ERROR

¿Cómo conseguir lo que uno se propone, desde su planificación racional hasta obtener el resultado esperado? Un flirteo, un atraco o un examen, da igual. Además ¿cómo calibrar el resultado, su correspondencia con el objeto pretendido?

La teoría renacentista del arte trata el problema con reflexiones como las del escultor e ingeniero Vincenzo Danti, quien en Trattato delle perfette proporcione(1567), introduce el concepto de attezza, de difícil traducción.
Se suele relacionar con la entelechia de Aristóteles, el estado de terminación o perfección de un objeto. Con posteridad, se ha traducido también como realidad.

uy acertadamente, porque la auténtica cuestión es: ¿cómo se puede llegar a operar en la realidad?). La belleza surge de esta ejecución, la total realización de una forma potencial –ideal, que debe concretarse. El perfecto acuerdo entre idea y ejecución. Una transparencia tal entre voluntad y acción que tiene como máximo exponente la figura que en su propia postura o gesto corporal encarna un estado de ánimo y además es capaz de definirlo –sí, el famoso adagio “una imagen vale más que mil palabras”–. El esfuerzo sublimado de los esclavos de Miguel Ángel o algunos tópicos de la postura, como la grazia, la terribilità o la facilità pueden servir de ejemplo.

La importancia de esta efectividad la aprendí en un viaje a Nueva York. Mi padre era un enamorado de las grandes ciudades, especialmente las norteamericanas. Por ello supongo que recibió como un jarro de agua fría que yo contrajera una infección (no recuerdo exactamente qué era) en pleno viaje. Pasé los días enfermo en el hotel. Mis padres comprobaron lo cara que era la sanidad pública en Estados Unidos, y eso se unió al poco margen de movimiento para descubrir la ciudad por culpa de mi estado. Sentados en los bancos de un restaurante, frente a frente, separados únicamente por la mesa, mi padre aprovechó para mirarme y pronunciar con voz serena y tranquila: “¿Pero no lo ves? Sólo nos das problemas”.

Era un tono enunciativo claro y diáfano. Si hubiera sido una bronca, un alarmismo paterno idéntico al grito que los dueños hacen a sus perros, no hubiera pasado nada. Pero no, mi padre lo iba a decir con el hilo de voz justo y necesario, sin trabarse en una palabra y sin que le temblaran los labios, con una mirada que desde entonces retuve como el ejemplo más absolutamente perfecto de coordinación entre idea y medios de expresión, pensamiento y comunicación. Aquella mirada revelaba el automatismo ideal y que no encuentra ninguna oposición. Neutra, meramente focal, sin imponer ni exigir nada, demostrando que no había ninguna vacilación detrás, ningún miedo a mi reacción, ningún titubeo por la conveniencia o no de la frase. A partir de entonces algo de esta situación caló en mí. Me lo advierten muchos compañeros: pido demasiadas veces perdón. “¿Adónde quieres llegar con tanta prudencia y disculpándote siempre? Eres demasiado cauteloso” Algo genial había en la efectividad redonda de mi padre, con un resultado que la haría perdurar en el tiempo, hasta hoy. Y sepan que yo desconfío totalmente del psicoanálisis. Supongo que esta también es la razón por la cual se cree (erróneamente) que hay una efectividad y una penetración del arte en la realidad, y por lo tanto las obras más logradas deben perdurar en el tiempo como bien humano.

(Craso error)

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.