HUELLAS (I)

Sobre la huella (trace, traza, impronta, pisada), véase en el libro de Ferraris sobre Derrida (Jackie Derrida: Retrato de memoria. Traducción de Bruno Mazzoldi. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 2008) un comentario sobre la huella.

(Lo intento.)

Que no haya nada: eso es lo más difícil de pensar. Que no haya nada. Tenemos la imagen para desmentirlo; la sensación y el placer. Tenemos también el deseo. ¿Cómo puedo pensar que allí no hay nada si veo y huelo y toco y beso este cuerpo tan bello, este cuerpo del que no puedo prescindir? Sin embargo, hay que pensarlo así.

(Es una necesaria disciplina.)

No hay nada; o, lo que hay es nada. Pero entonces, de la nada, en su mentira o falsedad, es su representación lo que hay. ¿“Darse”? ¿Y eso? Un misterio. ¿Por qué? La cosa se da como representación, pero no me está dado distinguir entre ella y la representación como experiencia. No puedo separarlas y allí, en esa indistinción, está probado que toda experiencia, cualquiera que sea, es confusa (el viejo problema de la apariencia). Por eso siempre estoy confundido, siempre me equivoco. Los filósofos desde tiempos ancestrales han llamado a esa confusión thaumassein, asombrarse. Los filósofos son individuos que se asombran, es decir, que o bien se asombran de equivocarse o bien se confunden y creen que ese asombro es una certeza inicial, que anticipa la posiblidad de un conocimiente cierto. Creen que hay algo, incluso se alegran por su descubrimiento, donde no hay nada. A esta confusión la llaman idea. Cuando distinguen entre la cosa que se da y la representación afirman que se dan a sí mismos una idea.

(Me doy una idea de algo: ¿de qué?)

Ahora bien, las ideas no pueden ser sólo mías. Probablemente esa sea una de las diferencias que nos separan de los animales: ellos también tienen ideas porque está visto que pueden actuar, desear, sentir ira y quejarse cuando tienen hambre o cuando están solos, pero sólo para ellos, por eso no hablan con símbolos, como nosotros. Tener una idea para uno mismo no tiene ninguna gracia. Las ideas existen como tales sólo cuando hay huella de ellas y los demás pueden volver sobre esas huellas, mirar hacia dónde se dirigen, hollarlas, identificarlas. Las huellas dejan la traza de uno que pasa por el mundo. Pero esas huellas no puede ser una cosa más, porque entonces serían objetos del mundo y de su experiencia tendríamos representación, etc. Vuelta a empezar. Han de ser algo… ¿cómo decirlo? inmaterial.

No. La huella de una idea ha de ser un signo escrito que se repite y se sale de su contexto original, un signo que sobrevive a la muerte y al paso del tiempo. La única manera de pensar el mundo como algo menos transitorio –y menos trágico también– es pensarlo a la manera judía, como Derrida, o sea, como escritura; y a la conciencia representarla como los ojos ávidos de un lector. Todo lo que es, está escrito: eso es lo que quiere decir fatum.

(Das vuelta en torno a algo, a veces incluso lo atisbas, pero no sabes qué.)

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