TRENES

Para algunos de nosotros, muchas veces resulta imposible atenerse a lo manifiestamente dado o a cualquier forma de evidencia.

En su variante sofisticada –por decirlo así– a esta manera de estar en el mundo se la llama sospecha y a menudo se la asocia con la tradición judía a la que debemos, entre muchas otras cosas, la desconfianza frente a todo lo que se trasmita en forma de signos orales o escritos, probable testimonio de persecuciones seculares sufridas por los judíos.

Por otro lado, como patología, esta actitud se parece a la paranoia que, grosso modo, consiste en pensar que todo, absolutamente todo, por el solo hecho de darse, tiene que tener sentido. Y, naturalmente, que uno está en condiciones de entenderlo.

(Ni que decir tiene que, por desgracia, esto no siempre se cumple.)

La sospecha sirve al análisis y la observación, estimula la hermenéutica y la elaboración teórica. La paranoia, en cambio, hace infelices a quienes la sufrimos y aún más infelices a quienes conviven con nosotros.

Nada más inquietante, entonces, que ver repartidas por toda la red ferroviaria francesa estas señales.

(Pero si es lo que yo siempre he pensado…)

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