COSMÉTICOS

Desde hace siglos la medicina y la política se han encargado de marcar los márgenes de la normalidad; si la primera lo hace con el cuerpo humano, la segunda con el cuerpo del Estado. Sin embargo, no es eso lo que me sorprende, sino esa especie de obnubilación que padecen tanto creyentes como ateos; una tremenda ceguera que consiste en no poder desprenderse de lo que viene a llamarse la episteme judeo-cristiana: lo que hace que unos y otros se vean afectados, sin percatarse de ello, por valoraciones morales coercitivas cuyo origen se encuentra en las señaladas religiones.

¿De dónde si no el conformismo que emana del siguiente fragmento?

Si les normes sociales pouvaient être aperçues aussi clairement que des normes organiques, les hommes seraient fous de ne pas s’y conformer. (Canguilhem, Georges. Le normal et le pathologique, pág. 194. Paris : PUF, 2006.)

(Si las normas sociales pudieran ser percibidas con la misma claridad que las normas orgánicas, los hombres estarían locos de no conformarse).

La afirmación de Canguilhem pertenece a la política ficción, del mismo modo que pensar que los hombres se conforman con sus cuerpos pertenece a la medicina-ficción.

¿Acaso conocen a alguien que habite en su cuerpo atendiendo las exigencias orgánicas sin rebelarse?

Vivir es rebelarse contra las limitaciones del propio cuerpo, enfrentarse a las huellas que deja en nosotros el paso del tiempo mediante el uso de cosméticos; un periplo que va desde el simple gesto de anudarse la corbata o pintarse los labios, a aumentarse los pechos, operarse la nariz o someterse a un implante de cadera.

Es el conformismo lo que sin duda parece de locos.

Tal vez Aristóteles debería haber definido el hombre como un zoon kosmetikón.

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