MR HYDE VA EN GLOBO

Hyde circula por ahí, ajeno a casi todo, entregado a un absurdo frenesí. Se ha pasado toda la vida enfrentado a sí mismo y, en la locura, en lucha permanente contra el desorden. Se ha subido a un globo para escapar a la amenaza que se cierne sobre él y termina presa de ella, cuando de golpe siente que sus fuerzas flaquean y alcanza a ver uno o dos signos extraños que señalan una mutación en ciernes aunque no sabe qué es. Suelta algo de lastre y el globo se eleva muy alto. Mientras tanto los que están abajo miran sus evoluciones y, o bien se apiadan de él por los peligros que corre, o bien lo animan. Algunos, en cambio, le dan la espalda y se marchan con frases de desaprobación.

El globo planea sin rumbo. Hay momentos en que se estremece y se agita. Hyde comprende muy pronto que, cuando se viaja en globo, todos los rumbos son iguales; empieza a pensar que siempre ha sido así: el rumbo no importa. Usa una gastada fórmula poética para darse ánimos: lo importante es el viaje en sí, el placer de volar.

No hay que volar demasiado alto cuando el cielo se llena de nubarrones y amenaza tormenta, porque hace mucho frío y él está solo en la canasta: sin embargo, Hyde no cambiaría su lugar por ningún otro en el mundo.

De pronto el globo empieza a desinflarse. Son uno o dos resoplidos secos, un barquinazo, el globo primero se escora y después se queda inmóvil. Poco a poco pierde altura y vuela bajo, muy bajo, hasta que por fin cae. De nuevo en tierra, Hyde comprueba que ya no hay refugio seguro para él, tampoco alivio. La tierra está yerma y desierta y Hyde no sabe cómo reparar el globo para echarse a volar y escapar de allí. No puede volver a volar. Entonces siente una inesperada nostalgia de ser de nuevo Jekyll, la parte de sí que no quería volar; pero es inútil, ya no volverá a ser lo que era.

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