LA NECESIDAD

Von Rezzori recuerda que antaño en las casas de las familias acomodadas había muchos criados, muchos más de los necesarios. A veces el personal de servicio se ofrecía invocando alguna habilidad o un oficio cualquiera, pero podía ocurrir que un individuo se ofreciese simplemente por su fuerza física. Poco importaba que esa destreza fuese o no necesaria para el patrón en ese momento: podía contratarlo porque los criados y el resto de personal de servicio valían tan poco que se podía incorporarlos aunque no hubiera necesidad de tenerlos. En última instancia, ya llegaría la ocasión de servirse de ellos. Las personas eran entonces lo que hoy en día son algunos objetos: que los compras no porque en verdad los necesites sino porque se te ofrecen o porque están ahí, siempre al alcance de tu mano, o porque piensas que quizá vayas a necesitarlos en un futuro indeterminado, aún a sabiendas que, cuando en verdad los necesites, nada o nadie te impedirá conseguirlos.

Hace tiempo que esta práctica, erróneamente atribuida a la llamada “sociedad del consumo”, se aplica a todos los contextos de la existencia personal o social, incluso a la vida erótica, de tal modo que los individuos, hombres y mujeres, se muestran siempre dispuestos a emprender nuevas aventuras amorosas por el sólo hecho de iniciarlas o de pasar por ellas, así como se comprometen íntimamente por la simple razón de que el azar los ha puesto en contacto: “Nos conocimos y nos gustamos. Y ya está.” Embarcarse en una experiencia erótica con otro por el simple hecho de tenerla. Se cree que esta práctica expresa la autonomía individual y una nueva forma de administrar el deseo cuando en realidad es lo mismo que antaño una extraña economía en la que se vive en estado de innecesaria necesidad o, mejor dicho, en la necesidad de aquilatar algo –una persona, una cosa– que en verdad no se necesita. Toda ocasión es objeto de una falsa alternativa: ¿si se me ofrece y puedo poseerla, por qué habría de negármela? Conciencia equívoca puesto que vincula la propia decisión no con lo que el sujeto necesita o desea sino con el deseo o la necesidad del otro, lo mismo que aquella regla no escrita que marcaba la contratación del personal de servicio en las casas burguesas. Incluso en la prostitución la necesidad ha de ser una mediación necesaria, de lo contrario: ¿cómo sería la vida de un hombre si dijera que sí cada vez que una puta le ofrece sus servicios, o la de una mujer cada vez que es requerida por un hombre? No saber distinguir entre lo que uno necesita y lo que no es la enfermedad mortal del deseo.

(Pero no pienso esto por casualidad sino porque necesito imperiosamente de vos y no estás a mi lado. Y esa es la auténtica paradoja.)

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