VERDE

Como el día está nublado y el aire muy húmedo, los colores de pronto parecen mucho más densos que lo habitual. Salgo a la terraza y me asomo al campo. El de enfrente está recién arado y todavía sin sembrar. A la izquierda distingo una montaña, a medias parda, a medias gris, cuya presencia me sorprende. ¿Cómo puede ser que no la haya visto antes? Quizá es la bruma marina, que aún no se ha despejado a la hora de la mañana en que suelo mirar hacia Levante. A la derecha, se extiende otro espacio sin roturar y en el medio lo atraviesa un camino rural que se pierde en dirección a Monells mientras serpentea sorteando las colinas, como hacen todos los caminos pintorescos.

He visto el paisaje de esta comarca muchas veces. No podría establecer cuántas. No es mi paisaje pero sí el que me hubiera gustado compartir. Solo entonces hubiese podido tenerlo como paisaje propio, el mío. Es paradójico, pero la auténtica propiedad de algo se alcanza solo cuando se encuentra placer en compartirla. Pero esta idea me lleva hacia una pequeña congoja, así que la quito de mi mente de un plumazo. Aparto este pensamiento, que no sirve de nada. (Se funda en una ilusión) Me fijo ahora en los verdes, que no son ilusorios sino muy reales. Todo parece ser verde. Sin darme mucha cuenta de lo que hago, porque solo atiendo al color, empiezo a contar todos los verdes que se ven desde mi terraza. Es un ejercicio difícil porque, aunque los humanos tenemos una extraordinaria capacidad para distinguir entre los matices cromáticos, no sabríamos explicar por qué interponemos un límite entre un matiz de color y otro.

De pronto comprendo que esta misma dificultad se da cuando se trata de comprender los sentimientos propios y los ajenos, que también pueden tener infinitos matices. Y no digamos los gestos que se fundan en esos sentimientos. Los actos humanos son tan variados y matizados como pueden serlo los colores.

Y, por otra parte, todos los colores son sentimientos (mejor dicho, todo color es sentimental)… (Uf, de nuevo tengo que hacer un esfuerzo para apartar unos sentimientos molestos.)

Vuelta al paisaje, como un pintor aficionado. Paso un buen rato tratando de contar los verdes que se ven en esta comarca extraña, desde mi terraza, que asoma diáfana al campo gerundense; y finalmente decido que son ocho. Cuántos ¿no? Imagina ahora todos los colores y todos los matices y todos los sentimientos que…

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