agujero del lavabo, o en la cañería del edificio o, asumiendo su desgracia, en  las cloacas generales. Pero todo esto suele suceder en un plano literario, replicaría algún lector hipócrita. He conocido personas con hobby-horse extraños y aventuraría a que existe una necesidad oculta a practicarlos. Recuerdo a una joven, de dudosos pulmones, que guardaba los filtros de tabaco consumidos para rellenar cojines y almohadas, y a otro señor X que metía en cajas de zapatos los billetes de los trenes validados para calcular “si ya había hecho la vuelta al mundo”.   Pero hay una diferencia fundamental que separa a  Kunastrokius y la joven de las colillas, del buscador del pelo anudado y el señor X: el placer de lo inútil. Los primeros tendrán como resultado una labor, mientras que los segundos el relato de un  heroísmo privado. Tristam Shandy cree cabalgar con su caballito de juguete, como un buen lord, por los prados,  sin moverse de su habitación,  viaje original de la réplica que, más tarde, efectuará Xavier de Maestre en Viaje en torno a mi habitación. La pasión por lo inútil, es siempre hiperbólica, parodia al imperio del pragmatismo o resistencia a la ilusión de un progreso material sin término. 

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.