CALATO

Así llaman en Lima a unos individuos que son tan pobres, pero que tan pobres, que no tienen para ponerse encima unos harapos. Circulan por la ciudad en pelota picada pero por alguna razón extraña los limeños sienten por ellos un respeto reverencial y los tratan como si fueran santones de la India. ¿Cómo categorizar la “desnudez” de los calatos por contraste con la de unos posmodernos exhibicionistas que también van por Barcelona en pelotas? A diferencia de estos últimos la desnudez de los calatos es signo de indigencia absoluta y quizás una especie de ascetismo, pero desde luego, no son nudistas.

(Tampoco lo son esos que andan desnudos por las calles de Barcelona. El de los nudistas es un conjunto vacío. )

El nudismo infringe el necesario (y civilizado) contraste entre lo público y lo privado al poner a la vista de los demás lo que sólo vemos en la intimidad: nuestro cuerpo desnudo. Su práctica, sobre todo si viene arropada de ideología, no es más que una versión distorsionada del naturalismo romántico y, las más de las veces, un atentado no al pudor sino a la vista, por lo que revela de la fealdad general. Y, en más de una ocasión, una torpe excusa para el exhibicionismo.

Sin embargo, la principal objeción contra la desnudez no debería ser estética sino ética (aunque no moral). El cuerpo ha de cubrirse o adornarse porque no es la prenda de una dialéctica entre lo que se oculta o lo que se deja ver, sino el soporte de unos signos que marcan nuestra diferencia o nuestra distancia respecto de la condición natural que, como la de los calatos, en el fondo es pura indigencia.

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