MAGIA

La fascinación que producen los pases de magia –sobre todo a mí, que soy tan ingenuo– se alimenta de un asombro muy antiguo frente a lo que hay. Se diría que uno nunca acaba de creerse lo que ve con sus propios ojos y, al mismo tiempo, resulta demasiado asombroso ver todo esto. Que todo esto exista y sea tan complejo. Ahí está la magia para mostrarnos que es maravilloso y para estimular la curiosidad de quien mira sus pases: ¿dónde estará el truco? ¿cómo lo hace? Aunque presume de ser una actividad racional, la disposición a hacer filosofía se alimenta de la misma curiosidad que suscita la magia y ambas –magia y filosofía– operan con imágenes que unas veces aparecen y otras desaparecen.

En efecto, la magia juega con lo visible y lo invisible, con el trasiego o la transición de una condición a la opuesta, hace aparecer lo que no está y que desaparezca aquello que tenemos delante de nuestros ojos. Como juego, la dialéctica de la magia tiene su origen en la ilusión visual. De los demás sentidos no puede haber magia sino, cuando mucho, simulación. En cambio, la magia es la extensión y la instrumentación inteligente de la ilusión visual y no sería posible si del mundo no tuviéramos imagen. De hecho, las palabras “imagen” y “magia” comparten una misma raíz etimológica. La magia depende de la imagen porque la imagen misma es mágica, de ahí que los pobres murciélagos, que son ciegos y construyen sus referencias al mundo a través de un complejo sistema de ondas semejantes al sónar, seguramente sean incapaces de experimentar ese placer tan elaborado que consiste en hacer que las cosas desaparezcan y vuelvan a aparecer, lo mismo que en la seducción y en el juego de ojos, donde hay tantas cosas que se revelan porque se ocultan y que atraen no tanto por lo que se ve o no se ve sino por la manera (o la razón) en que se pasa de una condición a la otra.

(Cosa de magia.)

Tenemos nuestras primeras experiencias con la magia cuando somos muy pequeños y apenas podemos manipular las cosas. Solo podemos hacer magia con nosotros mismos. Antes incluso de hablar o de andar, el niño juega al escondite cuando está en brazos de la madre. Se oculta y a continuación se asoma y se deja ver; y cuando descubre que su juego –hide & seek– ha sido reconocido por unos ojos que lo miran, experimenta una inmediata satisfacción y un aire como de triunfo. Parece que nos dijera: mira cómo me escondo, a que no me ves; y mira ahora, aquí estoy ¡y te he pillado por sorpresa! Primeros indicios de un juego mucho más complejo y a menudo trágico para quienes, como yo, nos encantan los pases de magia: el juego del poder.

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