SENTIMENTAL (II)

La división o disección del sujeto en facultades es característica de los estudios ilustrados sobre la mente o el pensamiento, aunque que ya estaba planteada en la tripartición del alma propuesta por la filosofía griega clásica. Se trata de una visión cómoda y esquemática de la vida afectiva pero nos da una versión falsa de lo que en verdad es el pensamiento. Nunca hay que olvidar que somos la misma cosa que piensa cuando recordamos, cuando amamos o cuando sólo tenemos percepción del mundo; y que lo que pensamos –cualquiera que sea el modo como pensamos o la facultad que interviene en ese pensamiento– conforma una única experiencia.

(“En materia de sentimientos yo soy muy fría” –he escuchado esta estupidez unas cuantas veces–; o, “Yo puedo ser muy romántica y eso me pierde”; o, “Siempre te quise de verdad, con todo mi corazón”, como si se pudiese querer de mentira…)

El racionalismo nos induce a creer que, cuando la conciencia recuerda o se duele de algo o se excita, deja en suspenso las funciones cognoscitiva o reflexionante; que cuando está dominado por sus sentimientos, el individuo “pierde la razón”. La buena acogida recibida por la idea de una “inteligencia emocional” se debe a que, por una vez, el concepto parece dar razón de las emociones y, aunque es una fórmula periodística, cuando menos ha servido para repasar el racionalismo apasionado de Pascal y Spinoza.

La clásica división de las facultades del racionalismo es artificiosa y sólo tiene fundamento y valor trascendental. Yo siento cuando pienso y me entusiasmo con algunas ideas (¡y cuánto me entusiasmo!), aunque no pueda comprender el enthousiasmós mitificado por los románticos ni en qué consiste ese llegar “a ser muy romántica” que se menciona más arriba. Y, por otro lado, aunque el duelo por una pérdida o los celos, o el sentimiento de persecución, el odio y la angustia, etc. no me dejen pensar; en cambio, una mínima melancolía consigue estimular el poder de mi fantasía. No existe una pauta estable de articulación de los sentimientos con la razón, quizá debido a que la razón es una especie de sentimiento; o el sentimiento, una cognición.

En cualquier caso, está claro que no puedo permitirme ser sentimental si quiero pensar como es debido. No tengo más remedio que seguir el estúpido consejo de mi amiga y ser también yo muy frío: recuperar la razón y dejar a un lado los sentimientos.

¿Pero es posible una recuperación del poder de los sentimientos que no suponga una rendición de la razón?

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