EMPATÍA

(Propongo un ejercicio estoico a través de una lectura para saber –de paso– de cuánta empatía somos capaces.)

El 26 de junio de 1943 Ernst Jünger lee en París un libro de gastronomía francesa: Le cuisinier français, obra de un tal Guégan. Entre las extravagancias de Jünger están, desde luego, la extraña manera que tiene de escoger sus lecturas. Una receta en el libro llama su atención y la apunta en su bitácora:

Coupez en morceaux la langouste vivante et faites-la revenir à rouge vif dans un pœlon de terre avec un quart de beurre très frais.

Traduzco:

Córtese la langosta viva en trozos y póngasela al rojo candente en un cazo de barro con un cuarto de mantequilla muy fresca.

Cuando leí este pasaje, hace ya muchos años, mi primera reacción fue de horror, puesto que revela la insondable crueldad y la desaprensión de que son capaces los seres humanos. Pero he vuelto a leerlo hoy y al parecer mi empatía ha cambiado de sesgo porque no he pensado en la crueldad, ni en la desaprensiva humanidad de los humanos, ni en la ataraxia de los estoicos. No. He pensado en el dolor de la langosta

(Yo soy esa langosta.)

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