UN MISTERIO

El misterio de la transcripción de partituras concebidas para un determinado instrumento que de pronto suenan de otra manera: de cómo una pieza concebida para ser así puede hacerse sonar en un registro muy diferente. De donde un sentido –una manera de sonar– se convierte en un sentido nuevo, completamente inédito. Es como si la pieza contuviera a ambos registros o formas o significados, pero ¿los contiene?, ¿a cuál de ellos se refirió el compositor? ¿Era esto lo que sonaba en su mente? Este interrogante se plantea claramente con las partitas de Bach que suelen interpretarse en muchos registros diferentes pero podría extenderse a cualquier otra obra musical entre las canónicas.

Para entender lo que sucede primero acudimos al tópico romántico según el cual la obra de arte contiene muchos, innumerables sentidos que están superpuestos como capas de significado trascendente que se pueden desentrañar y que forman sentidos que el intérprete, el lector, el contemplador, el oyente, etc. regeneran o recrean libremente. Es la cualidad de la llamada «obra maestra». Pero su misterio se hace aún más insondable en cuanto que no parece estar limitado al ámbito de las obras musicales de algún compositor de genio como Bach sino que se reconoce en obras de arquitectura, en pintura o en literatura. Bacon consiguió extraer el horror contenido en la mirada del retrato de Inocencio X por Velázquez y Wall trazó el sistema de las relaciones contenidas en la Olympia de Manet con una composición fotográfica. Y Bulgakov –oh, qué proeza– extrajo el sustrato novelesco en la Pasión de Jesús de Nazaret en El Maestro y Margarita.

¿Pero de veras es un misterio?

El cuerpo que se ama tiene también muchas capas superpuestas o muchas tonalidades y registros entrañados que están como fundidos a sus contornos y formas y, sin embargo, es un cuerpo como todos los demás; y uno se descubre amándolo cuando, lo mismo que un intérprete inspirado u ocurrente hace con una partita de Bach, consigue hacerlo sonar o vibrar de una manera nueva o imprevista. Ese cuerpo se convierte en infinidad de cuerpos posibles que parece que nunca se agotarán y que uno no se cansa de explorar. Quizá por eso, cuando nos falta el cuerpo amado, no es un cuerpo lo que se extraña sino todo lo demás.

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