FELICIDAD (IV)

Plotino reflexiona sobre la felicidad y el placer (cfr. Enéada, I, 4). Afirma que la felicidad consiste en vivir bien y que identificamos a la buena vida porque conlleva un placer, pero –añade– no basta con experimentar placer o con disfrutar del bien sino que la felicidad llega sólo al que es capaz de conocer que el placer es el bien.

Un filósofo ascético y místico, de pronto, se muestra muy hedonista.

Parecería entonces que la infelicidad no se sigue de la incapacidad de sentir placer sino de no reconocer que el placer es bueno. No se trata de una sensibilidad especial o de un grado sobresaliente de la sensación sino de una callada reflexión sobre lo que nos hace bien. Evitamos así la amenaza de la culpa –oh, cuánto gozo, no me merezco esto–, de la inútil responsabilidad –yo estoy bien mientras aquel otro desfallece, quizá debería hacerme cargo de él–, de la molicie –déjalo estar, let it bleed– y del vicio que nos lleva a buscar acrecentar el placer a toda costa.

Pero pensar en el placer como en lo que nos hace bien, como el bien, es muy difícil: por algún motivo razonable dejó Ulises los brazos de Circe.

En cualquier caso, la observación de Plotino sirve para demostrar que el bien no tiene nada que ver con la ética y, menos aún, con la moral; y también para advertir que para ser feliz es preciso ser además inteligente.

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