VALIENTE

Desde muy chico siempre he encontrado preciosos los dibujos de Hal Foster para su saga-comic El Príncipe Valiente. Este, en particular, me resultaba especialmente inquietante.

Pero ¿por qué es tan seductora esta imagen?

Lo primero, la mera identificación infantil con la bravura del héroe. De hecho, siempre he ido por ahí, pegando mandobles a diestra y siniestra contra una multitud de enemigos conocidos y desconocidos, reales o imaginarios.

(Toda una vida imitando al Príncipe Valiente.)

Lo segundo; mira la capa del héroe: deshilachada, harapienta, una capa muy pobre por contraste con la riqueza de su espada, la Espada Cantora.

Tercero: mira la turba de vikings con sus músculos tensos por el miedo en el combate, donde asoma un yelmo alado. Mira la fuga en perspectiva de esos cuerpos apiñados delante del héroe: recuerda la pose de las efigies de los titanes contra los gigantes en el Altar de Pérgamo.

Cuarto: mira las piernas fornidas del Príncipe Valiente.Foster las dibuja siempre enfundadas en unas calzas rotosas. ¡Qué desconcertante era ese atuendo «femenino» en un héroe tan varonil!

(Pero vos mismo, ¿estás ahí? Claro que sí, cómo si no, en el Príncipe Valiente, como cualquier niño; pero también estás en la figura de ese viking de la coleta rubia que mira atentamente la gesta al pie del puente… Estás ahí –y como de costumbre– dos veces.)

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