LA PROPIEDAD

¿Qué entiendo cuando afirmo que alguien o algo me pertenece? ¿Que lo tengo para? Eso sería pensarlo en función y razón de una utilidad; pero en la afirmación de la propiedad hay bastante más que un régimen de uso racionalizado. En la propiedad no se fija solamente un derecho utilitario; si acaso, el derecho sobre alguien o sobre algo es una interpretación del sentimiento de propiedad; y cabe recordar que el derecho no es un sentimiento sino una razón. Si la propiedad fuera un derecho no sería discutible y su condición no sería tan precaria.

La experiencia enseña que cualquier cosa que nos pertenezca nos puede ser arrebatada y que lo más propio, lo inalienable, lo único que sin duda me pertenece, soy yo mismo.

(Es inútil, siempre volvemos al yo.)

Pero reivindicar el sentido de la propiedad desde la experiencia de uno mismo es una manera entre otras de incurrir en solipsismo. Cuando afirmo que alguien o algo me pertenece, que es mío y que no estoy dispuesto a ser desposeído de eso que considero mío, expreso algo diferente a la autoafirmación individual. No pienso o actúo guiado por un vulgar egoísmo. Al contrario. Entablar un vínculo tan íntimo, estrecho y misterioso con algo que está allí fuera, en el mundo, es una maravilla.

Nunca conseguiré entender qué pretendía Rousseau cuando postulaba un origen para la propiedad, porque imaginar para ella un comienzo implica pensar que ha habido algo antes de ella y no puedo pensar en un modo de ser en el mundo sin el sentimiento de pertenencia: que algo me pertenece y que yo pertenezco a algo. Si algo o alguien me pertenece, yo mismo puedo pertenecer a algo o a alguien; y así cabe la esperanza de que no estaré (que no estoy) solo.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.