MUJERES (II)

El misterio de la mujer empieza en el regazo de la madre. El amor materno… he ahí un enigma.

(¿Por qué me quiere tanto mamá? Es insondable, inexplicable. Despertar ese amor es algo vertiginoso.)

Quienes se ponen hurgar en ese sentimiento que no tiene explicación –las mujeres lo hacen aún más misterioso cuando lo describen como “instinto maternal”– muchas veces acaban identificándose con el amor de la madre y –sostiene Freud– optan por amar a otros hombres para emular el goce que han recibido.

(Y ahora hay un montón de tontos que buscan en esta emulación tan simple una base genética.)

Pero para quienes no hemos sucumbido al goce homosexual las cosas no son tan sencillas. El enigma originario se actualiza con cada mujer y las armas con que contamos para desvelarlo son pobres y siempre las mismas: unos trucos sexuales, a menudo muy torpes; y, con suerte y con alguna habilidad, el juego de la seducción

(A una mujer siempre es preciso seducirla…)

y ese discurso inconexo, aprendido en los boleros, que habla de amor y de pasiones desenfrenadas y que, cuando mucho,sólo enseña a sufrir pero nunca logra curar las heridas que causan los sentimientos que nos inspiran las mujeres.

¿Quién es ella? ¿Qué quiere, si ella misma no lo sabe? ¿Y las demás? Míralas, si no: reunidas en innumerables congresos para debatir acerca de la "identidad" femenina, sobre la política o el discurso del género, sin que por un momento siquiera consigan desentrañar su propia condición.

Es tan decepcionante que de buena gana me haría misógino si no fuera que la misoginia es una vulgaridad.

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