LATÍN

A los antiguos escritores romanos le gustaba complicar la sintaxis para hacer gala de refinamiento y cultismo, sin embargo, de ese alarde estilístico nosotros solo hemos heredado la dificultad que supone leer sus textos pues hemos perdido las reglas de sus juegos de lenguaje. De su refinamiento nos queda solamente un signo sin contenido; lo que se proponían decir con ello solo podemos conjeturarlo.

Toda la dificultad (y el encanto) que tienen las lenguas clásicas se funda en esto. Recuerdo los años que pasé haciendo ejercicios con el latín y recuerdo también algunas artimañas para desentrañar el sentido de los textos que nos enseñaron en el Colegio y más tarde en la Universidad. Una de estas argucias era buscar y reconocer los verbos, que en el latín casi siempre aparecen al final de la oración. Encontrar el verbo era algo así como romper la combinación de una caja fuerte. Una vez hallado, era relativamente sencillo desmontar el armazón de las frase, porque todo lo que en ella estaba expresado casi siempre giraba alrededor de una acción. Nos decían: “Primero busca el verbo, comprueba el tiempo y luego encuentra y fija el sujeto; que lo demás viene por añadidura”. 

Es verdad. El verbo –el nombre de la acción– revela (o denuncia) o pone a la vista al agente, como si lo desenmascarara. Y lo más curioso es que en latín ocurre lo mismo que en la vida.

Ya ves. He aquí una utilidad marginal que tiene la enseñanza de las lenguas clásicas: también vale como aprendizaje de los códigos de la conducta humana. En la vida has de proceder como en las traducciones: no prestes atención a lo que dicen los otros sino a lo que hacen.

Tendría que haber hecho más caso a mis profesores de latín. Me habría ahorrado muchas penurias a la hora de entender a los demás y, sobre todo, me habría evitado quedar a merced de ellos.

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