DETERMINISMO SIN SABIDURÍA

En los primeros años de nuestra era Séneca, que a su vez se sumaba a la tradición estoica inaugurada antes por otros sabios, afirmaba que la virtud sólo se alcanza cuando se cumple el plan que la Naturaleza ha trazado. Así pues, podría decirse de nuestros órganos que son virtuosos mientras funcionan correctamente; y que por lo mismo, dejan de serlo en el momento en que nos obligan a pasar por la consulta del médico. También la planta que crece y florece a medida que la regamos y que avanzan las estaciones funciona virtuosamente porque forma parte de su ser el hacer exactamente lo que hace. O incluso una herramienta, siempre y cuando sirva a la perfección para lo que ha sido concebida. La Naturaleza, pensaban los estoicos, ha inscrito en sus criaturas el plan al que deben ajustarse en su existencia y es absurdo oponerle resistencia en nombre de la libertad puesto que semejante actitud sólo trae como consecuencia el mal funcionamiento de la cosa.

Esta explicación tenía una gran virtud, la misma de la que se beneficia el nuevo determinismo actualmente imperante: da cuenta de todo lo que sucede de un modo tranquilizador. Las cosas no suceden del modo en que lo hacen por azar, o por capricho, sino tan sólo porque así es como deben suceder para que el conjunto funcione de forma armónica y virtuosa, a la perfección. Puede parecernos que algún detalle, en especial cuando afecta a nuestra propia e insignificante existencia, es demasiado desdichado para ser virtuoso, pero eso sólo es debido a la falta de perspectiva. Desde el punto de vista de la Naturaleza como organismo “inteligente” las cosas están en su sitio, por más que nos cueste admitirlo. Lo mejor de todo es que los estoicos ni siquiera pensaban que la Naturaleza hiciera lo que quisiera sino más bien que hacía lo necesario para ser virtuosa, equilibrada, perfecta, tal como creen los actuales deterministas. En el fondo, igual que los estoicos, confían en que ya no tendrán que explicar por qué hacen las cosas cómo las hacen y, encima, en que tal liberación no deje de brindarles una razón moral: no es que yo sea un pusilánime, es que está en mi naturaleza no protestar, mi virtud consiste en callar para que otros (¿quiénes?) protesten. No sólo confían en que la ciencia los desculpabilice por sus propias debilidades sino que las convierta en virtudes, aunque incomprensibles desde el limitado punto de vista individual. Dentro de poco los deterministas nos explicarán por qué hay delincuentes y no sólo podremos olvidarnos de los departamentos de bienestar social (que en efecto no parecen resolver gran cosa) y ahorrarnos sumas considerables de las partidas de los presupuestos generales del Estado, sino que además, si somos padres de un hijo delincuente, tan sólo tendremos que resignarnos a aceptar el haber sido los portadores de una información que la Naturaleza ha querido organizar de un modo un tanto incómodo pero, con toda seguridad, virtuoso.

Sin embargo existen diferencias entre el antiguo determinismo estoico y el de hoy. Para los estoicos esta forma de pensar no era sino una manera de entrenar la posibilidad de sacar fuerzas de la flaqueza: según  parece Séneca pudo darse muerte con serenidad, a instancias de su antiguo alumno y verdugo, el emperador Nerón, gracias a esta sabiduría. Nuestros deterministas de hoy, por el contrario, están lejos de poder erigir en sabiduría su discurso, razón por la cual muy probablemente, llegado el momento usarían su discurso para aferrarse a la existencia (la misma que un poco más arriba era insignificante), apelando al instinto de conservación que, con tanta astucia, dispuso para ellos la madre Naturaleza. La diferencia entre el determinismo estoico como forma de sabiduría y el determinismo tout court es que el primero está pensado para los hombres mientras que el segundo vuelve a dejar en manos de Dios (aunque secularizado y transfigurado en Naturaleza) nuestra suerte.

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