PARÍS

Las piedras son las mismas e iguales son el blanco roto de las fachadas y el sabor inconfundible del vino francés y el olor de la mantequilla caliente que asoma en las terrazas de los cafés, con sus sillas siempre vueltas hacia la calle. La luz es increíblemente diáfana, tanto más cuanto que en París casi siempre está nublado, todo cubierto de nubes.

(No importa.Yo estoy siempre en una nube.)

Me acuerdo del desdichado Walter Benjamin, de la fiesta de Hemingway y del mariscal Ney, que pasó toda su vida haciendo la guerra para defender a Francia y sólo le han retribuido con una solitaria estatua en un jardín perdido, de pie, como un ciudadano llano.

¿Ha cambiado algo? No, todo está igual y en su sitio. ¿Y por qué lo notas obsesivamente?
Porque no eres el mismo.

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